Por Gregorio Morán (LA VANGUARDIA, 03/11/07):
Perplejo. La sociedad se conmociona ante dos escenas simultáneas, la de un descerebrado convertido en arrogante canalla que golpea a una joven indefensa, con alevosía e impunidad, y en un segundo plano, acompañando la escena como un fondo musical, un tipo acojonado porque el destino está dubitativo y aún no ha decidido si las hostias le van a caer sólo a la chica o también le tocarán a él, que nunca se sabe lo que puede ocurrir cuando las bestias se desatan. Le cayeron a la chica, es obvio, porque la gente basura siempre bascula hacia lo más fácil. Es algo más que ira lo que siento al escribir estas líneas, es vergüenza. No del tipo, que forma parte de esa especie a extinguir, repito a extinguir, y dejo la fórmula a los psicólogos y a los jueces, y de la que me importa una higa si su madre lo abandonó cuando era chico, y si su padre era alcohólico, ni si su abuela lo adoraba y le limpiaba las vomitadas cuando volvía a casa. De toda esa historia del lumpen despreciable y la agresión impune, retengo el gesto de sus colegas tomando con una cámara la imagen de los periodistas que seguían al nota, para intimidarles.
Basura como él, pero basura solidaria. Un respeto, porque si se invirtieran los papeles nadie con tanta audacia haría cosa semejante por nosotros.
Podríamos decir que pertenecer a una mafia es hoy la mejor garantía de solidaridad.
Ahora resulta que los enterados del asunto nos aseguran que casos como éste ocurren todos los días. ¿No me diga? ¿Y qué hacen ustedes para evitarlo si ni siquiera nos lo cuentan?
No creo que la gente sea consciente de lo que significa esta miserable historia ocurrida en un vagón de metro, entre un golfo y una joven ecuatoriana con presencia de un testigo, un joven argentino, a quien los dioses concedieron el privilegio de verlo y sufrir por ello. Primero la fecha. ¿Por qué nadie nos ha explicado la razón por la que un suceso ocurrido el 7 de octubre, a las diez y pico de la noche, se hace público el 23, casi dos semanas más tarde? ¿Qué pasó en el ínterin? ¿Por qué nos lo dan así, en bruto, y no nos cuentan qué ocurrió entre la Guardia Civil y los jueces de guardia, y cómo fue posible que ese jeta saliera arrogante y seguro para afrontar la historia, como un héroe de mierda y con patillas?
No hay razones jurídicas para que ese tal Sergi Xavier Martín Martínez esté detenido desde el mismo momento de la agresión, y ¿saben por qué? ¿Porque la agredida es mujer, ecuatoriana, acojonada, no estudió filología hispánica ni catalana, y menos aún un máster en el IESE? Les puedo asegurar, jugándome la patilla, que si le hubieran dado de hostias a una juez, no habría discusión posible porque habría un párrafo del código indicado para ese caso.
El motivo por el que ese espécimen con instinto criminal no está en el trullo a la espera de juicio es un descuido, una equivocación de la víctima, porque las víctimas son de naturaleza torpe y no acaban de entender el rigor cívico de nuestros jueces y letrados. Una vez apaleada, nuestra chica ecuatoriana debía de haber ido, fíjense en el modo del verbo, “debía de haber ido” a un centro de salud pública donde le fijaran sobre papel las heridas infligidas por el sujeto de marras, y una vez obtenido el documento en el que figuraban las señales, con el papelito bien agarrado en la mano, la ecuatoriana debía luego personarse en la comisaría más cercana y allí, adentrándose en la amabilidad habitual de esos departamentos, depositar sus datos y poner la pertinente denuncia. Entonces sí, el buen juez podría dormir tranquilo y sin ningún problema jurídico de conciencia, retener en prisión al que agredió, insultó y humilló a una muchacha que llevará perpetuamente esa herida.
