Por Irene Boada, periodista y filóloga (EL PERIÓDICO, 26/01/08):
La cortesía y los buenas formas son más importantes que las propias leyes, decía el filósofo Edmund Burke. Son lo que nos enoja o lo que nos cura, lo que nos corrompe o lo que nos purifica, lo que nos hace mejores o nos degrada, lo que nos banaliza o nos refina, decía el irlandés. En efecto, hay una enorme diferencia entre tratar con una persona amable y educada o con una que no lo es, y, de forma sorprendente, esta virtud está perdiendo valor.
De un sistema disciplinar feroz en la escuela durante el franquismo pasamos a un preocupante abandono de la cuestión del comportamiento en las escuelas, y las consecuencias de este error han sido importantes. Entre los docentes, existe una sensación de frustración y poca autoestima. Uno de cada cuatro maestros que está de baja laboral lo está por depresión. Los maestros se encuentran desamparados frente a los niños violentos y con mal comportamiento. Uno de los problemas es que, ante actitudes agresivas en la clase, los maestros no saben muy bien lo que tienen que hacer, las medidas concretas que tienen que tomar, a quién recurrir.
En consecuencia, ante actitudes de mala conducta, a menudo el maestro acaba haciendo la vista gorda, lo que causa que las actitudes antisociales proliferen y los bullyings puedan darse con impunidad, mientras que los más débiles, también con frecuencia los más numerosos, pagan las consecuencias de ello. Todos hemos oído casos de ataques en los patios o a las salidas de las escuelas, normalmente en los que las personas vulnerables son las víctimas, en algunos casos incluso niños con discapacidades mentales, y los propios padres no saben qué hacer ni a dónde acudir ya que los maestros no se sienten capacitados para dar una respuesta a esto y se sienten impotentes.
El problema posiblemente vaya más allá de nuestras fronteras, se extienda por el mundo occidental y vaya más allá de las escuelas, hacia otros sectores profesionales. En realidad, se habla de una crisis de autoridad generalizada que también afecta al mundo policial, sanitario, político. Pero creo que es especialmente preocupante en nuestro país. Durante unos años y todavía ahora, está mal visto poner límites a los hijos, cuando la autoridad también es un instrumento totalmente necesario para educar, además de la persuasión y el diálogo. Una sociedad demasiado permisiva, que no ofrece pautas claras puede generar una juventud perdida y desorientada.
En la escuela los niños deberían saber que si el comportamiento no es aceptable, habrá un castigo inmediato. Las escuelas deberían poner todos los medios posibles: psicólogos, aulas especializadas para niños violentos, etcétera. Incluso quizá deberíamos contemplar la expulsión como última opción cuando existe una seria indisciplina grave o se ha dañado a alguien, y obviamente cuando hay escuelas especiales para estos niños que presentan una conducta antisocial extrema. Hasta ahora estos límites han quedado poco definidos y el resultado ha sido de poca eficiencia en el aprendizaje y poca preparación entre los jóvenes a la hora de tener un comportamiento social y saber comportarse en una democracia donde el respeto por los derechos de toda la ciudadanía es fundamental.
DE POCO servirá la asignatura de ciudadanía en la secundaria, si en la primaria no se han aprendido unas mínimas formas de comportamiento social, hacia los compañeros, hacia los maestros. Podemos tener muchas leyes de educación, pero, por muy sofisticadas que sean, si no se presta atención al comportamiento en la escuela, será difícil mejorar.
El objetivo tendría que ser, pues, bastante claro: un profesorado con autoridad, tolerancia cero al abuso verbal o físico por parte de los escolares y a la interrupción del normal desarrollo de las clases. Por tanto, habría que establecer unas medidas concretas que deberían promoverse desde la Conselleria de Educació y que deberían asegurar que todas las escuelas siguen las políticas de promoción de buen comportamiento entre los alumnos. La dirección de las escuelas debería tener un papel totalmente protagonista y debería garantizar el buen comportamiento de los niños en la escuela, a través de unos protocolos, revisados cada año. Se deberían publicar regularmente, de forma clara, las medidas concretas que se aplican en la escuela para promover el buen comportamiento y habría que asegurarse de que toda persona de la comunidad educativa lo recibe. Estos protocolos deberían contener temas como el bullying y el acoso sexual o racial.
HAY QUE asegurarse de que todo el mundo tiene claro el modo en el que se puede denunciar el bullying al equipo de la escuela y cuáles son las acciones para frenarlo que pueden llevarse a cabo, legales en última instancia. Sería imprescindible asegurar que los límites de lo que es aceptable quedan bien claros para todo el mundo, las sanciones que podrían aplicarse y cómo se aplican.
Es fundamental que la escuela adquiera la autoridad que le corresponde. Saber hablar bien a los demás, no ofender, no molestar, no usar un lenguaje abusivo y tener una actitud de cooperación; todo ello debería ser casi como aprender a andar. No es preciso que un día vengan a filmar a nuestras aulas periodistas daneses o suecos imágenes esperpénticas de niños que boicotean la clase para que se hable de este tema. Nosotros, madres, padres, maestros, ciudadanos, sabemos muy bien cuál es el problema. Solo de un modo decidido desde la Administración y con la colaboración del profesorado podremos lograr tener una juventud más motivada, más amable y con más preparación.
