Por Joan J. Guinovart, director del Institut de Recerca Biomèdica, presidente de la Confederación de Sociedades Científicas de España (LA VANGUARDIA, 04/11/07):
Esto no es América”; “es responsabilidad del Gobierno”, “aquí no tenemos esa cultura”. Ésas son las explicaciones (¿o son excusas?) a la baja cantidad de donaciones para investigación científica que se da en Europa en general y en España en particular. Si bien en la mayoría de los países europeos hay realmente una tradición de mecenazgo artístico y cultural, sólo en el Reino Unido la filantropía se vuelca de forma significativa en el apoyo a la investigación.
Sin lugar a dudas, si Europa quiere mantener a largo plazo su Estado de bienestar y su prosperidad económica y social, tiene que convertirse en un líder en I+ D. Esos son los motores de la economía basada en el conocimiento que determinará el triunfo de los países en el siglo XXI. Desgraciadamente, la situación no es halagüeña y la inversión media de la Unión Europea en I+ D no llega al 2% del PIB, cuando en Estados Unidos es del 2,6% y en Japón supera el 3,2%. Estamos, pues, lejos de poder cumplir los compromisos de las cumbres de Lisboa y Barcelona y alcanzar el 3% en el año 2010. Ello es causa de preocupación y hay que tomar todo tipo de medidas con el fin de paliar este déficit.
En este contexto, el mecenazgo y las donaciones pueden contribuir de forma sustancial a aumentar los fondos destinados a la investigación. Eso ya ocurre de forma muy notoria en Estados Unidos y en otras partes del mundo. La cantidad de donaciones en Estados Unidos es colosal y las destinadas a instituciones de educación e investigación ocupan el segundo lugar, sólo por detrás de la religión. Impacta saber que las tres cuartas partes proceden de personas particulares.
Uno de los mayores problemas es la percepción de que la investigación científica debe ser subvencionada por el Gobierno. Los donantes se preguntan: ¿por qué debo dar a un centro de investigación si ya lo mantiene el Estado? Es cierto que los gobiernos proporcionan los fondos básicos de funcionamiento. Sin embargo, el coste de la investigación puntera es hoy en día tan elevado, que los aportes extras son los que pueden hacer la diferencia entre un centro bueno y otro extraordinario. Los gobiernos deben continuar invirtiendo en investigación, pero el mecenazgo puede desempeñar un papel fundamental en muchos aspectos y contribuir a diversificar las fuentes de financiación. De hecho, hay una relación muy clara entre la posición que ocupan las universidades en el ranking mundial y su capacidad de atraer fondos procedentes de la filantropía. Las que se sitúan en los 20 primeros puestos son, precisamente, aquellas que han sabido montar campañas que atraen miles de millones de dólares. Ésa es la mejor prueba de que el mecenazgo es lo que marca las diferencias.
En primer lugar, las fundaciones pueden tener un papel fundamental, complementando, sin sustituirlo, al dinero público. Pueden actuar de forma más ágil, flexible y libre que las instancias oficiales. Son capaces de responder más deprisa y sin necesidad de alcanzar acuerdos políticos. Gracias a ello pueden contribuir a explorar nuevas áreas, correr más riesgos y comprometerse en reformas que los organismos oficiales rechacen por considerarlas excesivamente atrevidas. Se pueden así convertir en auténticos agentes de los proyectos más audaces, contribuyendo a la necesaria evolución del sistema de I+ D.
Por lo que se refiere a los particulares, es necesario que las instituciones sean capaces de identificar los intereses de los potenciales donantes y ofrecerles vías de canalizarlos de forma que se sientan gratificados, creando con ellos una relación personal y duradera. Para ello, es fundamental disponer de instrumentos que permitan a los ciudadanos entender y valorar los avances científicos y su enorme impacto. Ello es relativamente fácil en el área de la medicina, pero puede lograse igualmente en otros campos del saber. Sólo entonces aumentará el prestigio de la investigación y atraerá la atención de los mecenas.
Hasta muy recientemente las grandes empresas españolas se sentían más inclinadas a patrocinar actividades culturales o sociales que la investigación. Afortunadamente, en los últimos años, estamos viendo como la situación va cambiando y tanto fundaciones como donantes están haciendo generosas aportaciones a proyectos científicos, particularmente biomédicos, iniciando así una tendencia muy positiva. Eso ha ido de la mano de la creación de centros de investigación de excelencia que, por su alto nivel, son percibidos como merecedores de las ayudas. Estamos ahora en condiciones de cerrar el círculo virtuoso: los fondos adicionales procedentes del mecenazgo deben proporcionar los recursos extras necesarios para que esos centros ganen en calidad y visibilidad. Ello les permitirá atraer a mejores científicos, que, a su vez, los van a colocar en la Champions de la investigación. Y si no son seguidores del fútbol, el mismo mensaje lo encontrarán en el Evangelio de Mateo, capítulo 25, versículo 29.
