Por Pilar Rahola (EL PERIÓDICO, 04/10/07):
Se preguntaban en la SER, recordando el conflicto en Inglaterra: “¿Y cuando se nieguen a ir a clase de natación?”, “¿y cuando se nieguen a tener una mujer maestra, si son varones?”. La retahíla de preguntas podría continuar hasta el absurdo, no en vano es hasta el absurdo adonde nos lleva el fundamentalismo islámico.
Pero no son preguntas baladís, porque conforman el grueso de un problema que, partiendo de la excusa identitaria religiosa, arraiga en un planteamiento ideológico de reto a la igualdad entre sexos. El tema, pues, de la niña de Girona no es una excepcional cuestión religiosa, sino una compleja problemática que atañe al corazón mismo de los valores de libertad.
LA TORPEZA e improvisación con que ha actuado la Generalitat, especialmente su delegado en Girona, Andreu Otero, nos da la medida de la capacidad que tenemos para equivocarnos de enfoque, de estrategia y de solución. Desde mi punto de vista, la Generalitat ha errado en todo y, queriendo hacer de bombero, acaba de convertirse en un gran pirómano.
Estos son los errores que detecto. Primero, esperar en bragas un debate que lleva años sacudiendo a toda Europa y que aquí nadie ha previsto con inteligencia. No tenemos ni norma, ni ley, ni debate maduro y, de esta manera, el peso recae en las escuelas, que capean como pueden cada caso, a merced del ataque de pánico del político de turno. El caso de Girona es emblemático: a falta de norma general, la escuela tiene un régimen interno serio y antidiscriminatorio, que los padres de esta niña quieren vulnerar. La Generalitat es incapaz de saber qué hacer con el caso, deja pudrir el tema, lo enquista y después obliga a la escuela a incumplir su propia norma. La pregunta es obligada: si no se hubiera tratado de una cuestión que afecta al islam, ¿habrían vulnerado la autonomía del centro?
Pero, además, y disparo al segundo error de bulto, la carga del problema, lejos de situarla en el ámbito familiar, la sitúan en la escuela, como si esta fuera culpable de haber tenido a una niña sin escolarizar. ¿Los padres no tienen ninguna culpa? Cuando hablamos de la lesión a los derechos de escolarización de un niño, ¿no estamos ante unos padres que anteponen su fanatismo ideológico al derecho del niño a la educación? ¿No les corresponde ninguna culpa, ninguna sanción?
POR SUPUESTO, si alguien quiere venderme la moto de que la niña de 9 años –o el año pasado, con 8, y un mes sin escuela– es la que decide, me lo tomaré como lo que es: un chiste malo. No. Lo que tenemos es una escuela que intenta no permitir signos externos discriminatorios, unos padres fundamentalistas que tapan a su niña pequeña hasta el punto de privarla de movimientos (debe ser un poema en el recreo, con la falda hasta los tobillos), y una Generalitat que improvisa, vulnera los criterios de la escuela y acaba dando la razón al fanatismo. Vamos bien.
Pero, si todo ello fuera poco, lo peor es el tema de fondo. No estamos ante un símbolo religioso, como la cruz o la propia media luna, sino ante un signo de dominio sexista, que estigmatiza a las niñas desde la infancia y las prepara para una vida de sumisión. Por desgracia, miles de leyes que imponen el velo allí donde el islam rigorista gobierna, con castigos que llegan a la muerte, avalan su significado ideológico. Y es por ello, porque se trata de un planteamiento ideológico, por lo que los sectores más integristas convierten la cuestión del velo en un tema fundamental. ¿Se trata de una reivindicación religiosa? Se trata de un reto a las leyes de igualdad. Y no verlo así no solo no es entender nada, es perpetrar los mismos errores que nuestros vecinos europeos llevan años intentando evitar.
¿Habrá que reivindicar el uniforme como vestimenta que democratiza las aulas? Puede. Pero, de momento, lo que tenemos son unos gobernantes timoratos que, cuando oyen la palabra Alá, recurren a los tópicos caducados de la multiculturalidad para cometer todos los errores del diccionario. El Quijote ya no topa con la Iglesia. Ahora topa con el islam.
Se preguntaban en la SER, recordando el conflicto en Inglaterra: “¿Y cuando se nieguen a ir a clase de natación?”, “¿y cuando se nieguen a tener una mujer maestra, si son varones?”. La retahíla de preguntas podría continuar hasta el absurdo, no en vano es hasta el absurdo adonde nos lleva el fundamentalismo islámico.
Pero no son preguntas baladís, porque conforman el grueso de un problema que, partiendo de la excusa identitaria religiosa, arraiga en un planteamiento ideológico de reto a la igualdad entre sexos. El tema, pues, de la niña de Girona no es una excepcional cuestión religiosa, sino una compleja problemática que atañe al corazón mismo de los valores de libertad.
LA TORPEZA e improvisación con que ha actuado la Generalitat, especialmente su delegado en Girona, Andreu Otero, nos da la medida de la capacidad que tenemos para equivocarnos de enfoque, de estrategia y de solución. Desde mi punto de vista, la Generalitat ha errado en todo y, queriendo hacer de bombero, acaba de convertirse en un gran pirómano.
Estos son los errores que detecto. Primero, esperar en bragas un debate que lleva años sacudiendo a toda Europa y que aquí nadie ha previsto con inteligencia. No tenemos ni norma, ni ley, ni debate maduro y, de esta manera, el peso recae en las escuelas, que capean como pueden cada caso, a merced del ataque de pánico del político de turno. El caso de Girona es emblemático: a falta de norma general, la escuela tiene un régimen interno serio y antidiscriminatorio, que los padres de esta niña quieren vulnerar. La Generalitat es incapaz de saber qué hacer con el caso, deja pudrir el tema, lo enquista y después obliga a la escuela a incumplir su propia norma. La pregunta es obligada: si no se hubiera tratado de una cuestión que afecta al islam, ¿habrían vulnerado la autonomía del centro?
Pero, además, y disparo al segundo error de bulto, la carga del problema, lejos de situarla en el ámbito familiar, la sitúan en la escuela, como si esta fuera culpable de haber tenido a una niña sin escolarizar. ¿Los padres no tienen ninguna culpa? Cuando hablamos de la lesión a los derechos de escolarización de un niño, ¿no estamos ante unos padres que anteponen su fanatismo ideológico al derecho del niño a la educación? ¿No les corresponde ninguna culpa, ninguna sanción?
POR SUPUESTO, si alguien quiere venderme la moto de que la niña de 9 años –o el año pasado, con 8, y un mes sin escuela– es la que decide, me lo tomaré como lo que es: un chiste malo. No. Lo que tenemos es una escuela que intenta no permitir signos externos discriminatorios, unos padres fundamentalistas que tapan a su niña pequeña hasta el punto de privarla de movimientos (debe ser un poema en el recreo, con la falda hasta los tobillos), y una Generalitat que improvisa, vulnera los criterios de la escuela y acaba dando la razón al fanatismo. Vamos bien.
Pero, si todo ello fuera poco, lo peor es el tema de fondo. No estamos ante un símbolo religioso, como la cruz o la propia media luna, sino ante un signo de dominio sexista, que estigmatiza a las niñas desde la infancia y las prepara para una vida de sumisión. Por desgracia, miles de leyes que imponen el velo allí donde el islam rigorista gobierna, con castigos que llegan a la muerte, avalan su significado ideológico. Y es por ello, porque se trata de un planteamiento ideológico, por lo que los sectores más integristas convierten la cuestión del velo en un tema fundamental. ¿Se trata de una reivindicación religiosa? Se trata de un reto a las leyes de igualdad. Y no verlo así no solo no es entender nada, es perpetrar los mismos errores que nuestros vecinos europeos llevan años intentando evitar.
¿Habrá que reivindicar el uniforme como vestimenta que democratiza las aulas? Puede. Pero, de momento, lo que tenemos son unos gobernantes timoratos que, cuando oyen la palabra Alá, recurren a los tópicos caducados de la multiculturalidad para cometer todos los errores del diccionario. El Quijote ya no topa con la Iglesia. Ahora topa con el islam.
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