Por Juan A. Herrero Brasas, profesor de Etica y Política Pública en la Universidad del Estado de California (EL MUNDO, 16/11/07):
Llama la atención que una serie de incidentes xenófobos ocurridos en los últimos meses han sido protagonizados por gente muy joven, y muy en particular los dos más recientes: el ataque a una menor ecuatoriana en Barcelona y el asesinato de un adolescente en el Metro de Madrid, tras una reyerta que se produjo en paralelo a la manifestación que habían convocado grupos de ultraderecha y neonazis en contra de los inmigrantes. Parece, además, que buena parte de quienes iban a la mencionada manifestación estaban en torno a los 15 o 16 años. ¿Cuál es el origen de semejante furia xenófoba en una gente tan joven?
No me cabe duda de que las causas de este fenómeno son múltiples, pero aun a riesgo de caer en un indebido reduccionismo quiero llamar la atención sobre lo que me parece una causa determinante: el desconocimiento por parte de esos jóvenes de nuestra Historia más reciente. No es cuestión de caer en la socrática ingenuidad de pensar que la raíz y explicación de todo crimen está exclusivamente en la falta de conocimiento (principio éste, por otra parte, en que parece basarse nuestro sistema jurídico, particularmente cuando el delincuente es un menor), pero pienso que en el caso concreto de la xenofobia de algunos jóvenes españoles un cuidadoso repaso en las aulas, o en los medios de comunicación, a la Historia social de España -particularmente en la segunda mitad del siglo XX- tendría positivos efectos terapéuticos.
Los jóvenes y adolescentes que se dejan arrastrar por la xenofobia pertenecen todos a la generación de la España rica. Muchos de ellos ni siquiera habían nacido cuando nuestro país entró en la Unión Europea, con la inmensa reticencia de muchos de nuestros vecinos, y ahora socios, que se temían que aquella España de Felipe González, con una elevadísima tasa de paro, les iba a inundar sus países de inmigrantes sureños. A España se le impuso inicialmente un periodo de siete años (que después quedaría ligeramente reducido) para el libre movimiento de trabajadores. Compárese eso con los dos años impuestos a países como Rumanía o Bulgaria.
Hablemos claro -a veces es necesario hacerlo, por duro que resulte-: los españoles no éramos precisamente objeto de deseo o admiración por parte de la Europa rica con que ahora tan complacientemente nos codeamos. Durante buena parte del siglo XX, el español era el inmigrante procedente de un país pobre y subdesarrollado, el sudaca de Europa, con la diferencia de que los latinoamericanos que vienen a trabajar a España ahora tienen un nivel educativo incomparablemente superior al de nuestros compatriotas que emigraban hace tan solo unas décadas. Y, por favor, que nadie me diga que el desprestigio de España se debía al régimen franquista, idea ésta muy extendida. Ello demuestra un tremendo desconocimiento de la Historia. España ha sido siempre un país comparativamente pobre, un país al que otros europeos ha mirado tradicionalmente con desprecio, casi diríase que como algo ajeno a la cultura europea. A Napoleón se le atribuye la famosa frase de que Africa empieza en los Pirineos.
Como extranjero -inmigrante-, muchas veces he tenido que soportar la mirada despectiva de tanto ignorante en Estados Unidos que piensa que todo lo spanish es tercermundista y de segunda categoría. Por ello me preocupa pensar que también en España puedan estar germinando actitudes similares.
El nuestro dejó de ser un país pobre y un país de emigrantes hace relativamente poco tiempo. La existencia en España de grupos neonazis que claman contra la inmigración me causa casi el mismo grado de estupefacción que la aparición de grupos neonazis en Israel que atacan a los judíos. Sin duda, el contagio de esas ideologías enfermizas entre los sectores más jóvenes de la población no se debe únicamente al desconocimiento de datos históricos, pero también es cierto que el conocimiento de los mismos contribuiría a moderar los aullidos de la arrogancia.
Los incidentes xenófobos que vienen teniendo lugar, al parecer muchos más de los que se publican en la prensa, algunos de ellos gravemente violentos, son, me temo, sólo la punta del iceberg, el síntoma ocasionalmente visible de un fenómeno que subterráneamente puede estar adquiriendo una fuerza insospechada. Por ello, es importante atajarlo cuanto antes.
Es necesario, por ejemplo, dejar de referirse a la inmigración como uno de los «problemas» que preocupan a los españoles. ¿Cómo puede considerarse un problema algo que ha beneficiado a nuestra economía tan extraordinariamente en la última década? ¿Qué actitudes o presunciones subyacen a semejante expresión?
Los economistas que trabajan en organismos de Naciones Unidas, así como los de importantes instituciones financieras españolas, coinciden en que nuestro país requiere un continuo flujo masivo de inmigrantes para mantener el actual ritmo de crecimiento económico. El auténtico problema para nuestra economía sería que dejaran de venir inmigrantes. Esta es la realidad, y es el mensaje que se debe airear vigorosamente para contrarrestar la influencia de las ideologías xenófobas.
