Por José Antonio Martín Pallín, Magistrado emérito del Tribunal Supremo (EL PERIÓDICO, 30/10/07):
¿Hay espacio para la intimidad en el mundo de las tecnologías de la imagen y el sonido? A la vista de algunos sucesos recientes me surgen, al mismo tiempo, la pregunta y una profunda preocupación. Me refiero a la “transcripción fidedigna” de una conversación, alejada de los informadores, entre la presidenta del Tribunal Constitucional y la vicepresidenta de Gobierno. El reducto reservado para que la persona mantenga una parcela, aunque sea mínima, donde pueda refugiarse o ampararse para defender su derecho a la confidencia y a sus emociones se esta troceando o resquebrajando de manera alarmante.
Ya lo advirtió el Tribunal Constitucional alemán en su emblemática sentencia referida a la ley del censo, que solicitaba datos considerados excesivos e innecesarios. La decisión de la Administración alemana había traspasado los lindes del recinto privado. Si se hubiera autorizado su voraz curiosidad se corría el riego de convertir a la persona, según una bellísima metáfora del tribunal alemán, en una criatura de cristal.
ESTA VORACIDAD se ha trasladado también a los medios de comunicación, que reclaman el mismo derecho, en aras del servicio que prestan a la sociedad informando sobre aquellos hechos que en una democracia deben ser patrimonio del conocimiento social por contribuir a la transparente gestión de los servidores de la función pública.
Los límites que establece la Constitución, que incuestionablemente se pueden relajar y flexibilizar, no son obstáculo para la captación de imágenes y palabras en espacios públicos y en el curso de una información, a la que se someten voluntariamente, los políticos en el ejercicio de su actividad pública, que, por supuesto, se extiende más allá de los recintos oficiales.
La invasión ha llegado a unos extremos que nos deben hacer reflexionar a todos. Se ha instaurado una especie de inmunidad frente a cualquier actitud, gesto o expresión que el personaje público realice en espacios públicos. La intromisión en los labios de los personajes públicos es un fenómeno reciente que presenta ribetes francamente alarmantes ante la invasiva disección de toda la anatomía del personaje, que resulta cazado como si se tratase de un safari fotográfico. En los espacios públicos, los personajes son esclavos de sus gestos pero dueños de sus palabras.
Ha irrumpido en el mundo de la información un personaje al que se da una credibilidad que no supera un somero análisis científico. Me refiero al lector de labios, que roba las palabras de los personajes retratados o filmados a distancia cuando se encuentran en el ejercicio de su libre e intransmisible decisión de hablar con las personas del círculo que les rodea sin oídos impertinentes.
Este sujeto ha sido elevado a la categoría de mago que tiene poderes sobrenaturales o más bien imaginativos, cuyos resultados no serían admisibles en ningún tribunal como prueba medianamente seria y fiable.
Si se generaliza este método generador de informaciones y se sorprende la naturalidad y libertad de unos contertulios filmándolos a distancia en un espacio público y complementando la información con una fan- tástica e imaginativa transposición del movimiento de su labios, podemos llegar a extremos que no han valorado los entusiastas e irresponsables medios que utilizan sin plantearse su viabilidad ética este procedimiento. Se impone una reflexión sobre adónde puede llevarnos esta frivolidad informativa. Se hace un mal servicio a la credibilidad de la información cuando se transmite a los lectores lo que un audaz perito dice que constituye una transcripción científica. Algún día se darán cuenta de que su irresponsabilidad les puede hacer víctimas de tanta superficialidad.
Los expertos en comunicación de sordomudos reconocen que para el aprendizaje de la lectura en los labios se necesita tiempo, paciencia y unas condiciones que no concurren en las conversaciones interpretadas a través de imágenes lejanas. Es imprescindible situarse cerca, de frente y ver con claridad la cara del interlocutor. En muchos casos, es necesario pedir que se repita la conversación. Las tomas a distancia pueden permitir deducir el estado de ánimo de los interlocutores y el nivel de nerviosismo o de agitación, pero cualquier otra conclusión es gratuita. Atribuir a unos personajes sorprendidos a distancia en una conversación privada o sobre temas públicos unas determinadas expresiones no solo es contrario a la ética, sino que se interna por senderos que entran en conflicto con la legalidad vigente.
LA LEY DE protección de la intimidad, honor o propia imagen tendría algo que decir. Además, la forma de grabar y leer roza el Código Penal. Esta nueva modalidad del robo de las palabras infringe los códigos de conducta y soslaya frívolamente el deber de veracidad y rigor informativo que se deben a los lectores. Es posible que muchos consideren estas reflexiones como exquisiteces elitistas y exageradas. Si la fórmula se generaliza, que nadie se lamente de las consecuencias de vivir en una sociedad asfixiante, en la que no puedes tener la oportunidad de comportarte, en ningún momento de tu vida, con la reserva necesaria para desarrollar una vida digna y respetada, en una sociedad civilizada.