Vivimos en una sociedad de tartufos, de cínicos desalmados. ¿O acaso no es eso lo que significa reprocharle al pobre argentino acojonado, al que le pilló el marrón metido en el metro, que deseaba mirar para otra parte y no encontrarse con la mirada del agresor, no fuera a ser que cambiara de víctima? ¡Qué valor tienen nuestros editorialistas exigiendo audacia a los testigos, al tiempo que no se atreven ni siquiera a dar los apellidos del agresor, no vaya a ser que les presente una querella por atentado a su honor! Me reconcomo pensando cómo tendrán los santísimos cojones de reprochar a un pringao que está a punto de ser forrado a hostias, o de arriesgarse a que lo maten impunemente, cuando ellos que tienen radios, periódicos, televisiones, buenos salarios, excelentes contratos blindados, y no son capaces ni de arriesgar a poner negro sobre blanco los apellidos de los delincuentes… “no vaya a ser que nos procesen y nos cueste una pasta”.
Unos días antes de esta tropelía, se podía leer en los diarios que un pederasta llamado Jordi F. C. - Fútbol Club, imagino que podría interpretarse, porque se dedicaba a ir por los campos de fútbol y atraer a niños con promesas de contratos- y hete aquí que este tipo, que operaba en Badalona - es decir, a la vuelta de la esquina-, no solamente no tiene apellidos sino que se señala que “es de origen español”, detalle críptico que no acabo de entender, porque lo más normal en Badalona es que casi todos sean de origen español, incluso alguno, creo yo y sin ofender, posiblemente sea hasta español, pero lo que me conmueve hasta el grito es que se trata “de uno de los delincuentes más maquiavélicos y peligrosos del país”. Pero no se da su filiación, ni su foto, porque una cosa es advertir y otra correr riesgos. En definitiva, vivimos en una sociedad que privilegia el miedo. Está en nuestra cultura y mucho más en nuestra época. El individualista romántico murió hace ya muchos años y hoy se educa a la gente no para ser individuos, sino para tropa. Sé desconfiado y fiel a la familia, al menos hasta que llegue el momento de la herencia. Sobre todo, no destaques ni llames la atención. Desde pequeños te advierten que no debes distinguirte, y si bien a las mamás y a los papás les gusta mucho la leyenda de Mozart, versión Pushkin-Milos Forman, mejor abstenerse porque eso está muy bien en el cine pero la vida, ay la vida. Si presencias un atraco, te recomiendan que te eches al suelo y que lo entregues todo. Si asistes a un accidente de tráfico, trata de salir pitando y que no te hagan testigo. Si estás en el lugar de una agresión, di que no la viste porque estabas distraído, y si te apuran mucho en un incidente callejero y has contemplado impávido cómo violaban a la chica, o robaban a la vieja, o atracaban al tendero de la esquina, échalo al olvido porque no va contigo. Y además, ¡sé ciudadano posmoderno! ¿acaso no pagas tus impuestos para que la policía se ocupe de esas cosas? Por esos mismos días y en un pequeño pueblo de la Ribera Alta levantina, un chico de apenas 23 años, de cara redonda y conciencia inmensa, se movió al oír cómo le daban de hostias impunemente y en medio de la estación a una joven. El agresor tenía el tamaño de un armario pero allá se fue con su voluntad de joven estudiante de derecho - de los que creen, por supuesto-, y apenas si le dio tiempo a preguntarle a ella si necesitaba ayuda, porque el armario se disparó, le dio un trompazo y le dejó como un mueble sobre el andén. Allí se quedó, muerto. Se llamaba Daniel Oliver Llorente, y cuando llegaron las urgencias se encontraron al agresor que le movía los brazos gritándole: “Tío, no me hagas esto, aguanta, no te mueras”. Pero murió, como en el verso de Vallejo, y del agresor no sabemos más que se llamaba David y dos siglas de apellidos. Por supuesto uno está en la calle y el otro en el cementerio. Miwa Buene, congoleño, 42 años, traductor de una ONG, se encontró un mal día en Alcalá de Henares a un energúmeno que se llamaba Roberto, uno de eso arcángeles que se consideran, y así se lo dijo al alcalde, hartos “de putos negros y putos inmigrantes en su ciudad”. Le curtió de lo lindo y ahora Miwa el congoleño reside parapléjico en el hospital de Toledo y el otro libre para proclamar la defensa de Occidente. Nuestra justicia es de clase, quiero decir que es de clase A, de clase B, o de clase incierta, pero es de clase y los jueces se limitan a aplicarla. ¿Quién podría reprocharles que también tuvieran miedo? A lo mejor no es de ahora y viene de lejos. Los refranes, que son la quintaesencia de las miserias populares, están llenos de referencias al miedo, siempre elogiosas. Ensalzadores del valor, apenas si conozco alguno.
