Por Dominique Moïsi, fundador y asesor principal del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI), y profesor del Colegio de Europa en Natolin, Varsovia. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo. © Projet Syndicate, 2007 (EL PAÍS, 31/10/07):
¿Cómo debemos evaluar el estado de las relaciones transatlánticas hoy día? Haciéndole un guiño a Wall Street podríamos decir que la OTAN está en alza; Europa, a medio gas, y Estados Unidos, claramente en baja.
La OTAN está “en alza” por una razón fundamental: la mayor calidez de las relaciones entre Estados Unidos y Francia después de la elección de Nicolas Sarkozy como presidente. Por primera vez desde que Charles de Gaulle instaurara la V República, la prioridad de Francia no es vivir oponiéndose a EE UU. Los indicios de esta transformación son profundos, espectaculares incluso. Desde el endurecimiento de la posición francesa respecto a Irán hasta la auténtica mejora de las relaciones con Israel, por no hablar de gestos simbólicos como las vacaciones de verano de Sarkozy en EE UU, todo indica que estamos ante una nueva Francia, que está barajando seriamente regresar a la estructura militar integrada de la OTAN.
El giro de Francia surge tanto del cálculo político como de una emoción profunda. Para Sarkozy, los franceses no son antiamericanos, sino simplemente anti-Bush. Con su disposición a romper con el pasado y a darle un toque global a la “petición de cambio” recibida, Sarkozy está allanando el camino que conduce a los Estados Unidos posteriores a Bush.
Sabe que para que “Francia regrese” al puesto de influyente actor europeo es preciso que el país esté más cerca de EE UU, lo cual le acercará a Alemania y a Gran Bretaña, por no hablar de Polonia e Italia. Desde un punto de vista emocional, “Sarkozy el estadounidense, Sarkozy el hacedor”, que quiere ser juzgado por sus acciones, también suele verse a sí mismo como una encarnación gala del sueño americano. Es hijo de inmigrantes, un forastero cuya llegada a la cima muestra a las claras lo abierta que es Francia.
También en Estados Unidos la actitud hacia la alianza con Europa ha cambiado enormemente. El fracaso en Irak, el riesgo de iraquización de Afganistán y la seguridad en sí misma que Rusia acaba de redescubrir han hecho que EE UU abandone el altivo y desafiante comportamiento que ha caracterizado gran parte de la presidencia de Bush y que aprecie de nuevo el valor de la Alianza Atlántica. Estados Unidos necesita aliados, pero no le preocupa el potencial de su propia fuerza. En palabras de un destacado diplomático estadounidense, “lo que menos me preocupa cuando me despierto a las tres de la mañana es que Europa se esté haciendo demasiado fuerte”.
Sin embargo, el acercamiento entre Francia y EE UU no debería esconder otras realidades. En primer lugar, en Afganistán, la OTAN corre el riesgo de sufrir su primera derrota militar. Además, puede que Turquía, un importante miembro de la Alianza, esté a punto de embarcarse en una peligrosa aventura militar en el Kurdistán iraquí.
En segundo lugar, no se puede hablar de la OTAN sin apuntar que sus dos baluartes -Europa y EE UU- no están en muy buena forma. Si Europa está “a medio gas”, una de las razones es Sarkozy. Puede que esté fomentando la introducción de novedades en la Alianza, pero su política europea es fuente de preocupación en el viejo continente. Aunque Sarkozy declara que Europa es su prioridad, sus métodos parecen contradecir sus intenciones. Sus constantes ataques al Banco Central Europeo y a su presidente, Jean-Claude Trichet, acentúan su ya de por sí escasa química personal con la canciller alemana Angela Merkel. No se puede defender la Alianza en nombre de Europa al tiempo que se la debilita con arranques de populismo y de nacionalismo económico. Los tres principales líderes europeos -Brown, Merkel y el propio Sarkozy- pertenecen a una generación a la que ya no le emociona el proyecto de integración europea. Sus vínculos con Europa son racionales, no emocionales. Sin embargo, ¿bastará la fría racionalidad para hacer que Europa se convierta en un baluarte de la seguridad en el seno de la Alianza?
En cuanto a Estados Unidos, está “en baja” tanto desde el punto de vista de su poder ideológico blando como en lo tocante al potencial militar duro. Sigue siendo el país más fuerte del mundo, sobre todo en términos militares, pero, en una época en la que el poder es relativo, tiene que responder a cuestiones fundamentales sobre el uso y la utilidad de la fuerza.
Tanto los estadounidenses como los europeos deben mostrar humildad. Hoy día existe un mundo multipolar en el que el peso demográfico y económico de Occidente se ha reducido, y debe competir con exitosos modelos autoritarios como China o incluso Rusia. En este nuevo contexto, la solidaridad es más crucial que nunca. En líneas generales, la opinión sobre Estados Unidos en Europa sigue siendo negativa, y continuará siéndolo por lo menos hasta las elecciones presidenciales estadounidenses de 2008. Del mismo modo, la percepción que de Francia y Europa se tiene en EE UU sólo mejora muy lentamente.
Occidente sólo podrá reinventarse a sí mismo respetando nuestros valores comunes y no agravando nuestras diferencias. Puede que la OTAN esté “en alza”, pero sus perspectivas siguen siendo inciertas.
¿Cómo debemos evaluar el estado de las relaciones transatlánticas hoy día? Haciéndole un guiño a Wall Street podríamos decir que la OTAN está en alza; Europa, a medio gas, y Estados Unidos, claramente en baja.
La OTAN está “en alza” por una razón fundamental: la mayor calidez de las relaciones entre Estados Unidos y Francia después de la elección de Nicolas Sarkozy como presidente. Por primera vez desde que Charles de Gaulle instaurara la V República, la prioridad de Francia no es vivir oponiéndose a EE UU. Los indicios de esta transformación son profundos, espectaculares incluso. Desde el endurecimiento de la posición francesa respecto a Irán hasta la auténtica mejora de las relaciones con Israel, por no hablar de gestos simbólicos como las vacaciones de verano de Sarkozy en EE UU, todo indica que estamos ante una nueva Francia, que está barajando seriamente regresar a la estructura militar integrada de la OTAN.
El giro de Francia surge tanto del cálculo político como de una emoción profunda. Para Sarkozy, los franceses no son antiamericanos, sino simplemente anti-Bush. Con su disposición a romper con el pasado y a darle un toque global a la “petición de cambio” recibida, Sarkozy está allanando el camino que conduce a los Estados Unidos posteriores a Bush.
Sabe que para que “Francia regrese” al puesto de influyente actor europeo es preciso que el país esté más cerca de EE UU, lo cual le acercará a Alemania y a Gran Bretaña, por no hablar de Polonia e Italia. Desde un punto de vista emocional, “Sarkozy el estadounidense, Sarkozy el hacedor”, que quiere ser juzgado por sus acciones, también suele verse a sí mismo como una encarnación gala del sueño americano. Es hijo de inmigrantes, un forastero cuya llegada a la cima muestra a las claras lo abierta que es Francia.
También en Estados Unidos la actitud hacia la alianza con Europa ha cambiado enormemente. El fracaso en Irak, el riesgo de iraquización de Afganistán y la seguridad en sí misma que Rusia acaba de redescubrir han hecho que EE UU abandone el altivo y desafiante comportamiento que ha caracterizado gran parte de la presidencia de Bush y que aprecie de nuevo el valor de la Alianza Atlántica. Estados Unidos necesita aliados, pero no le preocupa el potencial de su propia fuerza. En palabras de un destacado diplomático estadounidense, “lo que menos me preocupa cuando me despierto a las tres de la mañana es que Europa se esté haciendo demasiado fuerte”.
Sin embargo, el acercamiento entre Francia y EE UU no debería esconder otras realidades. En primer lugar, en Afganistán, la OTAN corre el riesgo de sufrir su primera derrota militar. Además, puede que Turquía, un importante miembro de la Alianza, esté a punto de embarcarse en una peligrosa aventura militar en el Kurdistán iraquí.
En segundo lugar, no se puede hablar de la OTAN sin apuntar que sus dos baluartes -Europa y EE UU- no están en muy buena forma. Si Europa está “a medio gas”, una de las razones es Sarkozy. Puede que esté fomentando la introducción de novedades en la Alianza, pero su política europea es fuente de preocupación en el viejo continente. Aunque Sarkozy declara que Europa es su prioridad, sus métodos parecen contradecir sus intenciones. Sus constantes ataques al Banco Central Europeo y a su presidente, Jean-Claude Trichet, acentúan su ya de por sí escasa química personal con la canciller alemana Angela Merkel. No se puede defender la Alianza en nombre de Europa al tiempo que se la debilita con arranques de populismo y de nacionalismo económico. Los tres principales líderes europeos -Brown, Merkel y el propio Sarkozy- pertenecen a una generación a la que ya no le emociona el proyecto de integración europea. Sus vínculos con Europa son racionales, no emocionales. Sin embargo, ¿bastará la fría racionalidad para hacer que Europa se convierta en un baluarte de la seguridad en el seno de la Alianza?
En cuanto a Estados Unidos, está “en baja” tanto desde el punto de vista de su poder ideológico blando como en lo tocante al potencial militar duro. Sigue siendo el país más fuerte del mundo, sobre todo en términos militares, pero, en una época en la que el poder es relativo, tiene que responder a cuestiones fundamentales sobre el uso y la utilidad de la fuerza.
Tanto los estadounidenses como los europeos deben mostrar humildad. Hoy día existe un mundo multipolar en el que el peso demográfico y económico de Occidente se ha reducido, y debe competir con exitosos modelos autoritarios como China o incluso Rusia. En este nuevo contexto, la solidaridad es más crucial que nunca. En líneas generales, la opinión sobre Estados Unidos en Europa sigue siendo negativa, y continuará siéndolo por lo menos hasta las elecciones presidenciales estadounidenses de 2008. Del mismo modo, la percepción que de Francia y Europa se tiene en EE UU sólo mejora muy lentamente.
Occidente sólo podrá reinventarse a sí mismo respetando nuestros valores comunes y no agravando nuestras diferencias. Puede que la OTAN esté “en alza”, pero sus perspectivas siguen siendo inciertas.
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