Por Rubén Herrero, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense (EL PERIÓDICO, 15/11/07):
Ya desde hace un tiempo, Oriente Próximo afronta la incógnita, para unos, y la amenaza, para otros, del programa nuclear de Irán. ¿Desean realmente los iranís un programa nuclear con usos civiles y pacíficos? ¿O, por el contrario, se trata de conseguir armas nucleares para conquistar el estatus de potencia regional y disuadir a otros actores de la sociedad internacional de usar la fuerza contra ellos?
La respuesta es esencial para el ordenamiento geoestratégico presente y futuro de una zona sometida a fuertes tensiones, y de cuya estabilidad dependen en buena parte la seguridad política y económica de Occidente y Asia.
CON RESPECTO a la primera opción, tenemos los argumentos del presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, que pide a la comunidad internacional que respete el derecho de su país a gobernarse a sí mismo y, por lo tanto, a disponer de energía nuclear para uso no militar de acuerdo con el artículo cuarto del Tratado de No Proliferación (TNP).
Referente a la segunda opción, podemos fijarnos en cuatro actitudes actuales del régimen iraní. Primera, la progresiva involución del Gobierno de Irán hacia el autoritarismo y el fundamentalismo teocráticos. Segunda, la negativa a someterse a inspecciones por parte de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA), lo que viola el artículo tercero del TNP. Tercera, la espiral de violencia dialéctica contra Israel y sus aliados occidentales, que incluye la muy seria amenaza (varias veces proferida) de aniquilar al Estado hebreo, mezclada con delirios inaceptables, como por ejemplo negar el Holocausto o proponer el traslado del Estado judío a Alaska o Canadá. Y cuarta, la reciente dimisión del principal negociador del programa nuclear, Alí Lariyani, que defendía el programa nuclear, pero, al mismo tiempo, era partidario de hacer ciertas concesiones relativas al control internacional y al calendario de desarrollo del mismo.
Las pruebas parecen acumularse contra Irán, que soporta ya dos rondas de sanciones de la ONU. Actos como el de negarse a la inspección de la OIEA refuerzan las percepciones y argumentos de Estados Unidos, Israel, Gran Bretaña y Francia sobre lo peligroso del programa nuclear iraní y el uso de la fuerza, si es necesario, para terminar con la amenaza.
POR SU PARTE, Irán cuenta con escasos apoyos. Por un lado, el apoyo de Rusia, que en su intento de volver a ser potencia global ha de formular una agenda de política exterior diferente de la del resto de actores internacionales importantes. Pero Rusia ya no es lo que era y no dispone de las capacidades necesarias para defender sus grandes aspiraciones globales. Y, por otro lado, también recibe el apoyo de la Venezuela de Hugo Chávez, la Bolivia de Evo Morales y la Cuba de Fidel Castro, todos ellos actores de reducido peso, movidos por sus sentimientos antinorteamericanos.
La mayor parte de la comunidad internacional ha emitido ya un veredicto: no se fía de Irán y percibe que Oriente Próximo no puede permitirse la inestabilidad y la carrera de armamentos que la culminación del programa nuclear de Irán supondrí- an en esa zona del mundo. En este sentido, razón no le falta, pues los países sunís de la región no iban a quedarse de brazos cruzados si el único país mayoritariamente chií logra armas nucleares.
Además, un Irán nuclear, al sentirse (casi) a salvo de represalias, llevaría a cabo una agresiva política contra aquellos que pudieran disputarle la primacía regional y apoyaría sin el menor disimulo a los chiís de Irak y a Hizbulá en el Líbano, complicando aún más la endiablada situación de ambos países y, por ende, toda de la región. Todo esto traería como consecuencia la presencia ad aeternum de EEUU en la zona en apoyo permanente de sus aliados árabes, y un más que probable conflicto con Israel.
PARA EVITAR todo ello, en su decidida posición contra las pretensiones de Teherán, Estados Unidos y Gran Bretaña cuentan con el apoyo, por razones obvias, de Israel y Turquía. El primero defiende su supervivencia física y ya ha avisado de que bajo ningún concepto permitirá un Irán nuclear, y que, si es necesario, emprenderá acciones militares unilaterales, similares a las consumadas en los años 80 contra Irak y, como hace poco, contra Siria (destruyendo un posible embrión de instalación nuclear). Turquía, por su parte, podría sumarse, no tanto en defensa de los intereses de Occidente, sino de los suyos propios, ya que ve en Irán un posible rival para la hegemonía regional.
Y destaca, por encima de todo, la postura oficial de Francia, que por boca de su ministro de Asuntos Exteriores, Bernard Kouchner, en septiembre pasado, manifestó “que habría que prepararse para lo peor” si las negociaciones con el régimen iraní fracasaran.
En todo este proceso, la UE vuelve a desempeñar un papel de convidado de piedra, limitándose a mantener infructuosas reuniones con los iranís sin conseguir contrapartidas relevantes, pero que permiten a Teherán ganar tiempo para conseguir sus objetivos. Cuanto más cerca esté Irán de alcanzarlos, más se aproxima hacia nosotros el espectro de la guerra.