Perplejo. La sociedad se conmociona ante dos escenas simultáneas, la de un descerebrado convertido en arrogante canalla que golpea a una joven indefensa, con alevosía e impunidad, y en un segundo plano, acompañando la escena como un fondo musical, un tipo acojonado porque el destino está dubitativo y aún no ha decidido si las hostias le van a caer sólo a la chica o también le tocarán a él, que nunca se sabe lo que puede ocurrir cuando las bestias se desatan. Le cayeron a la chica, es obvio, porque la gente basura siempre bascula hacia lo más fácil. Es algo más que ira lo que siento al escribir estas líneas, es vergüenza. No del tipo, que forma parte de esa especie a extinguir, repito a extinguir, y dejo la fórmula a los psicólogos y a los jueces, y de la que me importa una higa si su madre lo abandonó cuando era chico, y si su padre era alcohólico, ni si su abuela lo adoraba y le limpiaba las vomitadas cuando volvía a casa. De toda esa historia del lumpen despreciable y la agresión impune, retengo el gesto de sus colegas tomando con una cámara la imagen de los periodistas que seguían al nota, para intimidarles.
Basura como él, pero basura solidaria. Un respeto, porque si se invirtieran los papeles nadie con tanta audacia haría cosa semejante por nosotros.
Podríamos decir que pertenecer a una mafia es hoy la mejor garantía de solidaridad.
Ahora resulta que los enterados del asunto nos aseguran que casos como éste ocurren todos los días. ¿No me diga? ¿Y qué hacen ustedes para evitarlo si ni siquiera nos lo cuentan?
No creo que la gente sea consciente de lo que significa esta miserable historia ocurrida en un vagón de metro, entre un golfo y una joven ecuatoriana con presencia de un testigo, un joven argentino, a quien los dioses concedieron el privilegio de verlo y sufrir por ello. Primero la fecha. ¿Por qué nadie nos ha explicado la razón por la que un suceso ocurrido el 7 de octubre, a las diez y pico de la noche, se hace público el 23, casi dos semanas más tarde? ¿Qué pasó en el ínterin? ¿Por qué nos lo dan así, en bruto, y no nos cuentan qué ocurrió entre la Guardia Civil y los jueces de guardia, y cómo fue posible que ese jeta saliera arrogante y seguro para afrontar la historia, como un héroe de mierda y con patillas?
No hay razones jurídicas para que ese tal Sergi Xavier Martín Martínez esté detenido desde el mismo momento de la agresión, y ¿saben por qué? ¿Porque la agredida es mujer, ecuatoriana, acojonada, no estudió filología hispánica ni catalana, y menos aún un máster en el IESE? Les puedo asegurar, jugándome la patilla, que si le hubieran dado de hostias a una juez, no habría discusión posible porque habría un párrafo del código indicado para ese caso.
El motivo por el que ese espécimen con instinto criminal no está en el trullo a la espera de juicio es un descuido, una equivocación de la víctima, porque las víctimas son de naturaleza torpe y no acaban de entender el rigor cívico de nuestros jueces y letrados. Una vez apaleada, nuestra chica ecuatoriana debía de haber ido, fíjense en el modo del verbo, “debía de haber ido” a un centro de salud pública donde le fijaran sobre papel las heridas infligidas por el sujeto de marras, y una vez obtenido el documento en el que figuraban las señales, con el papelito bien agarrado en la mano, la ecuatoriana debía luego personarse en la comisaría más cercana y allí, adentrándose en la amabilidad habitual de esos departamentos, depositar sus datos y poner la pertinente denuncia. Entonces sí, el buen juez podría dormir tranquilo y sin ningún problema jurídico de conciencia, retener en prisión al que agredió, insultó y humilló a una muchacha que llevará perpetuamente esa herida.
Vivimos en una sociedad de tartufos, de cínicos desalmados. ¿O acaso no es eso lo que significa reprocharle al pobre argentino acojonado, al que le pilló el marrón metido en el metro, que deseaba mirar para otra parte y no encontrarse con la mirada del agresor, no fuera a ser que cambiara de víctima? ¡Qué valor tienen nuestros editorialistas exigiendo audacia a los testigos, al tiempo que no se atreven ni siquiera a dar los apellidos del agresor, no vaya a ser que les presente una querella por atentado a su honor! Me reconcomo pensando cómo tendrán los santísimos cojones de reprochar a un pringao que está a punto de ser forrado a hostias, o de arriesgarse a que lo maten impunemente, cuando ellos que tienen radios, periódicos, televisiones, buenos salarios, excelentes contratos blindados, y no son capaces ni de arriesgar a poner negro sobre blanco los apellidos de los delincuentes… “no vaya a ser que nos procesen y nos cueste una pasta”.