¿Hay espacio para la intimidad en el mundo de las tecnologías de la imagen y el sonido? A la vista de algunos sucesos recientes me surgen, al mismo tiempo, la pregunta y una profunda preocupación. Me refiero a la “transcripción fidedigna” de una conversación, alejada de los informadores, entre la presidenta del Tribunal Constitucional y la vicepresidenta de Gobierno. El reducto reservado para que la persona mantenga una parcela, aunque sea mínima, donde pueda refugiarse o ampararse para defender su derecho a la confidencia y a sus emociones se esta troceando o resquebrajando de manera alarmante.
Ya lo advirtió el Tribunal Constitucional alemán en su emblemática sentencia referida a la ley del censo, que solicitaba datos considerados excesivos e innecesarios. La decisión de la Administración alemana había traspasado los lindes del recinto privado. Si se hubiera autorizado su voraz curiosidad se corría el riego de convertir a la persona, según una bellísima metáfora del tribunal alemán, en una criatura de cristal.
ESTA VORACIDAD se ha trasladado también a los medios de comunicación, que reclaman el mismo derecho, en aras del servicio que prestan a la sociedad informando sobre aquellos hechos que en una democracia deben ser patrimonio del conocimiento social por contribuir a la transparente gestión de los servidores de la función pública.
Los límites que establece la Constitución, que incuestionablemente se pueden relajar y flexibilizar, no son obstáculo para la captación de imágenes y palabras en espacios públicos y en el curso de una información, a la que se someten voluntariamente, los políticos en el ejercicio de su actividad pública, que, por supuesto, se extiende más allá de los recintos oficiales.
La invasión ha llegado a unos extremos que nos deben hacer reflexionar a todos. Se ha instaurado una especie de inmunidad frente a cualquier actitud, gesto o expresión que el personaje público realice en espacios públicos. La intromisión en los labios de los personajes públicos es un fenómeno reciente que presenta ribetes francamente alarmantes ante la invasiva disección de toda la anatomía del personaje, que resulta cazado como si se tratase de un safari fotográfico. En los espacios públicos, los personajes son esclavos de sus gestos pero dueños de sus palabras.
Ha irrumpido en el mundo de la información un personaje al que se da una credibilidad que no supera un somero análisis científico. Me refiero al lector de labios, que roba las palabras de los personajes retratados o filmados a distancia cuando se encuentran en el ejercicio de su libre e intransmisible decisión de hablar con las personas del círculo que les rodea sin oídos impertinentes.
Este sujeto ha sido elevado a la categoría de mago que tiene poderes sobrenaturales o más bien imaginativos, cuyos resultados no serían admisibles en ningún tribunal como prueba medianamente seria y fiable.
Si se generaliza este método generador de informaciones y se sorprende la naturalidad y libertad de unos contertulios filmándolos a distancia en un espacio público y complementando la información con una fan- tástica e imaginativa transposición del movimiento de su labios, podemos llegar a extremos que no han valorado los entusiastas e irresponsables medios que utilizan sin plantearse su viabilidad ética este procedimiento. Se impone una reflexión sobre adónde puede llevarnos esta frivolidad informativa. Se hace un mal servicio a la credibilidad de la información cuando se transmite a los lectores lo que un audaz perito dice que constituye una transcripción científica. Algún día se darán cuenta de que su irresponsabilidad les puede hacer víctimas de tanta superficialidad.
Los expertos en comunicación de sordomudos reconocen que para el aprendizaje de la lectura en los labios se necesita tiempo, paciencia y unas condiciones que no concurren en las conversaciones interpretadas a través de imágenes lejanas. Es imprescindible situarse cerca, de frente y ver con claridad la cara del interlocutor. En muchos casos, es necesario pedir que se repita la conversación. Las tomas a distancia pueden permitir deducir el estado de ánimo de los interlocutores y el nivel de nerviosismo o de agitación, pero cualquier otra conclusión es gratuita. Atribuir a unos personajes sorprendidos a distancia en una conversación privada o sobre temas públicos unas determinadas expresiones no solo es contrario a la ética, sino que se interna por senderos que entran en conflicto con la legalidad vigente.
LA LEY DE protección de la intimidad, honor o propia imagen tendría algo que decir. Además, la forma de grabar y leer roza el Código Penal. Esta nueva modalidad del robo de las palabras infringe los códigos de conducta y soslaya frívolamente el deber de veracidad y rigor informativo que se deben a los lectores. Es posible que muchos consideren estas reflexiones como exquisiteces elitistas y exageradas. Si la fórmula se generaliza, que nadie se lamente de las consecuencias de vivir en una sociedad asfixiante, en la que no puedes tener la oportunidad de comportarte, en ningún momento de tu vida, con la reserva necesaria para desarrollar una vida digna y respetada, en una sociedad civilizada.
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