Por Víctor Manuel Amado Castro (EL CORREO DIGITAL, 20/10/07):
El pasado 7 de septiembre el Sejm, o Cámara baja polaca, decidía disolverse y convocar elecciones para el domingo 21 de octubre. Es decir, para mañana. De esta forma se puso fin al Gobierno de coalición que, liderado por el PiS (Ley y Justicia) de los gemelos Kaczynski, ha gobernado el país centroeuropeo. Fue en 2005 cuando, en las elecciones legislativas, ganó el PiS convirtiéndose en la minoría más votada, lo que no le impidió formar un Ejecutivo monocolor e ir gobernando mediante alianzas coyunturales. Esta colaboración, que se venía dando con otras formas políticas del Sejm, se reafirmó en mayo de 2006 cuando entraron en el Ejecutivo los dos partidos que más habían ayudado al Gabinete en minoría del PiS. Los populistas de Autodefensa, liderados por Andrzej Lepper, y la ultraconservadora Liga de las Familias Polacas de Giertych se convirtieron en nuevos miembros del Gobierno y le dotaron de estabilidad parlamentaria. Esta coalición de corte populista y muy escorada a la derecha ha sido la que ha estado gobernando Polonia durante los últimos quince meses.
La primera consecuencia de esta decisión fue la dimisión del que hasta ese momento era el ministro de Exteriores polaco y europeísta convencido, Stefan Meller. Sin duda, este profesor y diplomático sabía qué tipo de gobierno venía, muy especialmente en lo que a sus relaciones en el seno de la UE hacía referencia. Pero la segunda víctima de esta coalición, o mejor dicho de los hermanos Kaczynski, fue el propio primer ministro Marcinkiewicz, quien el verano pasado, harto de ser puenteado por los gemelos, decidió dimitir. Fue entonces cuando los cálculos de los Kaczynski, sobre todo de Jaroslaw, se cumplieron. Él se hacía con la jefatura del Gobierno, mientras que su hermano, digamos que siempre con un papel secundario, ocupaba la presidencia.
El balance de estos dos años de gobierno no ha sido excesivamente bueno para la imagen exterior de Polonia. Más bien se podría decir que este país de Centroeuropa sobrevive a los Kaczynski, y también a su clase política, sin duda una de las más complicadas de las que se dan en los diferentes Estados que componen la UE. Pero a pesar de la inestabilidad política que caracteriza a este país, y de los constantes escándalos que se dan en el mismo, Polonia sigue creciendo y desarrollándose (el país que más crecerá en el seno de la UE, con un 6,4% según la Comisión Europea), lo que lo convierte en un lugar interesante de inversión y un actor político de relevancia en el seno comunitario. Es por esta razón que la gestión del Gobierno ha sido muy mala en lo que a imagen exterior de Polonia se refiere. El Gabinete Kaczynski, más allá de la legítima defensa de sus intereses como país en el seno de la UE, ha ejercido una actitud de constante victimismo de la que una y otra vez ha intentado sacar tajada. El bloqueo constante a cualquier acuerdo con Rusia por cuestiones relacionadas con el vacuno, o la posición intransigente en la cumbre de la Unión bajo la pasada presidencia alemana, han hecho que las cancillerías de la UE sientan un profundo recelo. Hasta tal punto llegó este victimismo ventajista que en la última cumbre de la UE presidida por Merkel, el presidente de Polonia, Lech Kaczynski, asesorado por su hermano, el primer minitro Jaroslaw, llegó a pedir que para el sistema de votación en el que se tenían en cuenta criterios de población se contabilizaran los millones de polacos que el III Reich había matado. Sin duda, una de las reivindicaciones más increíbles, irresponsables y mezquinas que se recuerdan en la diplomacia comunitaria.
Victimismo constante con Rusia que, de la mano de los gemelos Kaczynski, de sus socios de gobierno y también de buena parte del arco parlamentario polaco, ha propiciado que se lleve a cabo una política denominada ‘La lustración’ que, aunque recurrida en parte ante el Tribunal Constitucional, supone una auténtica caza de brujas de todo aquel que haya tenido un pasado comunista. Sin duda, las fuerzas de este Gabinete se han ido en combatir las obsesiones de los hermanos Kaczynski que, no olvidemos, son compartidas por gran parte de la sociedad polaca. Este empeño de lucha contra el comunismo y contra la corrupción llevó a los gemelos a calificar su llegada a la presidencia como el inicio de la IV República. Un tiempo nuevo que ponía fin a la III República nacida tras el final del sistema comunista en Polonia, y que se había caracterizado, según su ideario, por la corrupción.