La cortesía y los buenas formas son más importantes que las propias leyes, decía el filósofo Edmund Burke. Son lo que nos enoja o lo que nos cura, lo que nos corrompe o lo que nos purifica, lo que nos hace mejores o nos degrada, lo que nos banaliza o nos refina, decía el irlandés. En efecto, hay una enorme diferencia entre tratar con una persona amable y educada o con una que no lo es, y, de forma sorprendente, esta virtud está perdiendo valor.
De un sistema disciplinar feroz en la escuela durante el franquismo pasamos a un preocupante abandono de la cuestión del comportamiento en las escuelas, y las consecuencias de este error han sido importantes. Entre los docentes, existe una sensación de frustración y poca autoestima. Uno de cada cuatro maestros que está de baja laboral lo está por depresión. Los maestros se encuentran desamparados frente a los niños violentos y con mal comportamiento. Uno de los problemas es que, ante actitudes agresivas en la clase, los maestros no saben muy bien lo que tienen que hacer, las medidas concretas que tienen que tomar, a quién recurrir.
En consecuencia, ante actitudes de mala conducta, a menudo el maestro acaba haciendo la vista gorda, lo que causa que las actitudes antisociales proliferen y los bullyings puedan darse con impunidad, mientras que los más débiles, también con frecuencia los más numerosos, pagan las consecuencias de ello. Todos hemos oído casos de ataques en los patios o a las salidas de las escuelas, normalmente en los que las personas vulnerables son las víctimas, en algunos casos incluso niños con discapacidades mentales, y los propios padres no saben qué hacer ni a dónde acudir ya que los maestros no se sienten capacitados para dar una respuesta a esto y se sienten impotentes.
El problema posiblemente vaya más allá de nuestras fronteras, se extienda por el mundo occidental y vaya más allá de las escuelas, hacia otros sectores profesionales. En realidad, se habla de una crisis de autoridad generalizada que también afecta al mundo policial, sanitario, político. Pero creo que es especialmente preocupante en nuestro país. Durante unos años y todavía ahora, está mal visto poner límites a los hijos, cuando la autoridad también es un instrumento totalmente necesario para educar, además de la persuasión y el diálogo. Una sociedad demasiado permisiva, que no ofrece pautas claras puede generar una juventud perdida y desorientada.
En la escuela los niños deberían saber que si el comportamiento no es aceptable, habrá un castigo inmediato. Las escuelas deberían poner todos los medios posibles: psicólogos, aulas especializadas para niños violentos, etcétera. Incluso quizá deberíamos contemplar la expulsión como última opción cuando existe una seria indisciplina grave o se ha dañado a alguien, y obviamente cuando hay escuelas especiales para estos niños que presentan una conducta antisocial extrema. Hasta ahora estos límites han quedado poco definidos y el resultado ha sido de poca eficiencia en el aprendizaje y poca preparación entre los jóvenes a la hora de tener un comportamiento social y saber comportarse en una democracia donde el respeto por los derechos de toda la ciudadanía es fundamental.
DE POCO servirá la asignatura de ciudadanía en la secundaria, si en la primaria no se han aprendido unas mínimas formas de comportamiento social, hacia los compañeros, hacia los maestros. Podemos tener muchas leyes de educación, pero, por muy sofisticadas que sean, si no se presta atención al comportamiento en la escuela, será difícil mejorar.
El objetivo tendría que ser, pues, bastante claro: un profesorado con autoridad, tolerancia cero al abuso verbal o físico por parte de los escolares y a la interrupción del normal desarrollo de las clases. Por tanto, habría que establecer unas medidas concretas que deberían promoverse desde la Conselleria de Educació y que deberían asegurar que todas las escuelas siguen las políticas de promoción de buen comportamiento entre los alumnos. La dirección de las escuelas debería tener un papel totalmente protagonista y debería garantizar el buen comportamiento de los niños en la escuela, a través de unos protocolos, revisados cada año. Se deberían publicar regularmente, de forma clara, las medidas concretas que se aplican en la escuela para promover el buen comportamiento y habría que asegurarse de que toda persona de la comunidad educativa lo recibe. Estos protocolos deberían contener temas como el bullying y el acoso sexual o racial.
HAY QUE asegurarse de que todo el mundo tiene claro el modo en el que se puede denunciar el bullying al equipo de la escuela y cuáles son las acciones para frenarlo que pueden llevarse a cabo, legales en última instancia. Sería imprescindible asegurar que los límites de lo que es aceptable quedan bien claros para todo el mundo, las sanciones que podrían aplicarse y cómo se aplican.
Es fundamental que la escuela adquiera la autoridad que le corresponde. Saber hablar bien a los demás, no ofender, no molestar, no usar un lenguaje abusivo y tener una actitud de cooperación; todo ello debería ser casi como aprender a andar. No es preciso que un día vengan a filmar a nuestras aulas periodistas daneses o suecos imágenes esperpénticas de niños que boicotean la clase para que se hable de este tema. Nosotros, madres, padres, maestros, ciudadanos, sabemos muy bien cuál es el problema. Solo de un modo decidido desde la Administración y con la colaboración del profesorado podremos lograr tener una juventud más motivada, más amable y con más preparación.
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