Globalmente hablando, la inmigración hace una magnífica contribución a nuestra sociedad en todos los aspectos. Se trata de un fenómeno de dimensiones históricas que va a ayudar a situar a España en primera línea del mundo desarrollado. El inmigrante es un elemento dinámico, con ansias de prosperidad y generalmente con una enorme capacidad de sacrificio. Esa combinación de elementos es la fórmula del progreso.
Una idea de que los grupos xenófobos suelen hacer bandera es que el inmigrante quita puestos de trabajo a los españoles. El hecho es, sin embargo, como demuestran los numerosos estudios que se han realizado en los últimos años, que la inmigración genera superávit en el mercado de trabajo. Sin necesidad de entrar en explicaciones técnicas, basta ver el espectacular descenso de la tasa de paro que se ha producido en la última década en paralelo a la entrada masiva de inmigrantes.
El inmigrante, directa e indirectamente, genera puestos de trabajo -en última instancia, más de los que ocupa- porque desde el momento en que pone pie en España es, primero y ante todo, consumidor. Y es, además, un consumidor de primera categoría porque a España llega sólo con su maleta, y, por tanto, necesita establecer su hábitat partiendo de cero, es decir, tiene que comprarlo todo. Y también porque el inmigrante está ávido por mejorar rápidamente su calidad de vida, ávido de poseer todo aquello que era objeto de su deseo y que ahora está en condiciones de adquirir. A medio y largo plazo, todo eso constituye un poderoso empujón hacia delante para la economía.
La xenofobia no tiene justificación racional, y mucho menos el racismo. No hay país que no haya sido, históricamente hablando, construido por inmigrantes y por gentes de diferentes razas. Basta con que los españoles nos miremos al espejo. Sólo desde la más extraordinaria miopía o, en el caso de la gente más joven, la ignorancia y la cerrazón se puede sostener el discurso xenófobo.
El trabajo de grupos como el Movimiento contra la Intolerancia, liderado por Estaban Ibarra, es un excelente antídoto contra la ideología xenófoba que parece ir tomando cuerpo entre algunos sectores de la juventud. Conviene, por tanto, dar cuanta más cabida mejor a su discurso en los medios de comunicación y en el sistema educativo.
El objetivo es tener un país de personas tolerantes. Es decir, inteligentes.
Llama la atención que una serie de incidentes xenófobos ocurridos en los últimos meses han sido protagonizados por gente muy joven, y muy en particular los dos más recientes: el ataque a una menor ecuatoriana en Barcelona y el asesinato de un adolescente en el Metro de Madrid, tras una reyerta que se produjo en paralelo a la manifestación que habían convocado grupos de ultraderecha y neonazis en contra de los inmigrantes. Parece, además, que buena parte de quienes iban a la mencionada manifestación estaban en torno a los 15 o 16 años. ¿Cuál es el origen de semejante furia xenófoba en una gente tan joven?
No me cabe duda de que las causas de este fenómeno son múltiples, pero aun a riesgo de caer en un indebido reduccionismo quiero llamar la atención sobre lo que me parece una causa determinante: el desconocimiento por parte de esos jóvenes de nuestra Historia más reciente. No es cuestión de caer en la socrática ingenuidad de pensar que la raíz y explicación de todo crimen está exclusivamente en la falta de conocimiento (principio éste, por otra parte, en que parece basarse nuestro sistema jurídico, particularmente cuando el delincuente es un menor), pero pienso que en el caso concreto de la xenofobia de algunos jóvenes españoles un cuidadoso repaso en las aulas, o en los medios de comunicación, a la Historia social de España -particularmente en la segunda mitad del siglo XX- tendría positivos efectos terapéuticos.
Los jóvenes y adolescentes que se dejan arrastrar por la xenofobia pertenecen todos a la generación de la España rica. Muchos de ellos ni siquiera habían nacido cuando nuestro país entró en la Unión Europea, con la inmensa reticencia de muchos de nuestros vecinos, y ahora socios, que se temían que aquella España de Felipe González, con una elevadísima tasa de paro, les iba a inundar sus países de inmigrantes sureños. A España se le impuso inicialmente un periodo de siete años (que después quedaría ligeramente reducido) para el libre movimiento de trabajadores. Compárese eso con los dos años impuestos a países como Rumanía o Bulgaria.