Esta lucha contra la corrupción también llevó a los hermanos Kaczynski a preparar una trampa a uno de sus socios de gobierno, Andrzej Lepper, líder de Autodefensa, al que se acusó de admitir sobornos. Esto sucedió al inicio del verano, y si esto ya era una tormenta política, aún lo fue más cuando a finales del pasado agosto el antiguo ministro de Interior Kaczmarek era detenido por la seguridad del Estado acusado de avisar a los demás políticos de que el organismo de lucha contra la corrupción les quería tender trampas. El antiguo ministro de Interior detenido tiró de la manta, y acusó a los Kaczynski de utilizar los servicios del Estado para espiar a dirigentes políticos, periodistas y empresarios, en lo que se ha llamado el ‘watergate polaco’. Esta situación llevó a los dos partidos que apoyaban al PiS a abandonar el Gabinete a finales de agosto, dejando así en minoría al Gobierno de Jaroslaw Kaczynski. De esta forma, tras la disolución del Sejm, las elecciones de mañana enfrentan a las dos formaciones más importantes de Polonia: el PiS de los Kaczynski, y la PO (Plataforma Cívica) de Donald Tusk. Es decir, una confrontación en el seno de la derecha: los primeros muy conservadores y los segundos más liberales.
La tercera fuerza en discordia es la coalición formada por la Izquierda y los Demócratas (LiD), apoyada por el antiguo presidente Kwasniewski. Los que parece, según las encuestas, que perderán escaños son Autodefensa y Liga de las Familias Polacas, que también se presentan en coalición. Así, y aunque los últimos sondeos dan al PO como ganador sin la mayoría absoluta, la clave será con quién pactará el que gane. Desde las cancillerías europeas se apuesta claramente por una coalición de gobierno entre la Plataforma Cívica de Tusk y la Izquierda Democrática para que, citando las declaraciones del historiador Norman Davies al diario ‘Gazeta Wyborcza’ el pasado 22 de agosto, «Polonia deje de tener una relación con el pasado, extraña mezcla de complejos, de orgullo injustificado y de quejas al mundo». Las elecciones legislativas de mañana pueden ser el primer paso hacia ello.
El pasado 7 de septiembre el Sejm, o Cámara baja polaca, decidía disolverse y convocar elecciones para el domingo 21 de octubre. Es decir, para mañana. De esta forma se puso fin al Gobierno de coalición que, liderado por el PiS (Ley y Justicia) de los gemelos Kaczynski, ha gobernado el país centroeuropeo. Fue en 2005 cuando, en las elecciones legislativas, ganó el PiS convirtiéndose en la minoría más votada, lo que no le impidió formar un Ejecutivo monocolor e ir gobernando mediante alianzas coyunturales. Esta colaboración, que se venía dando con otras formas políticas del Sejm, se reafirmó en mayo de 2006 cuando entraron en el Ejecutivo los dos partidos que más habían ayudado al Gabinete en minoría del PiS. Los populistas de Autodefensa, liderados por Andrzej Lepper, y la ultraconservadora Liga de las Familias Polacas de Giertych se convirtieron en nuevos miembros del Gobierno y le dotaron de estabilidad parlamentaria. Esta coalición de corte populista y muy escorada a la derecha ha sido la que ha estado gobernando Polonia durante los últimos quince meses.
La primera consecuencia de esta decisión fue la dimisión del que hasta ese momento era el ministro de Exteriores polaco y europeísta convencido, Stefan Meller. Sin duda, este profesor y diplomático sabía qué tipo de gobierno venía, muy especialmente en lo que a sus relaciones en el seno de la UE hacía referencia. Pero la segunda víctima de esta coalición, o mejor dicho de los hermanos Kaczynski, fue el propio primer ministro Marcinkiewicz, quien el verano pasado, harto de ser puenteado por los gemelos, decidió dimitir. Fue entonces cuando los cálculos de los Kaczynski, sobre todo de Jaroslaw, se cumplieron. Él se hacía con la jefatura del Gobierno, mientras que su hermano, digamos que siempre con un papel secundario, ocupaba la presidencia.