Esto no es América”; “es responsabilidad del Gobierno”, “aquí no tenemos esa cultura”. Ésas son las explicaciones (¿o son excusas?) a la baja cantidad de donaciones para investigación científica que se da en Europa en general y en España en particular. Si bien en la mayoría de los países europeos hay realmente una tradición de mecenazgo artístico y cultural, sólo en el Reino Unido la filantropía se vuelca de forma significativa en el apoyo a la investigación.
Sin lugar a dudas, si Europa quiere mantener a largo plazo su Estado de bienestar y su prosperidad económica y social, tiene que convertirse en un líder en I+ D. Esos son los motores de la economía basada en el conocimiento que determinará el triunfo de los países en el siglo XXI. Desgraciadamente, la situación no es halagüeña y la inversión media de la Unión Europea en I+ D no llega al 2% del PIB, cuando en Estados Unidos es del 2,6% y en Japón supera el 3,2%. Estamos, pues, lejos de poder cumplir los compromisos de las cumbres de Lisboa y Barcelona y alcanzar el 3% en el año 2010. Ello es causa de preocupación y hay que tomar todo tipo de medidas con el fin de paliar este déficit.
En este contexto, el mecenazgo y las donaciones pueden contribuir de forma sustancial a aumentar los fondos destinados a la investigación. Eso ya ocurre de forma muy notoria en Estados Unidos y en otras partes del mundo. La cantidad de donaciones en Estados Unidos es colosal y las destinadas a instituciones de educación e investigación ocupan el segundo lugar, sólo por detrás de la religión. Impacta saber que las tres cuartas partes proceden de personas particulares.
Uno de los mayores problemas es la percepción de que la investigación científica debe ser subvencionada por el Gobierno. Los donantes se preguntan: ¿por qué debo dar a un centro de investigación si ya lo mantiene el Estado? Es cierto que los gobiernos proporcionan los fondos básicos de funcionamiento. Sin embargo, el coste de la investigación puntera es hoy en día tan elevado, que los aportes extras son los que pueden hacer la diferencia entre un centro bueno y otro extraordinario. Los gobiernos deben continuar invirtiendo en investigación, pero el mecenazgo puede desempeñar un papel fundamental en muchos aspectos y contribuir a diversificar las fuentes de financiación. De hecho, hay una relación muy clara entre la posición que ocupan las universidades en el ranking mundial y su capacidad de atraer fondos procedentes de la filantropía. Las que se sitúan en los 20 primeros puestos son, precisamente, aquellas que han sabido montar campañas que atraen miles de millones de dólares. Ésa es la mejor prueba de que el mecenazgo es lo que marca las diferencias.
En primer lugar, las fundaciones pueden tener un papel fundamental, complementando, sin sustituirlo, al dinero público. Pueden actuar de forma más ágil, flexible y libre que las instancias oficiales. Son capaces de responder más deprisa y sin necesidad de alcanzar acuerdos políticos. Gracias a ello pueden contribuir a explorar nuevas áreas, correr más riesgos y comprometerse en reformas que los organismos oficiales rechacen por considerarlas excesivamente atrevidas. Se pueden así convertir en auténticos agentes de los proyectos más audaces, contribuyendo a la necesaria evolución del sistema de I+ D.
Por lo que se refiere a los particulares, es necesario que las instituciones sean capaces de identificar los intereses de los potenciales donantes y ofrecerles vías de canalizarlos de forma que se sientan gratificados, creando con ellos una relación personal y duradera. Para ello, es fundamental disponer de instrumentos que permitan a los ciudadanos entender y valorar los avances científicos y su enorme impacto. Ello es relativamente fácil en el área de la medicina, pero puede lograse igualmente en otros campos del saber. Sólo entonces aumentará el prestigio de la investigación y atraerá la atención de los mecenas.
Hasta muy recientemente las grandes empresas españolas se sentían más inclinadas a patrocinar actividades culturales o sociales que la investigación. Afortunadamente, en los últimos años, estamos viendo como la situación va cambiando y tanto fundaciones como donantes están haciendo generosas aportaciones a proyectos científicos, particularmente biomédicos, iniciando así una tendencia muy positiva. Eso ha ido de la mano de la creación de centros de investigación de excelencia que, por su alto nivel, son percibidos como merecedores de las ayudas. Estamos ahora en condiciones de cerrar el círculo virtuoso: los fondos adicionales procedentes del mecenazgo deben proporcionar los recursos extras necesarios para que esos centros ganen en calidad y visibilidad. Ello les permitirá atraer a mejores científicos, que, a su vez, los van a colocar en la Champions de la investigación. Y si no son seguidores del fútbol, el mismo mensaje lo encontrarán en el Evangelio de Mateo, capítulo 25, versículo 29.
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