Por Fernando Reinares, director del Programa sobre Terrorismo Global en el Real Instituto Elcano y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos (EL PAÍS, 30/10/07):
Me refiero a si está ya claro por qué los terroristas hicieron aquel día de 2004 lo que hicieron. Es probable que muchos de quienes se hayan adentrado en la lectura de este artículo, al igual que la mayoría de cuantos han declinado la invitación, lo tengan suficientemente claro y ante el interrogante del título hayan pensado de inmediato en, supongo, la participación española en la guerra de Irak. Pero quizá las cosas no sean tan simples como parecen. Después de todo, otros individuos de la misma ideología, el salafismo yihadista, han querido volver a perpetrar atentados similares en nuestro país y hace ya dos años que los dirigentes de Al Qaeda aluden a España de manera tan reiterada como agresiva, aun cuando ni tenemos ya soldados en suelo iraquí ni nuestro Gobierno está alineado con la coalición liderada por Estados Unidos que continúa desarrollando allí misiones militares.
Y es que para comprender lo ocurrido el 11-M es preciso remontarse a finales de 2001 e inicios de 2002. Eso se deduce de la documentación aportada en el sumario abierto en la Audiencia Nacional sobre los atentados de Madrid, cuya sentencia se espera esta misma semana. Fue en aquellos meses cuando se desencadenan dos procesos, carentes entonces de relación entre sí pero luego decisivamente trabados, que permiten entender mejor lo que sucedería dos años después en los trenes de la muerte. El primero tiene que ver con la descentralización territorial del terrorismo global tras los atentados de Nueva York y Washington, una vez que Al Qaeda perdiese su santuario afgano. El segundo, con algunos de los efectos que tuvo el desmantelamiento por parte de la policía española, poco después del 11-S, de la célula que los seguidores de Osama Bin Laden tenían en nuestro país.
Por partes. Se sabe que en febrero de 2002 tuvo lugar en Estambul una reunión a la que acudieron dirigentes de distintos grupos armados magrebíes de orientación yihadista. Adaptándose al nuevo escenario en que a partir de entonces se desenvolverá la urdimbre del terrorismo global, líderes de facciones marroquíes, tunecinas y libias pertenecientes a la misma convinieron en que, para llevar actos de yihad, en la acepción belicosa del término, no era necesario trasladarse a zonas en las cuales hubiese conflictos abiertos que afectaran a poblaciones de musulmanes. Es decir, convinieron en que no era necesario ir a Afganistán, Bosnia, Chechenia o Cachemira, por ejemplo. En que las acciones de yihad podían ser ejecutadas allí donde se residiera. Poco más de un año después ocurrieron los atentados de Casablanca, en los que ya hubo blancos españoles afectados, y apenas transcurridos dos, los de Madrid.
Al menos desde el otoño de 2002, pero bien puede ser que antes, se celebraban en Madrid reuniones a las que acudían sobre todo neosalafistas magrebíes y en las cuales había algún individuo de origen marroquí, bien conectado con las redes transnacionales del terrorismo yihadista y con el nodo turco a través del cual se trasladaba a individuos reclutados en países europeos como el nuestro para ponerlos a las órdenes de Abu Musab al Zarqaui, quien solía precisamente insistir en ese mensaje de que para ejercer la yihad no era necesario ir a zonas de conflicto donde había comunidades musulmanas en dificultades, ya que podían realizarse en el propio lugar donde se reside, con especial alusión a Marruecos y, aún más en concreto, a España.