El balance de estos dos años de gobierno no ha sido excesivamente bueno para la imagen exterior de Polonia. Más bien se podría decir que este país de Centroeuropa sobrevive a los Kaczynski, y también a su clase política, sin duda una de las más complicadas de las que se dan en los diferentes Estados que componen la UE. Pero a pesar de la inestabilidad política que caracteriza a este país, y de los constantes escándalos que se dan en el mismo, Polonia sigue creciendo y desarrollándose (el país que más crecerá en el seno de la UE, con un 6,4% según la Comisión Europea), lo que lo convierte en un lugar interesante de inversión y un actor político de relevancia en el seno comunitario. Es por esta razón que la gestión del Gobierno ha sido muy mala en lo que a imagen exterior de Polonia se refiere. El Gabinete Kaczynski, más allá de la legítima defensa de sus intereses como país en el seno de la UE, ha ejercido una actitud de constante victimismo de la que una y otra vez ha intentado sacar tajada. El bloqueo constante a cualquier acuerdo con Rusia por cuestiones relacionadas con el vacuno, o la posición intransigente en la cumbre de la Unión bajo la pasada presidencia alemana, han hecho que las cancillerías de la UE sientan un profundo recelo. Hasta tal punto llegó este victimismo ventajista que en la última cumbre de la UE presidida por Merkel, el presidente de Polonia, Lech Kaczynski, asesorado por su hermano, el primer minitro Jaroslaw, llegó a pedir que para el sistema de votación en el que se tenían en cuenta criterios de población se contabilizaran los millones de polacos que el III Reich había matado. Sin duda, una de las reivindicaciones más increíbles, irresponsables y mezquinas que se recuerdan en la diplomacia comunitaria.
Victimismo constante con Rusia que, de la mano de los gemelos Kaczynski, de sus socios de gobierno y también de buena parte del arco parlamentario polaco, ha propiciado que se lleve a cabo una política denominada ‘La lustración’ que, aunque recurrida en parte ante el Tribunal Constitucional, supone una auténtica caza de brujas de todo aquel que haya tenido un pasado comunista. Sin duda, las fuerzas de este Gabinete se han ido en combatir las obsesiones de los hermanos Kaczynski que, no olvidemos, son compartidas por gran parte de la sociedad polaca. Este empeño de lucha contra el comunismo y contra la corrupción llevó a los gemelos a calificar su llegada a la presidencia como el inicio de la IV República. Un tiempo nuevo que ponía fin a la III República nacida tras el final del sistema comunista en Polonia, y que se había caracterizado, según su ideario, por la corrupción.
Esta lucha contra la corrupción también llevó a los hermanos Kaczynski a preparar una trampa a uno de sus socios de gobierno, Andrzej Lepper, líder de Autodefensa, al que se acusó de admitir sobornos. Esto sucedió al inicio del verano, y si esto ya era una tormenta política, aún lo fue más cuando a finales del pasado agosto el antiguo ministro de Interior Kaczmarek era detenido por la seguridad del Estado acusado de avisar a los demás políticos de que el organismo de lucha contra la corrupción les quería tender trampas. El antiguo ministro de Interior detenido tiró de la manta, y acusó a los Kaczynski de utilizar los servicios del Estado para espiar a dirigentes políticos, periodistas y empresarios, en lo que se ha llamado el ‘watergate polaco’. Esta situación llevó a los dos partidos que apoyaban al PiS a abandonar el Gabinete a finales de agosto, dejando así en minoría al Gobierno de Jaroslaw Kaczynski. De esta forma, tras la disolución del Sejm, las elecciones de mañana enfrentan a las dos formaciones más importantes de Polonia: el PiS de los Kaczynski, y la PO (Plataforma Cívica) de Donald Tusk. Es decir, una confrontación en el seno de la derecha: los primeros muy conservadores y los segundos más liberales.
La tercera fuerza en discordia es la coalición formada por la Izquierda y los Demócratas (LiD), apoyada por el antiguo presidente Kwasniewski. Los que parece, según las encuestas, que perderán escaños son Autodefensa y Liga de las Familias Polacas, que también se presentan en coalición. Así, y aunque los últimos sondeos dan al PO como ganador sin la mayoría absoluta, la clave será con quién pactará el que gane. Desde las cancillerías europeas se apuesta claramente por una coalición de gobierno entre la Plataforma Cívica de Tusk y la Izquierda Democrática para que, citando las declaraciones del historiador Norman Davies al diario ‘Gazeta Wyborcza’ el pasado 22 de agosto, «Polonia deje de tener una relación con el pasado, extraña mezcla de complejos, de orgullo injustificado y de quejas al mundo». Las elecciones legislativas de mañana pueden ser el primer paso hacia ello.
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