Unos días antes de esta tropelía, se podía leer en los diarios que un pederasta llamado Jordi F. C. - Fútbol Club, imagino que podría interpretarse, porque se dedicaba a ir por los campos de fútbol y atraer a niños con promesas de contratos- y hete aquí que este tipo, que operaba en Badalona - es decir, a la vuelta de la esquina-, no solamente no tiene apellidos sino que se señala que “es de origen español”, detalle críptico que no acabo de entender, porque lo más normal en Badalona es que casi todos sean de origen español, incluso alguno, creo yo y sin ofender, posiblemente sea hasta español, pero lo que me conmueve hasta el grito es que se trata “de uno de los delincuentes más maquiavélicos y peligrosos del país”. Pero no se da su filiación, ni su foto, porque una cosa es advertir y otra correr riesgos. En definitiva, vivimos en una sociedad que privilegia el miedo. Está en nuestra cultura y mucho más en nuestra época. El individualista romántico murió hace ya muchos años y hoy se educa a la gente no para ser individuos, sino para tropa. Sé desconfiado y fiel a la familia, al menos hasta que llegue el momento de la herencia. Sobre todo, no destaques ni llames la atención. Desde pequeños te advierten que no debes distinguirte, y si bien a las mamás y a los papás les gusta mucho la leyenda de Mozart, versión Pushkin-Milos Forman, mejor abstenerse porque eso está muy bien en el cine pero la vida, ay la vida. Si presencias un atraco, te recomiendan que te eches al suelo y que lo entregues todo. Si asistes a un accidente de tráfico, trata de salir pitando y que no te hagan testigo. Si estás en el lugar de una agresión, di que no la viste porque estabas distraído, y si te apuran mucho en un incidente callejero y has contemplado impávido cómo violaban a la chica, o robaban a la vieja, o atracaban al tendero de la esquina, échalo al olvido porque no va contigo. Y además, ¡sé ciudadano posmoderno! ¿acaso no pagas tus impuestos para que la policía se ocupe de esas cosas? Por esos mismos días y en un pequeño pueblo de la Ribera Alta levantina, un chico de apenas 23 años, de cara redonda y conciencia inmensa, se movió al oír cómo le daban de hostias impunemente y en medio de la estación a una joven. El agresor tenía el tamaño de un armario pero allá se fue con su voluntad de joven estudiante de derecho - de los que creen, por supuesto-, y apenas si le dio tiempo a preguntarle a ella si necesitaba ayuda, porque el armario se disparó, le dio un trompazo y le dejó como un mueble sobre el andén. Allí se quedó, muerto. Se llamaba Daniel Oliver Llorente, y cuando llegaron las urgencias se encontraron al agresor que le movía los brazos gritándole: “Tío, no me hagas esto, aguanta, no te mueras”. Pero murió, como en el verso de Vallejo, y del agresor no sabemos más que se llamaba David y dos siglas de apellidos. Por supuesto uno está en la calle y el otro en el cementerio. Miwa Buene, congoleño, 42 años, traductor de una ONG, se encontró un mal día en Alcalá de Henares a un energúmeno que se llamaba Roberto, uno de eso arcángeles que se consideran, y así se lo dijo al alcalde, hartos “de putos negros y putos inmigrantes en su ciudad”. Le curtió de lo lindo y ahora Miwa el congoleño reside parapléjico en el hospital de Toledo y el otro libre para proclamar la defensa de Occidente. Nuestra justicia es de clase, quiero decir que es de clase A, de clase B, o de clase incierta, pero es de clase y los jueces se limitan a aplicarla. ¿Quién podría reprocharles que también tuvieran miedo? A lo mejor no es de ahora y viene de lejos. Los refranes, que son la quintaesencia de las miserias populares, están llenos de referencias al miedo, siempre elogiosas. Ensalzadores del valor, apenas si conozco alguno.
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