Por Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París (LA VANGUARDIA, 01/11/07):
Diversas declaraciones del presidente de la República dan a entender que Francia se dispone a reintegrarse en el mando militar integrado de la OTAN. Nicolas Sarkozy, por otra parte, ha proclamado su amistad hacia Estados Unidos. No es menos cierto que menudean los debates en torno a un cambio radical de la política exterior francesa y su alineamiento atlantista.
¿Acaba la postura de autonomía respecto de Washington, característica de la era post De Gaulle?
Las cosas no son tan tajantes como parece. No es la primera vez que un nuevo presidente se propone acercarse diplomáticamente a Estados Unidos.
El rechazo de la guerra de Iraq demonizó a Jacques Chirac al otro lado del Atlántico pese a la normalización de relaciones entre los dos países registrada desde el 2005. Pero no cabe olvidar que al inicio de su segundo mandato Chirac también deseaba reintegrarse en la OTAN, a cambio de la obtención del puesto del mando sur para un oficial francés y una “europeización” de la Alianza. François Mitterrand empezó igualmente su primer septenato comprometiéndose a favor del reequilibramiento nuclear en Europa. Sin mediar entendimiento ni arreglo alguno con los soviéticos, apoyó el despliegue de misiles de crucero y Pershing estadounidenses para gran enfado de los socialistas europeos contrarios a tal iniciativa. La elección de Valéry Giscard d´Estaing en 1974 se presentó como un viraje atlantista y se censuró el acercamiento a Alemania por considerarlo el instrumento de un refuerzo del dominio e influencia estadounidenses en Europa.
Cuando Georges Pompidou se instaló en el Elíseo, se dijo que el momento podía propiciar la superación de la postura personalista de De Gaulle frente a Washington y el retorno a unas relaciones “normalizadas”. Por último, se olvida que el general De Gaulle, justo después de haber alumbrado la Quinta República, escribía a Eisenhower para crear un “triunvirato” estadounidense-franco-británico para el mando de la OTAN. En suma, todo nuevo presidente francés ha querido acercarse a Estados Unidos. Si en cada ocasión tal acercamiento se ha quedado corto, se debe a que los estadounidenses no han realizado los gestos que París juzgaba necesarios para abundar en esa vía. Nicolas Sarkozy se situaría, por tanto, en mayor medida en la línea de continuidad de los inicios de los mandatos presidenciales a lo largo de la Quinta República que en la de actitudes de ruptura.
En segundo lugar, la ruptura no revestiría en este caso matices tan representativos. Francia no se encuentra a años luz de la OTAN. Sólo en dos comités Francia no participa directamente: el grupo de los planes nucleares y el de los planes de defensa. Francia participó en la guerra de Kosovo, en 1999, bajo la égida de la OTAN. En Afganistán ha apoyado a la OTAN. De hecho, se ha acercado a la Alianza desde principios de los noventa. Y suele olvidarse que desde 1967 los acuerdos Ailleret-Lemnitzer prevén la posibilidad de la participación francesa bajo mando estadounidense en caso de desencadenamiento de una guerra en Europa. Una reintegración total no constituiría, pues, un cambio radical de línea política.
No significaría una alineación automática como muestran los ejemplos alemán y español. Pero tendría una fuerte carga simbólica.
Los símbolos conllevan un importante efecto político, como sucedería en caso de un acercamiento entre Estados Unidos y Francia. Claro que antes de modificar - o, mejor dicho, arriesgarse a modificar tal percepción- conviene adoptar ciertas garantías. Esta “excepción francesa” no siempre nos facilita la existencia, pero innegablemente resulta un factor a favor de Francia en el mundo. Nicolas
Sarkozy precisa siempre sus declaraciones de amistad hacia Estados Unidos aclarando que no se trata de un alineamiento.
La apuesta estriba en obtener - a cambio de la inflexión de Francia hacia la OTAN- un refuerzo del pilar europeo de la defensa, objetivo francés muy antiguo. Nicolas Sarkozy ha planteado dos condiciones a un acercamiento a la
OTAN: la aceptación por Washington de una capacidad europea de defensa y un papel más destacado de Francia en las estructuras de la OTAN. A partir de ahí, sólo caben dos posibilidades: que los estadounidenses acepten estas condiciones de modo que la OTAN en la que Francia se reintegraría no tendría nada que ver con la OTAN que Francia abandonó, o que los estadounidenses no las acepten, de modo que no habrá lugar para realizar el gesto anunciado.
Se trata, pues, de obtener efectivas concesiones estadounidenses sobre la europeización de la OTAN antes de proceder a su reintegración. El gesto francés debe ser un gesto condicionado. Se atiene al proyecto de transformar la OTAN en una alianza global contra el terrorismo, con una doble ampliación. La primera, geográfica (Japón, Australia, Corea del Sur) y la segunda relativa a la naturaleza de las misiones susceptibles de poner en peligro la coherencia y naturaleza misma de la Alianza. Francia no debe dar la sensación de que sanciona esta huida hacia delante, extremadamente peligrosa, arriesgándose a presentar a la OTAN como el brazo armado de un posible choque de civilizaciones. Si los estadounidenses aceptan estas condiciones, Sarkozy podrá aceptar sin poner en peligro el legado de la diplomacia francesa. Sólo lo dilapidaría si aceptara la reintegración sin que se aceptaran previamente las condiciones planteadas.