Esto no es todo. Se sabe también que, igualmente a inicios de 2002, entre quienes habían sido miembros o seguidores de la célula de Al Qaeda establecida en España a comienzos de los noventa por Mustafa Setmarian existía un gran resentimiento hacia nuestro país, manifestado en deseos de venganza y en la voluntad explícita de perpetrar atentados. A mediados de esa década, este individuo, de origen sirio pero nacionalizado español, se trasladó junto a Abu Qutada, ideólogo de referencia en las redes del actual terrorismo global, que por entonces habitaba en Londres, para recalar finalmente en el círculo inmediato de Osama Bin Laden en Afganistán. Fue reemplazado por el conocido como Abu Dahdah, cuyo teléfono figuraba entre los manejados por la célula terrorista asentada en Hamburgo que ejecutó los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Esta última evidencia y otras muchas relacionadas con las actividades de la célula española de Al Qaeda que constaban a la policía precipitaron la decisión judicial de ordenar, a partir de noviembre de ese año, una serie de detenciones que dieron lugar a su práctica desarticulación. Buena parte de los integrantes de esa célula se encontraban en prisión cuando ocurrió el 11-M. Pero es revelador que algunos otros individuos relacionados con la misma, pero que no fueron incriminados en su día, se encuentran posteriormente implicados en los atentados de Madrid. Individuos que desde mediados de 2002 habían entrado en contacto con otros vinculados con las redes norteafricanas del terrorismo yihadista cuyas actividades habían sido reconducidas tras el encuentro de Estambul y meses después lo harían incluso con algún notable allegado de Al Qaeda que se encontraba en Afganistán.
Eso sí, la invasión de Irak favorecerá la colusión de unos y otros en el propósito común de atentar en España. Ese contexto les proporcionó además un pretexto inteligible y apoyos. En octubre de 2003, estrategas de la yihad global explicaron en Internet que éramos el blanco más propicio y Osama Bin Laden aprobó el atentado mediante un vídeo difundido por televisión. Al día siguiente quedó fijada la fecha del 11-M y no en Lavapiés, sino en Bélgica. Abu Muhammad al Ablaj, responsable de propaganda en Al Qaeda, anticipará en noviembre lo que iba a ocurrir. El día de la masacre, esta estructura terrorista la hizo suya con un comunicado de las Brigadas Abu Hafs al Masri. En este texto, al recriminar a nuestro país ser aliado de Estados Unidos, se aduce que el atentado era también “parte de un viejo ajuste de cuentas con la cruzada España”. Pero dejémoslo en que todo fue por lo de Irak, ¿o no?
Me refiero a si está ya claro por qué los terroristas hicieron aquel día de 2004 lo que hicieron. Es probable que muchos de quienes se hayan adentrado en la lectura de este artículo, al igual que la mayoría de cuantos han declinado la invitación, lo tengan suficientemente claro y ante el interrogante del título hayan pensado de inmediato en, supongo, la participación española en la guerra de Irak. Pero quizá las cosas no sean tan simples como parecen. Después de todo, otros individuos de la misma ideología, el salafismo yihadista, han querido volver a perpetrar atentados similares en nuestro país y hace ya dos años que los dirigentes de Al Qaeda aluden a España de manera tan reiterada como agresiva, aun cuando ni tenemos ya soldados en suelo iraquí ni nuestro Gobierno está alineado con la coalición liderada por Estados Unidos que continúa desarrollando allí misiones militares.
Y es que para comprender lo ocurrido el 11-M es preciso remontarse a finales de 2001 e inicios de 2002. Eso se deduce de la documentación aportada en el sumario abierto en la Audiencia Nacional sobre los atentados de Madrid, cuya sentencia se espera esta misma semana. Fue en aquellos meses cuando se desencadenan dos procesos, carentes entonces de relación entre sí pero luego decisivamente trabados, que permiten entender mejor lo que sucedería dos años después en los trenes de la muerte. El primero tiene que ver con la descentralización territorial del terrorismo global tras los atentados de Nueva York y Washington, una vez que Al Qaeda perdiese su santuario afgano. El segundo, con algunos de los efectos que tuvo el desmantelamiento por parte de la policía española, poco después del 11-S, de la célula que los seguidores de Osama Bin Laden tenían en nuestro país.
