Por M. Liverani, profesor de Historia Antigua de la Universidad de Roma La Sapienza. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 03/02/08):
Durante muchos siglos, la Biblia ha sido el libro más leído e influyente en el mundo judeocristiano, por motivos estrictamente teológicos. Obra pretendidamente inspirada por Dios, debía ser aceptada como tal y no podía someterse al análisis crítico. El contexto histórico en el que había surgido se juzgaba irrelevante y su contenido debía ser válido para todos y para siempre. Durante los dos últimos siglos, se ha abierto paso laboriosamente la práctica de estudiar la Biblia como un texto antiguo normal más, escrita por autores humanos de épocas distintas según los libros (y aun en el seno de un mismo libro), cuyo objeto e intención (religiosa, política o de otra naturaleza) y su visión del mundo y del hombre son muy dependientes de los conocimientos y principios éticos de la época en que fue escrita. En una palabra, se ha afianzado la práctica de someter el texto bíblico a la crítica histórica. En el caso de los estudiosos y lectores no creyentes este es el único uso que cabe hacer del texto: como una preciosa fuente de información sobre Palestina y su entorno en los siglos VII a IV antes de Cristo (cuando se compuso en su mayor parte).
Así, un mandamiento, por ejemplo, como “honrarás a tu padre y a tu madre”, tan sencillo y directo, cuando se coteja con textos legales del antiguo Oriente nos muestra que su significado era muy preciso: “honra (es decir, literalmente cuida) a tu padre y a tu madre (es decir, a la madre que ha quedado viuda) si quieres heredar la propiedad familiar”. Hacia el año 1.500 a. C., el antiguo sistema de herencia automática fue reemplazado por la noción de que la herencia debe merecerse. Especialmente asegurando el sustento de los padres ancianos y, sobre todo, de la viuda. Aun desde tal perspectiva e interpretación histórica, el mandamiento sigue siendo válido en el plano ético y podemos asumirlo, por más que los detalles legales de la transmisión hereditaria del patrimonio puedan diferir entre distintas sociedades y sistemas legales.
Sin embargo, la Biblia contiene mandamientos que hoy no podemos compartir. Por ejemplo, las disposiciones relativas a dar muerte a todos los habitantes (los cananeos) de Palestina para apoderarse de la tierra que un Dios había destinado a los “hijos de Israel”. Y ciertos grupos de colonos ingleses (no sólo ellos) que desembarcaron en suelo americano se sintieron autorizados a exterminar a los “cananeos” que encontraran (los indios de América) y a apoderarse de sus tierras.
Lo que vale para las reglas y mandamientos éticos vale también para los relatos “históricos” contenidos en la Biblia. Estos deben someterse a la crítica de acuerdo con su fiabilidad y según el propósito de sus autores y sus fuentes. Actualmente nadie puede pensar que el mundo fue creado en siete días ni que ello sucedió en el 4004 a. C. Pero hasta épocas recientes no resultaba prudente ponerlo en duda, a riesgo de acabar condenado por herejía. Y aún hoy resurgen (en Estados Unidos, pero también en Europa) poderosos grupos que defienden el “creacionismo” como alternativa válida (para su enseñanza en las escuelas) frente al evolucionismo.
En la actualidad, el debate histórico da por descontado que los relatos de la creación y del diluvio universal son “mitos fundacionales” - como dicen los historiadores de la religión-, que los relatos de los patriarcas son leyendas, que la conquista de Palestina por parte de las doce tribus de Israel tuvo lugar de modo distinto a la relatada en el libro de Josué… El debate más vivo en la actualidad se refiere a la existencia o no del “reino unido” de David y Salomón. Una cuestión no carente de consecuencias sobre la entera identidad nacional israelí. De hecho, es muy distinto considerar que Israel fue inicialmente un reino unido, subdividido posteriormente en los dos reinos de Israel y Judá, y que, así, la unidad que se constituyó al regreso de Babilonia fue una recuperación de una situación previa, o considerar en cambio que el reino unido constituye otro “mito fundacional” para dar valor e impulso a una unificación tardía. De hecho, las implicaciones de carácter nacional y político impiden a veces adoptar decisiones objetivas.
A mi modo de ver - como historiador profesional- es indiferente saber si David reinó sobre toda Palestina o sobre un pequeño territorio, o si el templo de Jerusalén era ya en tiempo de Salomón el gran santuario descrito en la Biblia. Me resulta incluso indiferente saber si David y Salomón existieron realmente y si hicieron todo lo que dice la Biblia. Sólo cuando pueda establecerse la verdad histórica (y hasta la fecha no disponemos de documentación suficiente para ello) podrán extraerse consecuencias de carácter nacional y político con conocimiento de causa y no de acuerdo con convicciones preconcebidas propias del ámbito de una fe concreta.
