Por Esther Bendahan, novelista (EL PAÍS, 31/01/08):
Hace 110 años, el 13 de enero de 1898, el escritor Emile Zola publicó su texto Yo acuso en L’Aurore. Pensó publicarlo como folleto, pero luego supuso que tendría mayor resonancia en un periódico. “Desde entonces”, escribió, “ese periódico se convirtió en mi refugio, en la tribuna de la libertad y de la verdad, donde podía decir todo”. Y para quienes defendemos el derecho a la inocencia, ésa es aún el alma de un periódico. Esa edición de L’Aurore, de la que se vendieron 300.000 ejemplares, supuso un cambio trascendental en la idea del periódico como espacio de opinión.
El texto de Zola, presentado como una carta a monsieur Felix Fauré, presidente de la República Francesa, analiza el caso Dreyfus. El autor defiende al coronel Picquard y a Dreyfus, “dos víctimas, dos seres honestos”. Y continúa: “Yo acuso a ocho personajes o instituciones que contribuyeron a la ocultación del caso”.
El caso Dreyfus avivó el odio antisemita despertado por el cautiverio de la razón. En 1894 el servicio de contraespionaje francés interceptó unas notas dirigidas al agregado militar alemán en París, donde se le daba información secreta. Había que encontrar un culpable y resultó que el oficial Dreyfus era judío, lo que le convertía automáticamente en sospechoso. Se le enjuició en 1895 por espionaje y fue condenado a cadena perpetua en la Guayana Francesa. Pero su familia no se rindió, convencida de su inocencia. Y en 1896 el coronel Picquard encontró pruebas que señalaban al comandante Ferdinand Walsin Esterhazy.
Picquard fue apartado del caso. Los movimientos más nacionalistas siguieron acusando a Dreyfus, mientras la izquierda creía en su inocencia. El caso se convirtió en un lienzo en blanco, como la obra Art de Yasmina Reza, donde proyectar prejuicios y miedos, donde pensar en la identidad y la nación.
Fueron los antidreyfusard quienes acuñaron la palabra “intelectuales” para referirse a quienes creían en la inocencia del judío. Se generó una oleada antisemita y un apasionado debate, especialmente a partir del texto de Zola. Éste denunciaba la ocultación de pruebas que exculpaban a Dreyfus y pedía la reapertura del caso. La resistencia a hacerlo era enorme. Hasta que el 12 de julio de 1906, cuatro años después de la muerte de Zola, Dreyfus fue rehabilitado. Era inocente.
El caso generó nuevas ideas que alumbraron las cavernas de Europa. Mostró que en el inconsciente de este continente, como se vería de manera feroz después, existía la pulsión del odio al otro. Hay que señalar que la perversa obra de ficción Los Protocolos de los sabios de Sión, un long-seller antijudío y antimodernidad, se publicó en Rusia en esa misma época.
¿Qué hubiera sucedido de ser culpable Dreyfus? ¿Puede un judío ser culpable sin que por ello se culpabilice a los demás?
Ya en el caso Dreyfus vemos que, como escribió Reyes Mate, “el judaísmo no es un asunto religioso que afecte meramente a los judíos. Es una cuestión europea que tiene que ver con toda nuestra cultura, con la filosofía y también con la política y con la historia”.
Uno debería preguntarse ante cada momento histórico: ¿de qué lado hubiera estado yo? El caso Dreyfus mostró, por una parte, que la idea sobre lo judío es una medida de la salud del pensamiento europeo, y, por otra, generó un movimiento basado en un anhelo espiritual milenario: el sionismo.
En París, en 1895, Teodor Herzl, según cuenta en sus memorias Stefan Zweig, “había asistido en calidad de corresponsal a la degradación pública de Alfred Dreyfus, había visto arrancar las charreteras a un hombre pálido que exclamaba “Soy inocente”. Y en aquel mismo instante se habría convencido, en lo más hondo de su conciencia, de que Dreyfus era inocente y de que sólo era acusado por ser judío”. El grito de “Muerte al judío” le dio a ese corresponsal la idea de un nuevo Estado donde ser judío no fuera una culpa.
Zola acaba su texto señalando que se pone a disposición de la justicia si su denuncia es considerada una difamación. Pero fueron las acusaciones a Dreyfus las que sobrepasaron el límite de lo opinable. Éste es otro aspecto que permite iluminar la actualidad: el derecho a la libre opinión frente el derecho a ser protegido de una idea delictiva. Es lo que está en cuestión en actual debate acerca del negacionismo. ¿Se puede considerar una opinión negar el Holocausto? ¿No es más bien una conducta justificativa del delito? ¿No se trata de un arma de la ideología nazi?
Zola, que murió asfixiado por una estufa -una muerte bajo sospecha-, había recibido numerosas amenazas. Su fallecimiento nunca fue aclarado del todo. En cualquier caso, este escritor fue un ejemplo de compromiso intelectual consciente y responsable. Zola estaba menos preocupado por la venta de libros y por el aplauso que por el despertar de conciencias. Daba valor y significado a la palabra, impidiendo así la derrota del pensamiento. Abrió en su tiempo una brecha en los prejuicios.
Pero detrás de Zola había un periódico impreso y además 300.000 compradores, cada uno de ellos una voz y una conciencia. Y ellos hablaron en los hogares, las fábricas, las tabernas, contribuyeron a pensar y a cambiar una injusta situación.
La palabra debe buscar la verdad, pero nada dice si no encuentra ese “tú” que le escucha. También este enero es el aniversario de esos lectores del Yo acuso. Esos lectores comprometidos dieron los primeros pasos de la modernidad.