Por partes. Se sabe que en febrero de 2002 tuvo lugar en Estambul una reunión a la que acudieron dirigentes de distintos grupos armados magrebíes de orientación yihadista. Adaptándose al nuevo escenario en que a partir de entonces se desenvolverá la urdimbre del terrorismo global, líderes de facciones marroquíes, tunecinas y libias pertenecientes a la misma convinieron en que, para llevar actos de yihad, en la acepción belicosa del término, no era necesario trasladarse a zonas en las cuales hubiese conflictos abiertos que afectaran a poblaciones de musulmanes. Es decir, convinieron en que no era necesario ir a Afganistán, Bosnia, Chechenia o Cachemira, por ejemplo. En que las acciones de yihad podían ser ejecutadas allí donde se residiera. Poco más de un año después ocurrieron los atentados de Casablanca, en los que ya hubo blancos españoles afectados, y apenas transcurridos dos, los de Madrid.
Al menos desde el otoño de 2002, pero bien puede ser que antes, se celebraban en Madrid reuniones a las que acudían sobre todo neosalafistas magrebíes y en las cuales había algún individuo de origen marroquí, bien conectado con las redes transnacionales del terrorismo yihadista y con el nodo turco a través del cual se trasladaba a individuos reclutados en países europeos como el nuestro para ponerlos a las órdenes de Abu Musab al Zarqaui, quien solía precisamente insistir en ese mensaje de que para ejercer la yihad no era necesario ir a zonas de conflicto donde había comunidades musulmanas en dificultades, ya que podían realizarse en el propio lugar donde se reside, con especial alusión a Marruecos y, aún más en concreto, a España.
Esto no es todo. Se sabe también que, igualmente a inicios de 2002, entre quienes habían sido miembros o seguidores de la célula de Al Qaeda establecida en España a comienzos de los noventa por Mustafa Setmarian existía un gran resentimiento hacia nuestro país, manifestado en deseos de venganza y en la voluntad explícita de perpetrar atentados. A mediados de esa década, este individuo, de origen sirio pero nacionalizado español, se trasladó junto a Abu Qutada, ideólogo de referencia en las redes del actual terrorismo global, que por entonces habitaba en Londres, para recalar finalmente en el círculo inmediato de Osama Bin Laden en Afganistán. Fue reemplazado por el conocido como Abu Dahdah, cuyo teléfono figuraba entre los manejados por la célula terrorista asentada en Hamburgo que ejecutó los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Esta última evidencia y otras muchas relacionadas con las actividades de la célula española de Al Qaeda que constaban a la policía precipitaron la decisión judicial de ordenar, a partir de noviembre de ese año, una serie de detenciones que dieron lugar a su práctica desarticulación. Buena parte de los integrantes de esa célula se encontraban en prisión cuando ocurrió el 11-M. Pero es revelador que algunos otros individuos relacionados con la misma, pero que no fueron incriminados en su día, se encuentran posteriormente implicados en los atentados de Madrid. Individuos que desde mediados de 2002 habían entrado en contacto con otros vinculados con las redes norteafricanas del terrorismo yihadista cuyas actividades habían sido reconducidas tras el encuentro de Estambul y meses después lo harían incluso con algún notable allegado de Al Qaeda que se encontraba en Afganistán.
Eso sí, la invasión de Irak favorecerá la colusión de unos y otros en el propósito común de atentar en España. Ese contexto les proporcionó además un pretexto inteligible y apoyos. En octubre de 2003, estrategas de la yihad global explicaron en Internet que éramos el blanco más propicio y Osama Bin Laden aprobó el atentado mediante un vídeo difundido por televisión. Al día siguiente quedó fijada la fecha del 11-M y no en Lavapiés, sino en Bélgica. Abu Muhammad al Ablaj, responsable de propaganda en Al Qaeda, anticipará en noviembre lo que iba a ocurrir. El día de la masacre, esta estructura terrorista la hizo suya con un comunicado de las Brigadas Abu Hafs al Masri. En este texto, al recriminar a nuestro país ser aliado de Estados Unidos, se aduce que el atentado era también “parte de un viejo ajuste de cuentas con la cruzada España”. Pero dejémoslo en que todo fue por lo de Irak, ¿o no?
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