Durante muchos siglos, la Biblia ha sido el libro más leído e influyente en el mundo judeocristiano, por motivos estrictamente teológicos. Obra pretendidamente inspirada por Dios, debía ser aceptada como tal y no podía someterse al análisis crítico. El contexto histórico en el que había surgido se juzgaba irrelevante y su contenido debía ser válido para todos y para siempre. Durante los dos últimos siglos, se ha abierto paso laboriosamente la práctica de estudiar la Biblia como un texto antiguo normal más, escrita por autores humanos de épocas distintas según los libros (y aun en el seno de un mismo libro), cuyo objeto e intención (religiosa, política o de otra naturaleza) y su visión del mundo y del hombre son muy dependientes de los conocimientos y principios éticos de la época en que fue escrita. En una palabra, se ha afianzado la práctica de someter el texto bíblico a la crítica histórica. En el caso de los estudiosos y lectores no creyentes este es el único uso que cabe hacer del texto: como una preciosa fuente de información sobre Palestina y su entorno en los siglos VII a IV antes de Cristo (cuando se compuso en su mayor parte).
Así, un mandamiento, por ejemplo, como “honrarás a tu padre y a tu madre”, tan sencillo y directo, cuando se coteja con textos legales del antiguo Oriente nos muestra que su significado era muy preciso: “honra (es decir, literalmente cuida) a tu padre y a tu madre (es decir, a la madre que ha quedado viuda) si quieres heredar la propiedad familiar”. Hacia el año 1.500 a. C., el antiguo sistema de herencia automática fue reemplazado por la noción de que la herencia debe merecerse. Especialmente asegurando el sustento de los padres ancianos y, sobre todo, de la viuda. Aun desde tal perspectiva e interpretación histórica, el mandamiento sigue siendo válido en el plano ético y podemos asumirlo, por más que los detalles legales de la transmisión hereditaria del patrimonio puedan diferir entre distintas sociedades y sistemas legales.
Sin embargo, la Biblia contiene mandamientos que hoy no podemos compartir. Por ejemplo, las disposiciones relativas a dar muerte a todos los habitantes (los cananeos) de Palestina para apoderarse de la tierra que un Dios había destinado a los “hijos de Israel”. Y ciertos grupos de colonos ingleses (no sólo ellos) que desembarcaron en suelo americano se sintieron autorizados a exterminar a los “cananeos” que encontraran (los indios de América) y a apoderarse de sus tierras.
Lo que vale para las reglas y mandamientos éticos vale también para los relatos “históricos” contenidos en la Biblia. Estos deben someterse a la crítica de acuerdo con su fiabilidad y según el propósito de sus autores y sus fuentes. Actualmente nadie puede pensar que el mundo fue creado en siete días ni que ello sucedió en el 4004 a. C. Pero hasta épocas recientes no resultaba prudente ponerlo en duda, a riesgo de acabar condenado por herejía. Y aún hoy resurgen (en Estados Unidos, pero también en Europa) poderosos grupos que defienden el “creacionismo” como alternativa válida (para su enseñanza en las escuelas) frente al evolucionismo.
En la actualidad, el debate histórico da por descontado que los relatos de la creación y del diluvio universal son “mitos fundacionales” - como dicen los historiadores de la religión-, que los relatos de los patriarcas son leyendas, que la conquista de Palestina por parte de las doce tribus de Israel tuvo lugar de modo distinto a la relatada en el libro de Josué… El debate más vivo en la actualidad se refiere a la existencia o no del “reino unido” de David y Salomón. Una cuestión no carente de consecuencias sobre la entera identidad nacional israelí. De hecho, es muy distinto considerar que Israel fue inicialmente un reino unido, subdividido posteriormente en los dos reinos de Israel y Judá, y que, así, la unidad que se constituyó al regreso de Babilonia fue una recuperación de una situación previa, o considerar en cambio que el reino unido constituye otro “mito fundacional” para dar valor e impulso a una unificación tardía. De hecho, las implicaciones de carácter nacional y político impiden a veces adoptar decisiones objetivas.
A mi modo de ver - como historiador profesional- es indiferente saber si David reinó sobre toda Palestina o sobre un pequeño territorio, o si el templo de Jerusalén era ya en tiempo de Salomón el gran santuario descrito en la Biblia. Me resulta incluso indiferente saber si David y Salomón existieron realmente y si hicieron todo lo que dice la Biblia. Sólo cuando pueda establecerse la verdad histórica (y hasta la fecha no disponemos de documentación suficiente para ello) podrán extraerse consecuencias de carácter nacional y político con conocimiento de causa y no de acuerdo con convicciones preconcebidas propias del ámbito de una fe concreta.
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