Por Irene Zoe Alameda, escritora e investigadora del CSIC (EL PAÍS, 24/10/07):
Los textos de algunos jóvenes autores son los primeros signos de la impronta que la revolución tecnológica está dejando en nuestro lenguaje. Frente a las obras de corte convencional que aún se prodigan en el panorama literario, las de los autores de la primera generación de la era Gates, socializada plenamente en las TICS (Tecnologías de la Información y la Comunicación), reúnen características muy peculiares.
Antes que nuestra revolución tecnológica hubo otras. Siglos atrás, el Renacimiento alentó un espíritu humanista que modificó la estructura social e inspiró la novela moderna, cuyo nacimiento se enlaza con la “invención” de la imprenta. Para muchos es injusto que se adoptase a Gutenberg como exponente histórico de la imprenta (sólo perfeccionó la antigua técnica china), pero, con mayor o menor mérito, el alemán quedó como su responsable ante la Edad Moderna.
En cierto modo, la situación se repite hoy: podríamos llamar era Gates al periodo inaugurado por la inteligencia artificial y las telecomunicaciones, afianzadas a partir de los noventa. Otra vez, con mayor o menor mérito, es muy probable que sea el nombre de Bill Gates el que quede unido al de la informática.
¿Qué efecto ha tenido el cambio tecnológico en la población? Una vez lograda la práctica alfabetización del mundo desarrollado, el consumo constante de información ha producido un masivo ejercicio lector que ha operado una inversión en las premisas que relacionan pensamiento y escritura. La escritura ha dejado de ser el reflejo del pensamiento, para pasar a ser el eco de un molde narrativo previo al que cada pasaje puede aportar una variación o con el que se puede contraponer. El receptor de un texto leía desde un pensamiento en blanco poblado de credulidad e interés; ahora lee escaneando datos, sabedor de que un gran porcentaje de los mismos será redundante. La consecuencia inmediata de nuestra pericia lectora es que nuestro referente, además del fonema (de la oralidad), es también la imagen visual de las palabras, por lo que las grafías se han comenzado a apocopar (piénsese en los SMS o en las siglas). El salto abismal que ha dado la ortodoxia ortográfica-gramática-sintáctica ha sido viable gracias a este entrenamiento en la lectura.
Al paradigma analógico le ha sucedido un paradigma digital. ¿Qué quiere decir esto? El modelo intelectual antiguo era el que permitían los instrumentos expresivos de entonces: el Yo experimentaba la realidad para después re-producirla a través del tamiz de su subjetividad. Ese acto artístico constituía un acto de re-creación, si bien el objetivo del arte era el de la mimesis (o imitación).
El nuevo modelo, surgido de la era digital, es radicalmente distinto. Lo digital permite la grabación y retransmisión exacta de lo que experimenta el Yo en tiempo real; esto es: el Yo registra y transmite a su Yo clónico. El principio regidor del arte sigue siendo la mimesis, aunque ésta se ha dotado de una significación nueva, pues ha pasado a ser más literal, y la función del artista ha dejado de ser re-productora para ser casi notarial. Ése es el afán del nuevo arte: imitar la realidad sensible con el objeto de inducir una respuesta emocional en el lector.
Las posibilidades de innovación para los escritores dispuestos a arriesgar son infinitas. Entre las nuevas prácticas destacan la poliglosia, que es la mezcla de discursos (de estilos, de ideologías, de jergas extraliterarias: científicas, jurídicas, periodísticas, musicales, publicitarias…); la inclusión de información visual (dibujos, fotos, gráficos, fórmulas matemáticas, iconos…); la confusión de proceso y producto, que valida composiciones en construcción desde una filosofía propia del ensayo o del diario; los juegos tipográficos que delatan una consciencia de la dimensión de la página impresa como imagen; la copia del lenguaje audiovisual (edición cinematográfica, simultaneidad, multiperspectivismo…); el trasvase de géneros desde las artes plásticas, etcétera.
Tal vez muchas de estas iniciativas estéticas resulten “antiliterarias” para críticos y lectores educados en lo clásico. No obstante, la intención de los nuevos autores es la búsqueda de cauces que recuperen la emoción, ya sea por medio del extrañamiento, de la evocación subconsciente o de la participación atenta en los procesos mentales a los que invitan. El paradigma digital de mimesis extrema se va introduciendo en la literatura, y la superposición premeditada de elementos de diversos ámbitos estimula una activa interpretación individual.
Cuando los autores que aún se afanan por emular a los grandes maestros del canon ridiculizan a los de la nueva generación, no están poniendo de relieve otra cosa que la coexistencia de dos modelos de escritura, de los cuales el primero está condenado a la extinción. No puede ser de otro modo, puesto que actualmente se da una situación bipolar, en la que nuestra experiencia cotidiana maneja herramientas de última generación, mientras que nuestra expresión artística sigue empleando utensilios del pasado, evidentemente obsoletos para reflejar el presente. El desafío lingüístico es demasiado grande para tomarlo a la ligera.
Es posible que entre los autores de la era Gates de todo haya: audaces (re)inventores de la futura tradición y memos iletrados deslumbrados por la moda. Sea como fuere, recomiendo acoger con confianza las propuestas de la joven generación.