Ya desde hace un tiempo, Oriente Próximo afronta la incógnita, para unos, y la amenaza, para otros, del programa nuclear de Irán. ¿Desean realmente los iranís un programa nuclear con usos civiles y pacíficos? ¿O, por el contrario, se trata de conseguir armas nucleares para conquistar el estatus de potencia regional y disuadir a otros actores de la sociedad internacional de usar la fuerza contra ellos?
La respuesta es esencial para el ordenamiento geoestratégico presente y futuro de una zona sometida a fuertes tensiones, y de cuya estabilidad dependen en buena parte la seguridad política y económica de Occidente y Asia.
CON RESPECTO a la primera opción, tenemos los argumentos del presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, que pide a la comunidad internacional que respete el derecho de su país a gobernarse a sí mismo y, por lo tanto, a disponer de energía nuclear para uso no militar de acuerdo con el artículo cuarto del Tratado de No Proliferación (TNP).
Referente a la segunda opción, podemos fijarnos en cuatro actitudes actuales del régimen iraní. Primera, la progresiva involución del Gobierno de Irán hacia el autoritarismo y el fundamentalismo teocráticos. Segunda, la negativa a someterse a inspecciones por parte de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA), lo que viola el artículo tercero del TNP. Tercera, la espiral de violencia dialéctica contra Israel y sus aliados occidentales, que incluye la muy seria amenaza (varias veces proferida) de aniquilar al Estado hebreo, mezclada con delirios inaceptables, como por ejemplo negar el Holocausto o proponer el traslado del Estado judío a Alaska o Canadá. Y cuarta, la reciente dimisión del principal negociador del programa nuclear, Alí Lariyani, que defendía el programa nuclear, pero, al mismo tiempo, era partidario de hacer ciertas concesiones relativas al control internacional y al calendario de desarrollo del mismo.
Las pruebas parecen acumularse contra Irán, que soporta ya dos rondas de sanciones de la ONU. Actos como el de negarse a la inspección de la OIEA refuerzan las percepciones y argumentos de Estados Unidos, Israel, Gran Bretaña y Francia sobre lo peligroso del programa nuclear iraní y el uso de la fuerza, si es necesario, para terminar con la amenaza.
POR SU PARTE, Irán cuenta con escasos apoyos. Por un lado, el apoyo de Rusia, que en su intento de volver a ser potencia global ha de formular una agenda de política exterior diferente de la del resto de actores internacionales importantes. Pero Rusia ya no es lo que era y no dispone de las capacidades necesarias para defender sus grandes aspiraciones globales. Y, por otro lado, también recibe el apoyo de la Venezuela de Hugo Chávez, la Bolivia de Evo Morales y la Cuba de Fidel Castro, todos ellos actores de reducido peso, movidos por sus sentimientos antinorteamericanos.
La mayor parte de la comunidad internacional ha emitido ya un veredicto: no se fía de Irán y percibe que Oriente Próximo no puede permitirse la inestabilidad y la carrera de armamentos que la culminación del programa nuclear de Irán supondrí- an en esa zona del mundo. En este sentido, razón no le falta, pues los países sunís de la región no iban a quedarse de brazos cruzados si el único país mayoritariamente chií logra armas nucleares.
Además, un Irán nuclear, al sentirse (casi) a salvo de represalias, llevaría a cabo una agresiva política contra aquellos que pudieran disputarle la primacía regional y apoyaría sin el menor disimulo a los chiís de Irak y a Hizbulá en el Líbano, complicando aún más la endiablada situación de ambos países y, por ende, toda de la región. Todo esto traería como consecuencia la presencia ad aeternum de EEUU en la zona en apoyo permanente de sus aliados árabes, y un más que probable conflicto con Israel.
PARA EVITAR todo ello, en su decidida posición contra las pretensiones de Teherán, Estados Unidos y Gran Bretaña cuentan con el apoyo, por razones obvias, de Israel y Turquía. El primero defiende su supervivencia física y ya ha avisado de que bajo ningún concepto permitirá un Irán nuclear, y que, si es necesario, emprenderá acciones militares unilaterales, similares a las consumadas en los años 80 contra Irak y, como hace poco, contra Siria (destruyendo un posible embrión de instalación nuclear). Turquía, por su parte, podría sumarse, no tanto en defensa de los intereses de Occidente, sino de los suyos propios, ya que ve en Irán un posible rival para la hegemonía regional.
Y destaca, por encima de todo, la postura oficial de Francia, que por boca de su ministro de Asuntos Exteriores, Bernard Kouchner, en septiembre pasado, manifestó “que habría que prepararse para lo peor” si las negociaciones con el régimen iraní fracasaran.
En todo este proceso, la UE vuelve a desempeñar un papel de convidado de piedra, limitándose a mantener infructuosas reuniones con los iranís sin conseguir contrapartidas relevantes, pero que permiten a Teherán ganar tiempo para conseguir sus objetivos. Cuanto más cerca esté Irán de alcanzarlos, más se aproxima hacia nosotros el espectro de la guerra.
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