Por Samuel Hadas, analista diplomático; primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede (LA VANGUARDIA, 04/11/07):
La secretaria de Estado Condoleezza Rice sabe de historia, aunque a veces pareciera que, por lo menos en lo que respecta a la historia de Oriente Medio, igual que su jefe, el presidente George W. Bush, poco ha leído. Ello, si juzgamos la actuación de su Administración en esta sufrida parte del mundo, donde se agudizan prácticamente a diario los problemas en sus cada vez más peligrosos focos de tensión. La lista es larga: la carrera armamentista nuclear iraní y las aspiraciones hegemónicas de su régimen teocrático; la guerra en Iraq, de hecho una guerra civil-étnico-religiosa, con el agregado de los vientos de guerra que sacuden la frontera de Turquía con el Kurdistán iraquí; el problema de Líbano, víctima de guerras y designios de otros; la crisis con el régimen sirio; Sudán y la guerra olvidada en Darfur y la posible reanudación de las hostilidades con el sur cristiano y animista, etcétera. Y, por supuesto, el conflicto palestino-israelí, para cuyo tratamiento han convocado, para fines de este mes, la conferencia de Annapolis. En la nueva iniciativa de Washington muchos ven la luz asomándose al final del túnel. En realidad, más bien parecería que al final de la tenue luz que se distingue, nos espera la entrada de otro prolongado y sinuoso túnel.
En su reciente visita a Oriente Medio, la séptima en un año, la secretaria de Estado, que acaba de prometer que dedicará toda su energía en los catorce meses que le restan a la Administración Bush a obtener un Estado palestino viable, algo en lo que sus predecesores fracasaron, desplegó una intensa labor de mediación entre las partes, pero los resultados estuvieron muy lejos de complacer tanto a ella como a sus interlocutores. A su regreso a Washington recordó que, al fin y al cabo, la mediación de Estados Unidos en el conflicto de marras tiene una larga historia y decidió que quizá sea bueno aprender de la experiencia de otros y extraer conclusiones que le sean de utilidad, por lo que recurrió al consejo de personalidades que estuvieron involucradas anteriormente en mediaciones en el conflicto. Rice se vio con Jimmy Carter, quien logró el acuerdo de Camp David de 1978, que condujo al primer acuerdo de paz árabe-israelí, entre Egipto e Israel. Habló con Bill Clinton, así como con su secretaria de Estado, Madeleine Albright, protagonistas de varios intentos exitosos y otros fallidos, así como con sus antecesores Henry Kissinger y James Baker. También fue convocado el negociador de Clinton y de Bush padre, Dennis Ross, el norteamericano que tiene más horas de conflicto palestino-israelí. Se comentó que en el verano último, Rice solicitó a su departamento la preparación de un voluminoso documento sobre la historia de la mediación de su país en la región.
Mientras algunos destacados ex diplomáticos estadounidenses, en carta a su presidente, indican que la conferencia constituye una “genuina oportunidad de progreso hacia la solución de dos estados” y que un resultado positivo contribuiría a reducir la inestabilidad en la región, las malas lenguas hablan del encuentro entre tres lame ducks (patos cojos, referencia a la debilidad o al inmovilismo que caracteriza a quienes se acercan al final de su mandato): Bush; el primer ministro israelí, Ehud Olmert, y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abas, todos ellos en estado de inseguridad y encogimiento. Las palabras del premio Príncipe de Asturias, el escritor Amos Oz, de que “el Gobierno actúa como un médico que rehúsa llevar a cabo una crítica operación quirúrgica pese a que el enfermo está dispuesto”, pueden muy bien aplicarse a los tres.
Las diferencias entre palestinos e israelíes son tan fundamentales que Rice tiene serios obstáculos en acercar a las partes, lo que pone en peligro la realización de la conferencia. Actualmente sigue encontrándose en la tierra de nadie entre el éxito y el fracaso: mientras el primer ministro israelí habla de que Annapolis sólo debe crear el “medio ambiente que estimule conversaciones directas”, el presidente palestino exige que la agenda incluya los temas del “meollo del conflicto”. A Rice no le queda otro recurso que reducir las expectativas para el caso de que la conferencia tenga que ser aplazada, lo que sería un fracaso de su nueva política o, peor aún, que tenga lugar y se malogre. Por el momento, los vientos de paz no cobran fuerza. En la población palestina e israelí, bastante indiferente por el momento al intenso quehacer diplomático, la percepción generalizada es que “nada serio saldrá de Annapolis”. La sensación es de que los líderes no están seguros de la dirección en que van. Si la conferencia fracasa, la indiferencia podría transformarse en profunda decepción, lo que avivaría las polémicas KRAHN y divisiones internas en ambas partes, además de provocar una nueva espiral de violencia entre palestinos e israelíes.
De no lograrse un acuerdo, insinúan negociadores palestinos, ello no solamente podría significar un golpe mortal a los moderados, sino el fin de su presidente, además de colapsar las instituciones palestinas y crear las condiciones para que Hamas se haga con el poder también en Cisjordania. Por otra parte, el colapso del proceso político afectaría la seguridad de Israel, arguyen expertos israelíes, porque crearía una nueva situación que lo obligará a elaborar una nueva estrategia para el día después: la creciente amenaza del islamismo fundamentalista y el peligro existencial representado por el armamento nuclear de un régimen fanático cada vez más agresivo se suman a la posibilidad de un nuevo estallido palestino-israelí, de consecuencias imprevisibles.
La secretaria de Estado Condoleezza Rice sabe de historia, aunque a veces pareciera que, por lo menos en lo que respecta a la historia de Oriente Medio, igual que su jefe, el presidente George W. Bush, poco ha leído. Ello, si juzgamos la actuación de su Administración en esta sufrida parte del mundo, donde se agudizan prácticamente a diario los problemas en sus cada vez más peligrosos focos de tensión. La lista es larga: la carrera armamentista nuclear iraní y las aspiraciones hegemónicas de su régimen teocrático; la guerra en Iraq, de hecho una guerra civil-étnico-religiosa, con el agregado de los vientos de guerra que sacuden la frontera de Turquía con el Kurdistán iraquí; el problema de Líbano, víctima de guerras y designios de otros; la crisis con el régimen sirio; Sudán y la guerra olvidada en Darfur y la posible reanudación de las hostilidades con el sur cristiano y animista, etcétera. Y, por supuesto, el conflicto palestino-israelí, para cuyo tratamiento han convocado, para fines de este mes, la conferencia de Annapolis. En la nueva iniciativa de Washington muchos ven la luz asomándose al final del túnel. En realidad, más bien parecería que al final de la tenue luz que se distingue, nos espera la entrada de otro prolongado y sinuoso túnel.
En su reciente visita a Oriente Medio, la séptima en un año, la secretaria de Estado, que acaba de prometer que dedicará toda su energía en los catorce meses que le restan a la Administración Bush a obtener un Estado palestino viable, algo en lo que sus predecesores fracasaron, desplegó una intensa labor de mediación entre las partes, pero los resultados estuvieron muy lejos de complacer tanto a ella como a sus interlocutores. A su regreso a Washington recordó que, al fin y al cabo, la mediación de Estados Unidos en el conflicto de marras tiene una larga historia y decidió que quizá sea bueno aprender de la experiencia de otros y extraer conclusiones que le sean de utilidad, por lo que recurrió al consejo de personalidades que estuvieron involucradas anteriormente en mediaciones en el conflicto. Rice se vio con Jimmy Carter, quien logró el acuerdo de Camp David de 1978, que condujo al primer acuerdo de paz árabe-israelí, entre Egipto e Israel. Habló con Bill Clinton, así como con su secretaria de Estado, Madeleine Albright, protagonistas de varios intentos exitosos y otros fallidos, así como con sus antecesores Henry Kissinger y James Baker. También fue convocado el negociador de Clinton y de Bush padre, Dennis Ross, el norteamericano que tiene más horas de conflicto palestino-israelí. Se comentó que en el verano último, Rice solicitó a su departamento la preparación de un voluminoso documento sobre la historia de la mediación de su país en la región.
Mientras algunos destacados ex diplomáticos estadounidenses, en carta a su presidente, indican que la conferencia constituye una “genuina oportunidad de progreso hacia la solución de dos estados” y que un resultado positivo contribuiría a reducir la inestabilidad en la región, las malas lenguas hablan del encuentro entre tres lame ducks (patos cojos, referencia a la debilidad o al inmovilismo que caracteriza a quienes se acercan al final de su mandato): Bush; el primer ministro israelí, Ehud Olmert, y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abas, todos ellos en estado de inseguridad y encogimiento. Las palabras del premio Príncipe de Asturias, el escritor Amos Oz, de que “el Gobierno actúa como un médico que rehúsa llevar a cabo una crítica operación quirúrgica pese a que el enfermo está dispuesto”, pueden muy bien aplicarse a los tres.
Las diferencias entre palestinos e israelíes son tan fundamentales que Rice tiene serios obstáculos en acercar a las partes, lo que pone en peligro la realización de la conferencia. Actualmente sigue encontrándose en la tierra de nadie entre el éxito y el fracaso: mientras el primer ministro israelí habla de que Annapolis sólo debe crear el “medio ambiente que estimule conversaciones directas”, el presidente palestino exige que la agenda incluya los temas del “meollo del conflicto”. A Rice no le queda otro recurso que reducir las expectativas para el caso de que la conferencia tenga que ser aplazada, lo que sería un fracaso de su nueva política o, peor aún, que tenga lugar y se malogre. Por el momento, los vientos de paz no cobran fuerza. En la población palestina e israelí, bastante indiferente por el momento al intenso quehacer diplomático, la percepción generalizada es que “nada serio saldrá de Annapolis”. La sensación es de que los líderes no están seguros de la dirección en que van. Si la conferencia fracasa, la indiferencia podría transformarse en profunda decepción, lo que avivaría las polémicas KRAHN y divisiones internas en ambas partes, además de provocar una nueva espiral de violencia entre palestinos e israelíes.
De no lograrse un acuerdo, insinúan negociadores palestinos, ello no solamente podría significar un golpe mortal a los moderados, sino el fin de su presidente, además de colapsar las instituciones palestinas y crear las condiciones para que Hamas se haga con el poder también en Cisjordania. Por otra parte, el colapso del proceso político afectaría la seguridad de Israel, arguyen expertos israelíes, porque crearía una nueva situación que lo obligará a elaborar una nueva estrategia para el día después: la creciente amenaza del islamismo fundamentalista y el peligro existencial representado por el armamento nuclear de un régimen fanático cada vez más agresivo se suman a la posibilidad de un nuevo estallido palestino-israelí, de consecuencias imprevisibles.
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