Los textos de algunos jóvenes autores son los primeros signos de la impronta que la revolución tecnológica está dejando en nuestro lenguaje. Frente a las obras de corte convencional que aún se prodigan en el panorama literario, las de los autores de la primera generación de la era Gates, socializada plenamente en las TICS (Tecnologías de la Información y la Comunicación), reúnen características muy peculiares.
Antes que nuestra revolución tecnológica hubo otras. Siglos atrás, el Renacimiento alentó un espíritu humanista que modificó la estructura social e inspiró la novela moderna, cuyo nacimiento se enlaza con la “invención” de la imprenta. Para muchos es injusto que se adoptase a Gutenberg como exponente histórico de la imprenta (sólo perfeccionó la antigua técnica china), pero, con mayor o menor mérito, el alemán quedó como su responsable ante la Edad Moderna.
En cierto modo, la situación se repite hoy: podríamos llamar era Gates al periodo inaugurado por la inteligencia artificial y las telecomunicaciones, afianzadas a partir de los noventa. Otra vez, con mayor o menor mérito, es muy probable que sea el nombre de Bill Gates el que quede unido al de la informática.
¿Qué efecto ha tenido el cambio tecnológico en la población? Una vez lograda la práctica alfabetización del mundo desarrollado, el consumo constante de información ha producido un masivo ejercicio lector que ha operado una inversión en las premisas que relacionan pensamiento y escritura. La escritura ha dejado de ser el reflejo del pensamiento, para pasar a ser el eco de un molde narrativo previo al que cada pasaje puede aportar una variación o con el que se puede contraponer. El receptor de un texto leía desde un pensamiento en blanco poblado de credulidad e interés; ahora lee escaneando datos, sabedor de que un gran porcentaje de los mismos será redundante. La consecuencia inmediata de nuestra pericia lectora es que nuestro referente, además del fonema (de la oralidad), es también la imagen visual de las palabras, por lo que las grafías se han comenzado a apocopar (piénsese en los SMS o en las siglas). El salto abismal que ha dado la ortodoxia ortográfica-gramática-sintáctica ha sido viable gracias a este entrenamiento en la lectura.
Al paradigma analógico le ha sucedido un paradigma digital. ¿Qué quiere decir esto? El modelo intelectual antiguo era el que permitían los instrumentos expresivos de entonces: el Yo experimentaba la realidad para después re-producirla a través del tamiz de su subjetividad. Ese acto artístico constituía un acto de re-creación, si bien el objetivo del arte era el de la mimesis (o imitación).
El nuevo modelo, surgido de la era digital, es radicalmente distinto. Lo digital permite la grabación y retransmisión exacta de lo que experimenta el Yo en tiempo real; esto es: el Yo registra y transmite a su Yo clónico. El principio regidor del arte sigue siendo la mimesis, aunque ésta se ha dotado de una significación nueva, pues ha pasado a ser más literal, y la función del artista ha dejado de ser re-productora para ser casi notarial. Ése es el afán del nuevo arte: imitar la realidad sensible con el objeto de inducir una respuesta emocional en el lector.
Las posibilidades de innovación para los escritores dispuestos a arriesgar son infinitas. Entre las nuevas prácticas destacan la poliglosia, que es la mezcla de discursos (de estilos, de ideologías, de jergas extraliterarias: científicas, jurídicas, periodísticas, musicales, publicitarias…); la inclusión de información visual (dibujos, fotos, gráficos, fórmulas matemáticas, iconos…); la confusión de proceso y producto, que valida composiciones en construcción desde una filosofía propia del ensayo o del diario; los juegos tipográficos que delatan una consciencia de la dimensión de la página impresa como imagen; la copia del lenguaje audiovisual (edición cinematográfica, simultaneidad, multiperspectivismo…); el trasvase de géneros desde las artes plásticas, etcétera.
Tal vez muchas de estas iniciativas estéticas resulten “antiliterarias” para críticos y lectores educados en lo clásico. No obstante, la intención de los nuevos autores es la búsqueda de cauces que recuperen la emoción, ya sea por medio del extrañamiento, de la evocación subconsciente o de la participación atenta en los procesos mentales a los que invitan. El paradigma digital de mimesis extrema se va introduciendo en la literatura, y la superposición premeditada de elementos de diversos ámbitos estimula una activa interpretación individual.
Cuando los autores que aún se afanan por emular a los grandes maestros del canon ridiculizan a los de la nueva generación, no están poniendo de relieve otra cosa que la coexistencia de dos modelos de escritura, de los cuales el primero está condenado a la extinción. No puede ser de otro modo, puesto que actualmente se da una situación bipolar, en la que nuestra experiencia cotidiana maneja herramientas de última generación, mientras que nuestra expresión artística sigue empleando utensilios del pasado, evidentemente obsoletos para reflejar el presente. El desafío lingüístico es demasiado grande para tomarlo a la ligera.
Es posible que entre los autores de la era Gates de todo haya: audaces (re)inventores de la futura tradición y memos iletrados deslumbrados por la moda. Sea como fuere, recomiendo acoger con confianza las propuestas de la joven generación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario