Por Benjamín Prado, escritor (EL PAÍS, 26/10/07):
Todo el mundo sabe lo que es un poema, pero nadie sabe qué es exactamente la poesía, ni de qué está hecha, ni dónde puede aparecer, ni cuáles son sus fronteras. Tal vez es que esas fronteras sólo existen para los artistas irrelevantes, pero no para los genios, que si lo son es porque no creen en los límites. Bob Dylan es un genio, y aunque no escribe poemas, sus canciones están llenas de versos que cualquier escritor con ojos en la cara daría cualquier cosa por haber escrito. Que haya gente que se escandalice porque lo propongan para el Nobel de Literatura sólo puede significar dos cosas: o no lo han leído a él o no han leído los discursos de Churchill, las obras de teatro de Echegaray o la mayor parte de las novelas de Cela, que tuvieron el mismo premio y escriben peor.
A su dylanísima, que está perdiendo un montón de dinero con eso de no escribir poemas, si tenemos en cuenta que los que escribió cuando era un adolescente fueron vendidos en una subasta, hace un par de años, por 66.000 euros, le han llamado muchas cosas, desde Picasso del rock a profeta, pero lo que él, que le puso a su guitarra Fender el nombre de Rimbaud, ha sido siempre es un músico literario, alguien que ha llevado a otros músicos hacia la poesía -lo cual vale para John Lennon y para Bruce Springsteen, para Patti Smith y para Joaquín Sabina-, y también alguien que siempre fue un músico para poetas: si uno rastrea en esa dirección, lo puede encontrar grabando un disco con Allen Ginsberg, haciéndose fotos con Michael McClure y en la tumba de Jack Kerouac, escribiendo una letra a medias con Sam Shepard o haciendo una aparición estelar en un poema de Blas de Otero donde se dice que hay mañanas de domingo en que resulta absolutamente imprescindible escuchar un disco de Bob Dylan. Créanme, si tienen en su casa más de cien libros, en sus estanterías hay mucho más Bob Dylan del que ustedes creen, aunque no tengan ningún libro suyo.
Por supuesto, antes de Dylan había habido grandes escritores de canciones, como por ejemplo Hank Williams, pero después de él casi todos quisieron serlo con una guitarra eléctrica en la mano. Y en eso también ha sido, más que una simple estrella del rock, una especie de sistema de medida, porque después de escuchar sus discos no se puede aspirar a ser un compositor serio dejando las letras aparte. Claro que se pueden escribir canciones inolvidables con letras que no tengan nada que recordar, como las de los primeros discos de los Beatles. Pero también es verdad que cuando los Beatles conocieron a Dylan y Lennon quiso ser él, se transformaron en la mejor versión posible de ellos mismos, la más dylaniana, la de Revolver y Rubber soul, por ejemplo, que son obras que siempre parecen haber sido escritas pasado mañana.
Ahora que acaba de aparecer en España la traducción de las letras completas de Dylan, los lectores tienen otra gran oportunidad de volver a comprobar su magia, que es el arte de convertir unas cosas en otras y que, en su caso, consiste en que sus canciones se transforman en poemas en cuanto les quitas la música. Hay poquísimos compositores capaces de hacer eso. Si no me creen, hagan la prueba y verán.
Dylan también ha escrito un par de libros. El primero se llamaba Tarántula y no se entiende nada, pero me gusta por dos motivos: porque demuestra que las canciones que escribía Dylan en sus años ácidos venían de la poesía surrealista y porque tengo la primera edición, que me regaló mi rey, Javier Marías, si no recuerdo mal para corresponder a unas grabaciones que le hice de Dylan en las que cantaba temas inéditos que se habían quedado fuera de su banda sonora de Pat Garrett & Billy the Kid. El otro libro es la primera parte de su autobiografía, Crónicas, y me gusta más, entre otros motivos, porque después de haber leído un millón de biografías sobre Dylan, lo que Dylan dice de sí mismo no tiene nada que ver con ninguna de ellas. Pero en ninguno de ellos está la verdadera poesía que Bob Dylan ha enmascarado en sus canciones, que tienen tantos versos, tantas ideas y tantos hallazgos formidables, que no queda nada que robar en ellas: ni se molesten, ya las hemos saqueado antes otros poetas, así que los nuevos tendrán que ir a otra parte. Pero qué gran placer es leer de nuevo sus letras y volver a encontrarse cara a cara con el poeta que hay escondido en sus canciones.
Todo el mundo sabe lo que es un poema, pero nadie sabe qué es exactamente la poesía, ni de qué está hecha, ni dónde puede aparecer, ni cuáles son sus fronteras. Tal vez es que esas fronteras sólo existen para los artistas irrelevantes, pero no para los genios, que si lo son es porque no creen en los límites. Bob Dylan es un genio, y aunque no escribe poemas, sus canciones están llenas de versos que cualquier escritor con ojos en la cara daría cualquier cosa por haber escrito. Que haya gente que se escandalice porque lo propongan para el Nobel de Literatura sólo puede significar dos cosas: o no lo han leído a él o no han leído los discursos de Churchill, las obras de teatro de Echegaray o la mayor parte de las novelas de Cela, que tuvieron el mismo premio y escriben peor.
A su dylanísima, que está perdiendo un montón de dinero con eso de no escribir poemas, si tenemos en cuenta que los que escribió cuando era un adolescente fueron vendidos en una subasta, hace un par de años, por 66.000 euros, le han llamado muchas cosas, desde Picasso del rock a profeta, pero lo que él, que le puso a su guitarra Fender el nombre de Rimbaud, ha sido siempre es un músico literario, alguien que ha llevado a otros músicos hacia la poesía -lo cual vale para John Lennon y para Bruce Springsteen, para Patti Smith y para Joaquín Sabina-, y también alguien que siempre fue un músico para poetas: si uno rastrea en esa dirección, lo puede encontrar grabando un disco con Allen Ginsberg, haciéndose fotos con Michael McClure y en la tumba de Jack Kerouac, escribiendo una letra a medias con Sam Shepard o haciendo una aparición estelar en un poema de Blas de Otero donde se dice que hay mañanas de domingo en que resulta absolutamente imprescindible escuchar un disco de Bob Dylan. Créanme, si tienen en su casa más de cien libros, en sus estanterías hay mucho más Bob Dylan del que ustedes creen, aunque no tengan ningún libro suyo.
Por supuesto, antes de Dylan había habido grandes escritores de canciones, como por ejemplo Hank Williams, pero después de él casi todos quisieron serlo con una guitarra eléctrica en la mano. Y en eso también ha sido, más que una simple estrella del rock, una especie de sistema de medida, porque después de escuchar sus discos no se puede aspirar a ser un compositor serio dejando las letras aparte. Claro que se pueden escribir canciones inolvidables con letras que no tengan nada que recordar, como las de los primeros discos de los Beatles. Pero también es verdad que cuando los Beatles conocieron a Dylan y Lennon quiso ser él, se transformaron en la mejor versión posible de ellos mismos, la más dylaniana, la de Revolver y Rubber soul, por ejemplo, que son obras que siempre parecen haber sido escritas pasado mañana.
Ahora que acaba de aparecer en España la traducción de las letras completas de Dylan, los lectores tienen otra gran oportunidad de volver a comprobar su magia, que es el arte de convertir unas cosas en otras y que, en su caso, consiste en que sus canciones se transforman en poemas en cuanto les quitas la música. Hay poquísimos compositores capaces de hacer eso. Si no me creen, hagan la prueba y verán.
Dylan también ha escrito un par de libros. El primero se llamaba Tarántula y no se entiende nada, pero me gusta por dos motivos: porque demuestra que las canciones que escribía Dylan en sus años ácidos venían de la poesía surrealista y porque tengo la primera edición, que me regaló mi rey, Javier Marías, si no recuerdo mal para corresponder a unas grabaciones que le hice de Dylan en las que cantaba temas inéditos que se habían quedado fuera de su banda sonora de Pat Garrett & Billy the Kid. El otro libro es la primera parte de su autobiografía, Crónicas, y me gusta más, entre otros motivos, porque después de haber leído un millón de biografías sobre Dylan, lo que Dylan dice de sí mismo no tiene nada que ver con ninguna de ellas. Pero en ninguno de ellos está la verdadera poesía que Bob Dylan ha enmascarado en sus canciones, que tienen tantos versos, tantas ideas y tantos hallazgos formidables, que no queda nada que robar en ellas: ni se molesten, ya las hemos saqueado antes otros poetas, así que los nuevos tendrán que ir a otra parte. Pero qué gran placer es leer de nuevo sus letras y volver a encontrarse cara a cara con el poeta que hay escondido en sus canciones.
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