Hace 110 años, el 13 de enero de 1898, el escritor Emile Zola publicó su texto Yo acuso en L’Aurore. Pensó publicarlo como folleto, pero luego supuso que tendría mayor resonancia en un periódico. “Desde entonces”, escribió, “ese periódico se convirtió en mi refugio, en la tribuna de la libertad y de la verdad, donde podía decir todo”. Y para quienes defendemos el derecho a la inocencia, ésa es aún el alma de un periódico. Esa edición de L’Aurore, de la que se vendieron 300.000 ejemplares, supuso un cambio trascendental en la idea del periódico como espacio de opinión.
El texto de Zola, presentado como una carta a monsieur Felix Fauré, presidente de la República Francesa, analiza el caso Dreyfus. El autor defiende al coronel Picquard y a Dreyfus, “dos víctimas, dos seres honestos”. Y continúa: “Yo acuso a ocho personajes o instituciones que contribuyeron a la ocultación del caso”.
El caso Dreyfus avivó el odio antisemita despertado por el cautiverio de la razón. En 1894 el servicio de contraespionaje francés interceptó unas notas dirigidas al agregado militar alemán en París, donde se le daba información secreta. Había que encontrar un culpable y resultó que el oficial Dreyfus era judío, lo que le convertía automáticamente en sospechoso. Se le enjuició en 1895 por espionaje y fue condenado a cadena perpetua en la Guayana Francesa. Pero su familia no se rindió, convencida de su inocencia. Y en 1896 el coronel Picquard encontró pruebas que señalaban al comandante Ferdinand Walsin Esterhazy.
Picquard fue apartado del caso. Los movimientos más nacionalistas siguieron acusando a Dreyfus, mientras la izquierda creía en su inocencia. El caso se convirtió en un lienzo en blanco, como la obra Art de Yasmina Reza, donde proyectar prejuicios y miedos, donde pensar en la identidad y la nación.
Fueron los antidreyfusard quienes acuñaron la palabra “intelectuales” para referirse a quienes creían en la inocencia del judío. Se generó una oleada antisemita y un apasionado debate, especialmente a partir del texto de Zola. Éste denunciaba la ocultación de pruebas que exculpaban a Dreyfus y pedía la reapertura del caso. La resistencia a hacerlo era enorme. Hasta que el 12 de julio de 1906, cuatro años después de la muerte de Zola, Dreyfus fue rehabilitado. Era inocente.
El caso generó nuevas ideas que alumbraron las cavernas de Europa. Mostró que en el inconsciente de este continente, como se vería de manera feroz después, existía la pulsión del odio al otro. Hay que señalar que la perversa obra de ficción Los Protocolos de los sabios de Sión, un long-seller antijudío y antimodernidad, se publicó en Rusia en esa misma época.
¿Qué hubiera sucedido de ser culpable Dreyfus? ¿Puede un judío ser culpable sin que por ello se culpabilice a los demás?
Ya en el caso Dreyfus vemos que, como escribió Reyes Mate, “el judaísmo no es un asunto religioso que afecte meramente a los judíos. Es una cuestión europea que tiene que ver con toda nuestra cultura, con la filosofía y también con la política y con la historia”.
Uno debería preguntarse ante cada momento histórico: ¿de qué lado hubiera estado yo? El caso Dreyfus mostró, por una parte, que la idea sobre lo judío es una medida de la salud del pensamiento europeo, y, por otra, generó un movimiento basado en un anhelo espiritual milenario: el sionismo.
En París, en 1895, Teodor Herzl, según cuenta en sus memorias Stefan Zweig, “había asistido en calidad de corresponsal a la degradación pública de Alfred Dreyfus, había visto arrancar las charreteras a un hombre pálido que exclamaba “Soy inocente”. Y en aquel mismo instante se habría convencido, en lo más hondo de su conciencia, de que Dreyfus era inocente y de que sólo era acusado por ser judío”. El grito de “Muerte al judío” le dio a ese corresponsal la idea de un nuevo Estado donde ser judío no fuera una culpa.
Zola acaba su texto señalando que se pone a disposición de la justicia si su denuncia es considerada una difamación. Pero fueron las acusaciones a Dreyfus las que sobrepasaron el límite de lo opinable. Éste es otro aspecto que permite iluminar la actualidad: el derecho a la libre opinión frente el derecho a ser protegido de una idea delictiva. Es lo que está en cuestión en actual debate acerca del negacionismo. ¿Se puede considerar una opinión negar el Holocausto? ¿No es más bien una conducta justificativa del delito? ¿No se trata de un arma de la ideología nazi?
Zola, que murió asfixiado por una estufa -una muerte bajo sospecha-, había recibido numerosas amenazas. Su fallecimiento nunca fue aclarado del todo. En cualquier caso, este escritor fue un ejemplo de compromiso intelectual consciente y responsable. Zola estaba menos preocupado por la venta de libros y por el aplauso que por el despertar de conciencias. Daba valor y significado a la palabra, impidiendo así la derrota del pensamiento. Abrió en su tiempo una brecha en los prejuicios.
Pero detrás de Zola había un periódico impreso y además 300.000 compradores, cada uno de ellos una voz y una conciencia. Y ellos hablaron en los hogares, las fábricas, las tabernas, contribuyeron a pensar y a cambiar una injusta situación.
La palabra debe buscar la verdad, pero nada dice si no encuentra ese “tú” que le escucha. También este enero es el aniversario de esos lectores del Yo acuso. Esos lectores comprometidos dieron los primeros pasos de la modernidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario