Por Said Aburish, escritor y biógrafo de Sadam Husein, autor de Naser, el último árabe (LA VANGUARDIA, 03/11/07):
La curtida prensa de Bagdad que acompañó al primer ministro Nuri al Maliki a Ammán a principios de este año apenas podía dar créditos a sus oídos. Visiblemente irritado, el líder del Gobierno iraquí made in USA corrigiópúblicamente al presidente Bush. “No soy su hombre en Bagdad, soy su amigo en Bagdad”, dijo.
No cabe entender Oriente Medio sin entender antes el mensaje que Al Maliki trataba de transmitir. El habitualmente taciturno primer ministro reaccionaba frente a las críticas de la Administración a su Gobierno, marcando las distancias entre él mismo y los líderes árabes tradicionalmente prooccidentales. En la actualidad hay una espectacular diferencia entre ser prooccidental y ser amigo de Occidente. A falta de ideología e instituciones políticas, el pueblo de Oriente Medio sigue a líderes, líderes que responden al talante de los tiempos: una realidad nunca tan verdadera como ahora. El liderazgo actual del Oriente Medio árabe se divide en tres grupos: el tradicional prooccidental basado en las dinastías que accedieron al poder tras la Primera Guerra Mundial, el de nuevos amigos de Occidente que afloraron tras el fin de Sadam Husein y Yasir Arafat, y el de los militantes extremistas como Bin Laden.
El grupo occidental tradicional se compone de Arabia Saudí, Egipto, Jordania y otros países menores. Arabia Saudí posee el 25% de las reservas mundiales de petróleo y alberga las ciudades más sagradas del islam, como son La Meca y Medina. Es, además, la monarquía feudal más absoluta del planeta. Servidor obediente de Occidente, la fuerza de Arabia Saudí basada en el petróleo ha modificado los términos de la relación. En sus tratos con la monarquía del desierto, Occidente aplica las políticas más oportunas y no los principios… Como Occidente necesita el petróleo saudí y el apoyo del mundo árabe en mayor medida que Arabia Saudí necesita protección occidental, se pasan por alto la corrupción y la violación saudí de los derechos humanos. Occidente incluso respalda al régimen saudí en contra de las fuerzas democráticas internas.
Jordania es un antiguo régimen prooccidental, pero es pobre y necesita la ayuda estadounidense para sobrevivir; sólo podría ofrecer un buen ejército como posible arma contra los enemigos de Occidente en Oriente Medio. La inestabilidad actual de Iraq subraya su importancia. Pero Jordania se ha ido democratizando y Occidente ya no la puede presionar como antes. Egipto es el país árabe más populoso (70 millones de habitantes); ocupa una destacada posición estratégica y cultural. En la crisis actual de la región, dejó de introducir medidas orientadas a la democracia y de proteger los derechos humanos. Aunque Egipto no se halla en condiciones de dar órdenes a Occidente, lo cierto es que se vale de cada crisis de Oriente Medio para hacer las cosas a su modo… Por ejemplo, durante la crisis actual de la región, Egipto, como Jordania, ha interrumpido todas las reformas de signo democrático. Mubarak ha utilizado la necesidad estadounidense de su apoyo para incumplir las promesas de reforma solicitadas por Occidente. Recientemente se ha informado de torturas en cárceles egipcias y se ha juzgado a cuatro periodistas por atentar contra la dignidad del Estado (¿qué significa esto?).
El segundo grupo consta de los nuevos amigos moderadamente prooccidentales que no quieren identificarse del todo con la perspectiva occidental y que han aprendido de los errores de Sadam y Arafat que ser antioccidental puede ser contraproducente. Iraq, Yemen y últimamente Libia aspiran a un tipo de relación con EE. UU. similar a la de Brasil y Corea del Sur, amistosa y distante a la vez. El tercer grupo es de las fuerzas antioccidentales; son grupos nacionalistas que se valen del islam como vanguardia de ataque, quisieran que EE. UU. dejara en paz a Oriente Medio y no respaldara a Israel ni a los regímenes corruptos. Aunque capaz de causar problemas, carecen de base popular susceptible de permitirles hacerse con el control de Oriente Medio. En suma, el primer grupo de países de corte tradicional regresa a la senda de la dictadura brutal (y Occidente precisa de su alianza para afrontar la crisis actual). El segundo grupo se compone de hijos de la crisis que, a la vista de la impopularidad que acarrea la amistad con Occidente (atención a lo de “nuestro hombre en Bagdad”) se guardan de un excesivo acercamiento. Y el tercer grupo, en una palabra, es enemigo de Occidente.
Oriente Medio se halla en punto muerto. EE. UU. está perdiendo la guerra en Iraq. EE. UU. y Occidente son tan impopulares y se hallan en posición tan endeble en la región que sus antiguos amigos se valen de su fragilidad en beneficio propio, sus nuevos amigos se muestran renuentes a identificarse con sus objetivos y sus enemigos quieren destruirles bajo la tapadera del islam. Entre tanto, en ausencia de ideología y tradición política, el pueblo árabe busca a un nuevo líder. ¿Puede ponerse en pie, por favor, el nuevo Naser?
La curtida prensa de Bagdad que acompañó al primer ministro Nuri al Maliki a Ammán a principios de este año apenas podía dar créditos a sus oídos. Visiblemente irritado, el líder del Gobierno iraquí made in USA corrigiópúblicamente al presidente Bush. “No soy su hombre en Bagdad, soy su amigo en Bagdad”, dijo.
No cabe entender Oriente Medio sin entender antes el mensaje que Al Maliki trataba de transmitir. El habitualmente taciturno primer ministro reaccionaba frente a las críticas de la Administración a su Gobierno, marcando las distancias entre él mismo y los líderes árabes tradicionalmente prooccidentales. En la actualidad hay una espectacular diferencia entre ser prooccidental y ser amigo de Occidente. A falta de ideología e instituciones políticas, el pueblo de Oriente Medio sigue a líderes, líderes que responden al talante de los tiempos: una realidad nunca tan verdadera como ahora. El liderazgo actual del Oriente Medio árabe se divide en tres grupos: el tradicional prooccidental basado en las dinastías que accedieron al poder tras la Primera Guerra Mundial, el de nuevos amigos de Occidente que afloraron tras el fin de Sadam Husein y Yasir Arafat, y el de los militantes extremistas como Bin Laden.
El grupo occidental tradicional se compone de Arabia Saudí, Egipto, Jordania y otros países menores. Arabia Saudí posee el 25% de las reservas mundiales de petróleo y alberga las ciudades más sagradas del islam, como son La Meca y Medina. Es, además, la monarquía feudal más absoluta del planeta. Servidor obediente de Occidente, la fuerza de Arabia Saudí basada en el petróleo ha modificado los términos de la relación. En sus tratos con la monarquía del desierto, Occidente aplica las políticas más oportunas y no los principios… Como Occidente necesita el petróleo saudí y el apoyo del mundo árabe en mayor medida que Arabia Saudí necesita protección occidental, se pasan por alto la corrupción y la violación saudí de los derechos humanos. Occidente incluso respalda al régimen saudí en contra de las fuerzas democráticas internas.
Jordania es un antiguo régimen prooccidental, pero es pobre y necesita la ayuda estadounidense para sobrevivir; sólo podría ofrecer un buen ejército como posible arma contra los enemigos de Occidente en Oriente Medio. La inestabilidad actual de Iraq subraya su importancia. Pero Jordania se ha ido democratizando y Occidente ya no la puede presionar como antes. Egipto es el país árabe más populoso (70 millones de habitantes); ocupa una destacada posición estratégica y cultural. En la crisis actual de la región, dejó de introducir medidas orientadas a la democracia y de proteger los derechos humanos. Aunque Egipto no se halla en condiciones de dar órdenes a Occidente, lo cierto es que se vale de cada crisis de Oriente Medio para hacer las cosas a su modo… Por ejemplo, durante la crisis actual de la región, Egipto, como Jordania, ha interrumpido todas las reformas de signo democrático. Mubarak ha utilizado la necesidad estadounidense de su apoyo para incumplir las promesas de reforma solicitadas por Occidente. Recientemente se ha informado de torturas en cárceles egipcias y se ha juzgado a cuatro periodistas por atentar contra la dignidad del Estado (¿qué significa esto?).
El segundo grupo consta de los nuevos amigos moderadamente prooccidentales que no quieren identificarse del todo con la perspectiva occidental y que han aprendido de los errores de Sadam y Arafat que ser antioccidental puede ser contraproducente. Iraq, Yemen y últimamente Libia aspiran a un tipo de relación con EE. UU. similar a la de Brasil y Corea del Sur, amistosa y distante a la vez. El tercer grupo es de las fuerzas antioccidentales; son grupos nacionalistas que se valen del islam como vanguardia de ataque, quisieran que EE. UU. dejara en paz a Oriente Medio y no respaldara a Israel ni a los regímenes corruptos. Aunque capaz de causar problemas, carecen de base popular susceptible de permitirles hacerse con el control de Oriente Medio. En suma, el primer grupo de países de corte tradicional regresa a la senda de la dictadura brutal (y Occidente precisa de su alianza para afrontar la crisis actual). El segundo grupo se compone de hijos de la crisis que, a la vista de la impopularidad que acarrea la amistad con Occidente (atención a lo de “nuestro hombre en Bagdad”) se guardan de un excesivo acercamiento. Y el tercer grupo, en una palabra, es enemigo de Occidente.
Oriente Medio se halla en punto muerto. EE. UU. está perdiendo la guerra en Iraq. EE. UU. y Occidente son tan impopulares y se hallan en posición tan endeble en la región que sus antiguos amigos se valen de su fragilidad en beneficio propio, sus nuevos amigos se muestran renuentes a identificarse con sus objetivos y sus enemigos quieren destruirles bajo la tapadera del islam. Entre tanto, en ausencia de ideología y tradición política, el pueblo árabe busca a un nuevo líder. ¿Puede ponerse en pie, por favor, el nuevo Naser?
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