Diversas declaraciones del presidente de la República dan a entender que Francia se dispone a reintegrarse en el mando militar integrado de la OTAN. Nicolas Sarkozy, por otra parte, ha proclamado su amistad hacia Estados Unidos. No es menos cierto que menudean los debates en torno a un cambio radical de la política exterior francesa y su alineamiento atlantista.
¿Acaba la postura de autonomía respecto de Washington, característica de la era post De Gaulle?
Las cosas no son tan tajantes como parece. No es la primera vez que un nuevo presidente se propone acercarse diplomáticamente a Estados Unidos.
El rechazo de la guerra de Iraq demonizó a Jacques Chirac al otro lado del Atlántico pese a la normalización de relaciones entre los dos países registrada desde el 2005. Pero no cabe olvidar que al inicio de su segundo mandato Chirac también deseaba reintegrarse en la OTAN, a cambio de la obtención del puesto del mando sur para un oficial francés y una “europeización” de la Alianza. François Mitterrand empezó igualmente su primer septenato comprometiéndose a favor del reequilibramiento nuclear en Europa. Sin mediar entendimiento ni arreglo alguno con los soviéticos, apoyó el despliegue de misiles de crucero y Pershing estadounidenses para gran enfado de los socialistas europeos contrarios a tal iniciativa. La elección de Valéry Giscard d´Estaing en 1974 se presentó como un viraje atlantista y se censuró el acercamiento a Alemania por considerarlo el instrumento de un refuerzo del dominio e influencia estadounidenses en Europa.
Cuando Georges Pompidou se instaló en el Elíseo, se dijo que el momento podía propiciar la superación de la postura personalista de De Gaulle frente a Washington y el retorno a unas relaciones “normalizadas”. Por último, se olvida que el general De Gaulle, justo después de haber alumbrado la Quinta República, escribía a Eisenhower para crear un “triunvirato” estadounidense-franco-británico para el mando de la OTAN. En suma, todo nuevo presidente francés ha querido acercarse a Estados Unidos. Si en cada ocasión tal acercamiento se ha quedado corto, se debe a que los estadounidenses no han realizado los gestos que París juzgaba necesarios para abundar en esa vía. Nicolas Sarkozy se situaría, por tanto, en mayor medida en la línea de continuidad de los inicios de los mandatos presidenciales a lo largo de la Quinta República que en la de actitudes de ruptura.
En segundo lugar, la ruptura no revestiría en este caso matices tan representativos. Francia no se encuentra a años luz de la OTAN. Sólo en dos comités Francia no participa directamente: el grupo de los planes nucleares y el de los planes de defensa. Francia participó en la guerra de Kosovo, en 1999, bajo la égida de la OTAN. En Afganistán ha apoyado a la OTAN. De hecho, se ha acercado a la Alianza desde principios de los noventa. Y suele olvidarse que desde 1967 los acuerdos Ailleret-Lemnitzer prevén la posibilidad de la participación francesa bajo mando estadounidense en caso de desencadenamiento de una guerra en Europa. Una reintegración total no constituiría, pues, un cambio radical de línea política.
No significaría una alineación automática como muestran los ejemplos alemán y español. Pero tendría una fuerte carga simbólica.
Los símbolos conllevan un importante efecto político, como sucedería en caso de un acercamiento entre Estados Unidos y Francia. Claro que antes de modificar - o, mejor dicho, arriesgarse a modificar tal percepción- conviene adoptar ciertas garantías. Esta “excepción francesa” no siempre nos facilita la existencia, pero innegablemente resulta un factor a favor de Francia en el mundo. Nicolas
Sarkozy precisa siempre sus declaraciones de amistad hacia Estados Unidos aclarando que no se trata de un alineamiento.
La apuesta estriba en obtener - a cambio de la inflexión de Francia hacia la OTAN- un refuerzo del pilar europeo de la defensa, objetivo francés muy antiguo. Nicolas Sarkozy ha planteado dos condiciones a un acercamiento a la
OTAN: la aceptación por Washington de una capacidad europea de defensa y un papel más destacado de Francia en las estructuras de la OTAN. A partir de ahí, sólo caben dos posibilidades: que los estadounidenses acepten estas condiciones de modo que la OTAN en la que Francia se reintegraría no tendría nada que ver con la OTAN que Francia abandonó, o que los estadounidenses no las acepten, de modo que no habrá lugar para realizar el gesto anunciado.
Se trata, pues, de obtener efectivas concesiones estadounidenses sobre la europeización de la OTAN antes de proceder a su reintegración. El gesto francés debe ser un gesto condicionado. Se atiene al proyecto de transformar la OTAN en una alianza global contra el terrorismo, con una doble ampliación. La primera, geográfica (Japón, Australia, Corea del Sur) y la segunda relativa a la naturaleza de las misiones susceptibles de poner en peligro la coherencia y naturaleza misma de la Alianza. Francia no debe dar la sensación de que sanciona esta huida hacia delante, extremadamente peligrosa, arriesgándose a presentar a la OTAN como el brazo armado de un posible choque de civilizaciones. Si los estadounidenses aceptan estas condiciones, Sarkozy podrá aceptar sin poner en peligro el legado de la diplomacia francesa. Sólo lo dilapidaría si aceptara la reintegración sin que se aceptaran previamente las condiciones planteadas.
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