Por Isabel Celaá (EL CORREO DIGITAL, 04/11/07):
Durante la segunda semana de septiembre, parlamentarios y miembros del Gobierno, en una delegación conjunta, viajamos a Finlandia, para visitar un número importante de escuelas de aquel país. Queríamos conocer las razones del éxito del Sistema Educativo Finlandés, dados los excelentes resultados alcanzados en las pruebas PISA (Programa de Evaluación Internacional de Alumnos diseñado por la OCDE a finales de los años 90). Probablemente, este éxito ha sido el resultado de una serie de factores; al menos desde que, en 1968, el Sistema Educativo Finlandés se decantó 22 años antes que la LOGSE española, por un modelo comprensivo, general, igual para todos, desde los 7 hasta los 16 años, aunque diversificado y adaptado a las necesidades educativas especiales.
Un modelo que difiere del todavía vigente en países como Alemania y Austria, que mantienen un sistema en paralelo (bachillerato / formación profesional), de opción obligatoria a una edad tan temprana como los 11 años, cuando todavía el alumno no conoce ni sus aptitudes ni su vocación. Es, sin embargo, el modelo comprensivo finlandés el que permite que, tras la educación general básica, algo más del 94% de alumnos de 16 años ingresen en la enseñanza post-obligatoria. Y también el que favorece que, tanto el bachillerato como la formación profesional se conciban como ciclos de tres años, que pueden ampliarse o acortarse en un año, en función de la enseñanza personalizada, de acuerdo con las competencias del alumno.
Porque en Finlandia, la organización de la escuela no se vincula a la rígida ordenación de cursos-año para todos los de la misma edad, como hacemos aquí, sino a una oferta general que presenta menús diversos que alumnos de distintas edades confeccionan, adecuadamente supervisados y aconsejados por el servicio de orientación del centro. Así, el bachillerato, que arroja el abandono más bajo en todo el sistema educativo finlandés (equivalente a un 2%) se organiza en modo semejante a nuestro sistema universitario. Contrasta, por ello, la general aceptación social y política de esta organización tan flexible con las duras críticas vertidas por sectores afines a la derecha contra nuestra reforma del bachillerato a la luz de la LOE, que exige repetir curso solo cuando hay cuatro asignaturas suspendidas. En Finlandia no se repite lo aprobado. Simplemente se acumula y creo que es una buena idea.
Cabe destacar, igualmente, la descentralización de un sistema educativo que, a efectos presupuestarios, es financiado en un 57% por el Ministerio de Educación, y en el 43% restante por los municipios, que son grandes agentes activos a la hora de completar el currículo -diseñado por un Consejo nacional de Educación- y ajustarlo a las necesidades y vocaciones de cada una de las zonas en las que se ubican las diferentes escuelas. Unas escuelas que, por otra parte, comparten esa autonomía que es propia de todo el sistema.
Llama, por otra parte, la atención, pensando en clave interna, el hecho de que la legislación finlandesa en materia de Educación se actualiza aproximadamente cada diez años. No parece, pues, que, en contra de lo que afirma la derecha, sean las modificaciones legislativas la causa del supuesto enredo en que se encontraría el sistema educativo español. Y, pensando en el sistema educativo de Euskadi, no puedo dejar de referirme a otra característica que, a mi entender, es una de las claves del éxito educativo en Finlandia: y es el cuidado de la lengua materna. Del finlandés en este caso, que es la lengua de un 92% del alumnado. Pero también de otras lenguas que conviven en este país.
Porque hay otro 6 % de alumnos que hablan el sueco, a los que se ofrece la oportunidad de asistir a colegios suecos; y un 2 % más en el norte, que tiene el sami, la lengua de Laponia, como idioma propio, y a los que también se les reconoce el derecho de estudiar en su idioma en la escuela pública. También en esto hay mucho que aprender, aun siendo conscientes de que la situación vasca es más compleja en este aspecto. Podemos aprender de Finlandia el enorme respeto a la lengua materna, que no olvidamos. Pero, a la vez, mantenemos con firmeza el acuerdo político para favorecer el euskera, lengua cooficial en el País Vasco, aunque sólo sea la lengua materna para algo menos de un 25 %. Todo lo cual nos obliga a seguir definiendo determinados equilibrios.
Me interesa, por último, destacar algo en lo que nunca se insistirá demasiado y que confiere carácter de ejemplaridad a la experiencia finlandesa: y es la importancia estratégica concedida a la Educación, como factor primordial de desarrollo de un país. Considero ejemplar -también para Euskadi y para el conjunto de España- la movilización social de un país que, saliendo pobre tras el fin de la II Guerra Mundial, puso toda su fuerza en el desarrollo de la Educación, con una enorme confianza en sí misma y en sus posibilidades de éxito. Para la sociedad finlandesa, la Educación ocupa el primer lugar de su escala de valores. Y la preparación de sus profesionales, que gozan de gran prestigio social (tras una selección en la que sólo un 10% de los candidatos es aceptado por las universidades), es mencionada siempre con orgullo.
Si resalto de tal modo esta experiencia educativa, que para más de uno podría parecer exótica, es porque los desafíos de la sociedad finlandesa del siglo XXI son parecidos a los nuestros; y los instrumentos para gestionarlos, también. Por eso, debemos trabajar aquí en organización y en autonomía de la escuela, en diversificación de currículo, en flexibilidad de itinerarios, en acuerdos sociales y políticos. Lo que nos falta es saber encontrar el tesoro a la puerta de nuestra propia casa, como lo encontró, tras dar la vuelta al mundo, aquel judío de Cracovia que tan bien relata Mircea Elíade.
Durante la segunda semana de septiembre, parlamentarios y miembros del Gobierno, en una delegación conjunta, viajamos a Finlandia, para visitar un número importante de escuelas de aquel país. Queríamos conocer las razones del éxito del Sistema Educativo Finlandés, dados los excelentes resultados alcanzados en las pruebas PISA (Programa de Evaluación Internacional de Alumnos diseñado por la OCDE a finales de los años 90). Probablemente, este éxito ha sido el resultado de una serie de factores; al menos desde que, en 1968, el Sistema Educativo Finlandés se decantó 22 años antes que la LOGSE española, por un modelo comprensivo, general, igual para todos, desde los 7 hasta los 16 años, aunque diversificado y adaptado a las necesidades educativas especiales.
Un modelo que difiere del todavía vigente en países como Alemania y Austria, que mantienen un sistema en paralelo (bachillerato / formación profesional), de opción obligatoria a una edad tan temprana como los 11 años, cuando todavía el alumno no conoce ni sus aptitudes ni su vocación. Es, sin embargo, el modelo comprensivo finlandés el que permite que, tras la educación general básica, algo más del 94% de alumnos de 16 años ingresen en la enseñanza post-obligatoria. Y también el que favorece que, tanto el bachillerato como la formación profesional se conciban como ciclos de tres años, que pueden ampliarse o acortarse en un año, en función de la enseñanza personalizada, de acuerdo con las competencias del alumno.
Porque en Finlandia, la organización de la escuela no se vincula a la rígida ordenación de cursos-año para todos los de la misma edad, como hacemos aquí, sino a una oferta general que presenta menús diversos que alumnos de distintas edades confeccionan, adecuadamente supervisados y aconsejados por el servicio de orientación del centro. Así, el bachillerato, que arroja el abandono más bajo en todo el sistema educativo finlandés (equivalente a un 2%) se organiza en modo semejante a nuestro sistema universitario. Contrasta, por ello, la general aceptación social y política de esta organización tan flexible con las duras críticas vertidas por sectores afines a la derecha contra nuestra reforma del bachillerato a la luz de la LOE, que exige repetir curso solo cuando hay cuatro asignaturas suspendidas. En Finlandia no se repite lo aprobado. Simplemente se acumula y creo que es una buena idea.
Cabe destacar, igualmente, la descentralización de un sistema educativo que, a efectos presupuestarios, es financiado en un 57% por el Ministerio de Educación, y en el 43% restante por los municipios, que son grandes agentes activos a la hora de completar el currículo -diseñado por un Consejo nacional de Educación- y ajustarlo a las necesidades y vocaciones de cada una de las zonas en las que se ubican las diferentes escuelas. Unas escuelas que, por otra parte, comparten esa autonomía que es propia de todo el sistema.
Llama, por otra parte, la atención, pensando en clave interna, el hecho de que la legislación finlandesa en materia de Educación se actualiza aproximadamente cada diez años. No parece, pues, que, en contra de lo que afirma la derecha, sean las modificaciones legislativas la causa del supuesto enredo en que se encontraría el sistema educativo español. Y, pensando en el sistema educativo de Euskadi, no puedo dejar de referirme a otra característica que, a mi entender, es una de las claves del éxito educativo en Finlandia: y es el cuidado de la lengua materna. Del finlandés en este caso, que es la lengua de un 92% del alumnado. Pero también de otras lenguas que conviven en este país.
Porque hay otro 6 % de alumnos que hablan el sueco, a los que se ofrece la oportunidad de asistir a colegios suecos; y un 2 % más en el norte, que tiene el sami, la lengua de Laponia, como idioma propio, y a los que también se les reconoce el derecho de estudiar en su idioma en la escuela pública. También en esto hay mucho que aprender, aun siendo conscientes de que la situación vasca es más compleja en este aspecto. Podemos aprender de Finlandia el enorme respeto a la lengua materna, que no olvidamos. Pero, a la vez, mantenemos con firmeza el acuerdo político para favorecer el euskera, lengua cooficial en el País Vasco, aunque sólo sea la lengua materna para algo menos de un 25 %. Todo lo cual nos obliga a seguir definiendo determinados equilibrios.
Me interesa, por último, destacar algo en lo que nunca se insistirá demasiado y que confiere carácter de ejemplaridad a la experiencia finlandesa: y es la importancia estratégica concedida a la Educación, como factor primordial de desarrollo de un país. Considero ejemplar -también para Euskadi y para el conjunto de España- la movilización social de un país que, saliendo pobre tras el fin de la II Guerra Mundial, puso toda su fuerza en el desarrollo de la Educación, con una enorme confianza en sí misma y en sus posibilidades de éxito. Para la sociedad finlandesa, la Educación ocupa el primer lugar de su escala de valores. Y la preparación de sus profesionales, que gozan de gran prestigio social (tras una selección en la que sólo un 10% de los candidatos es aceptado por las universidades), es mencionada siempre con orgullo.
Si resalto de tal modo esta experiencia educativa, que para más de uno podría parecer exótica, es porque los desafíos de la sociedad finlandesa del siglo XXI son parecidos a los nuestros; y los instrumentos para gestionarlos, también. Por eso, debemos trabajar aquí en organización y en autonomía de la escuela, en diversificación de currículo, en flexibilidad de itinerarios, en acuerdos sociales y políticos. Lo que nos falta es saber encontrar el tesoro a la puerta de nuestra propia casa, como lo encontró, tras dar la vuelta al mundo, aquel judío de Cracovia que tan bien relata Mircea Elíade.
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