Hablemos claro -a veces es necesario hacerlo, por duro que resulte-: los españoles no éramos precisamente objeto de deseo o admiración por parte de la Europa rica con que ahora tan complacientemente nos codeamos. Durante buena parte del siglo XX, el español era el inmigrante procedente de un país pobre y subdesarrollado, el sudaca de Europa, con la diferencia de que los latinoamericanos que vienen a trabajar a España ahora tienen un nivel educativo incomparablemente superior al de nuestros compatriotas que emigraban hace tan solo unas décadas. Y, por favor, que nadie me diga que el desprestigio de España se debía al régimen franquista, idea ésta muy extendida. Ello demuestra un tremendo desconocimiento de la Historia. España ha sido siempre un país comparativamente pobre, un país al que otros europeos ha mirado tradicionalmente con desprecio, casi diríase que como algo ajeno a la cultura europea. A Napoleón se le atribuye la famosa frase de que Africa empieza en los Pirineos.
Como extranjero -inmigrante-, muchas veces he tenido que soportar la mirada despectiva de tanto ignorante en Estados Unidos que piensa que todo lo spanish es tercermundista y de segunda categoría. Por ello me preocupa pensar que también en España puedan estar germinando actitudes similares.
El nuestro dejó de ser un país pobre y un país de emigrantes hace relativamente poco tiempo. La existencia en España de grupos neonazis que claman contra la inmigración me causa casi el mismo grado de estupefacción que la aparición de grupos neonazis en Israel que atacan a los judíos. Sin duda, el contagio de esas ideologías enfermizas entre los sectores más jóvenes de la población no se debe únicamente al desconocimiento de datos históricos, pero también es cierto que el conocimiento de los mismos contribuiría a moderar los aullidos de la arrogancia.
Los incidentes xenófobos que vienen teniendo lugar, al parecer muchos más de los que se publican en la prensa, algunos de ellos gravemente violentos, son, me temo, sólo la punta del iceberg, el síntoma ocasionalmente visible de un fenómeno que subterráneamente puede estar adquiriendo una fuerza insospechada. Por ello, es importante atajarlo cuanto antes.
Es necesario, por ejemplo, dejar de referirse a la inmigración como uno de los «problemas» que preocupan a los españoles. ¿Cómo puede considerarse un problema algo que ha beneficiado a nuestra economía tan extraordinariamente en la última década? ¿Qué actitudes o presunciones subyacen a semejante expresión?
Los economistas que trabajan en organismos de Naciones Unidas, así como los de importantes instituciones financieras españolas, coinciden en que nuestro país requiere un continuo flujo masivo de inmigrantes para mantener el actual ritmo de crecimiento económico. El auténtico problema para nuestra economía sería que dejaran de venir inmigrantes. Esta es la realidad, y es el mensaje que se debe airear vigorosamente para contrarrestar la influencia de las ideologías xenófobas.
Globalmente hablando, la inmigración hace una magnífica contribución a nuestra sociedad en todos los aspectos. Se trata de un fenómeno de dimensiones históricas que va a ayudar a situar a España en primera línea del mundo desarrollado. El inmigrante es un elemento dinámico, con ansias de prosperidad y generalmente con una enorme capacidad de sacrificio. Esa combinación de elementos es la fórmula del progreso.
Una idea de que los grupos xenófobos suelen hacer bandera es que el inmigrante quita puestos de trabajo a los españoles. El hecho es, sin embargo, como demuestran los numerosos estudios que se han realizado en los últimos años, que la inmigración genera superávit en el mercado de trabajo. Sin necesidad de entrar en explicaciones técnicas, basta ver el espectacular descenso de la tasa de paro que se ha producido en la última década en paralelo a la entrada masiva de inmigrantes.
El inmigrante, directa e indirectamente, genera puestos de trabajo -en última instancia, más de los que ocupa- porque desde el momento en que pone pie en España es, primero y ante todo, consumidor. Y es, además, un consumidor de primera categoría porque a España llega sólo con su maleta, y, por tanto, necesita establecer su hábitat partiendo de cero, es decir, tiene que comprarlo todo. Y también porque el inmigrante está ávido por mejorar rápidamente su calidad de vida, ávido de poseer todo aquello que era objeto de su deseo y que ahora está en condiciones de adquirir. A medio y largo plazo, todo eso constituye un poderoso empujón hacia delante para la economía.
La xenofobia no tiene justificación racional, y mucho menos el racismo. No hay país que no haya sido, históricamente hablando, construido por inmigrantes y por gentes de diferentes razas. Basta con que los españoles nos miremos al espejo. Sólo desde la más extraordinaria miopía o, en el caso de la gente más joven, la ignorancia y la cerrazón se puede sostener el discurso xenófobo.
El trabajo de grupos como el Movimiento contra la Intolerancia, liderado por Estaban Ibarra, es un excelente antídoto contra la ideología xenófoba que parece ir tomando cuerpo entre algunos sectores de la juventud. Conviene, por tanto, dar cuanta más cabida mejor a su discurso en los medios de comunicación y en el sistema educativo.
El objetivo es tener un país de personas tolerantes. Es decir, inteligentes.
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