Por Montserrat Guibernau, catedrática de Ciencia Política, Queen Mary College, Universidad de Londres (LA VANGUARDIA, 23/10/07):
Cómo puede un partido político perder una ventaja de 11 puntos en intención de voto en una semana? La respuesta incluye una imagen de David Cameron como líder ágil y capaz de conectar con el electorado, sumada a un discurso basado en una sensible reducción de impuestos, la promesa de modernizar el país y la apuesta por la centralidad política. Pero esto no es todo. El descalabro del Partido Laborista - actualmente 10 puntos por detrás de los tories-no hubiera sido posible sin la funesta actuación del nuevo Gobierno: dos días después del discurso del líder conservador en el congreso de su partido, el Partido Laborista copió casi textualmente las promesas de Cameron y las anunció como políticas propias. Casi al mismo tiempo, Brown, después de dudar largamente y alentar la especulación acerca de unas elecciones anticipadas, decidió echarse atrás y no convocarlas. Así se inició la caída libre del primer ministro, acelerada al máximo tras su desastrosa intervención en la comparecencia semanal en el Parlamento (question time).
El ímpetu inicial de Brown se ha tornado en desencanto y ha sembrado la alarma entre los laboristas.
En privado se preguntan si el partido podrá recuperar el liderazgo, incluso se comenta si no será mejor deshacerse de Brown y hay quien especula sobre cómo hacerlo. Algunos confiesan tener serias dudas acerca de la capacidad de liderazgo de Brown y le acusan de falta de visión y de proyecto político. De momento, nadie duda de que Brown estaba capacitado para ejercer un papel clave como ministro de Economía, pero ahora surgen serias dudas acerca de su capacidad como primer ministro.
Es cierto que Brown ha salido airoso de las dificultades registradas en los dos primeros meses de su mandato, pero las consecuencias de la crisis financiera del Northern Rock, que provocó una retirada masiva de capital (tres mil millones de euros en tres días) por parte de ciudadanos aterrados ante la idea de perder sus ahorros, aún no han empezado a revelarse. Para calmar el pánico fue necesaria una declaración del Gobierno en la que se garantizaba el capital invertido en los bancos británicos. Para resolver una crisis causada por el abuso de la inversión de alto riesgo y del endeudamiento exagerado de los bancos se utilizó dinero público. Algunos recuerdan que Brown sancionó las normas que regulan estas prácticas bancarias cuando era canciller del Exchequer.
Pero una renovada crisis financiera a medio plazo no es la única razón que podría hundir a Brown. La falta de un claro compromiso con el nuevo laborismo le sitúa en una postura ambigua. Parece que el principal objetivo de Brown es distanciarse de Blair. Así, en lugar de definirse como alternativa a Cameron, una y otra vez el nuevo primer ministro desea vender una imagen opuesta a la de su predecesor. Pero la tarea de Brown no es vencer en una guerra interna dentro del Partido Laborista; sin visión y sin políticas originales, Brown no conseguirá la reelección.
Brown no niega el nuevo laborismo explícitamente, aunque se muestra crítico y dispuesto a desmantelar algunas de la políticas de Blair. Por ejemplo, se ha distanciado de Estados Unidos con respecto a la guerra de Iraq, definida como “error” por el nuevo ministro de Exteriores, David Miliband. Todavía no está claro si Brown comparte el fundamentalismo de mercado utilizado por su predecesor, y que supuso una amplia privatización de los servicios públicos.
Con respecto a la Unión Europea, el escepticismo de Brown (que cuando era ministro de Economía se opuso a la convocatoria de un referéndum sobre la posible entrada del Reino Unido en la zona euro), contrasta con el europeísmo de Blair. Ahora Brown ni siquiera está dispuesto a cumplir una de las promesas del manifiesto laborista, la de convocar un referéndum sobre el tratado reformado de la UE - que seguramente perdería-, argumentando que los cambios introducidos no son significativos. Y éste sí que es un tema delicado, que sin duda será explotado por los conservadores. Sin olvidar que algunos sectores dentro del mismo Partido Laborista desean un referéndum, no sólo sobre el nuevo tratado, sino respecto a si Gran Bretaña debe seguir en la Unión Europea o no.
En el reciente congreso laborista, Brown pronunció un discurso serio, personal, y vacío de estrategia política. Se definió como político de principios, citó la Biblia, defendió los valores tradicionales británicos, proclamó la necesidad de disciplina y responsabilidad - esperemos que ésta también se aplique a los negocios y consiga evitar futuras crisis económicas- y defendió a ultranza el deseo de reforzar Gran Bretaña. Empleó las expresiones “Gran Bretaña” y “británico” en 81 ocasiones. Las malas lenguas atribuyen el exagerado énfasis depositado en la identidad británica - britishness-a una estrategia destinada a distraernos - si esto es posible- de su condición de escocés.
Las convicciones de Brown deberían informar un proyecto ambicioso, bien diseñado y con visión de futuro. Hasta ahora Brown no ha conseguido trascender el día a día y ofrecer un conjunto de políticas coherentes e innovadoras capaces de atraer al electorado. De momento, los conservadores han alcanzado la cota más elevada de respaldo ciudadano en quince años.
Cómo puede un partido político perder una ventaja de 11 puntos en intención de voto en una semana? La respuesta incluye una imagen de David Cameron como líder ágil y capaz de conectar con el electorado, sumada a un discurso basado en una sensible reducción de impuestos, la promesa de modernizar el país y la apuesta por la centralidad política. Pero esto no es todo. El descalabro del Partido Laborista - actualmente 10 puntos por detrás de los tories-no hubiera sido posible sin la funesta actuación del nuevo Gobierno: dos días después del discurso del líder conservador en el congreso de su partido, el Partido Laborista copió casi textualmente las promesas de Cameron y las anunció como políticas propias. Casi al mismo tiempo, Brown, después de dudar largamente y alentar la especulación acerca de unas elecciones anticipadas, decidió echarse atrás y no convocarlas. Así se inició la caída libre del primer ministro, acelerada al máximo tras su desastrosa intervención en la comparecencia semanal en el Parlamento (question time).
El ímpetu inicial de Brown se ha tornado en desencanto y ha sembrado la alarma entre los laboristas.
En privado se preguntan si el partido podrá recuperar el liderazgo, incluso se comenta si no será mejor deshacerse de Brown y hay quien especula sobre cómo hacerlo. Algunos confiesan tener serias dudas acerca de la capacidad de liderazgo de Brown y le acusan de falta de visión y de proyecto político. De momento, nadie duda de que Brown estaba capacitado para ejercer un papel clave como ministro de Economía, pero ahora surgen serias dudas acerca de su capacidad como primer ministro.
Es cierto que Brown ha salido airoso de las dificultades registradas en los dos primeros meses de su mandato, pero las consecuencias de la crisis financiera del Northern Rock, que provocó una retirada masiva de capital (tres mil millones de euros en tres días) por parte de ciudadanos aterrados ante la idea de perder sus ahorros, aún no han empezado a revelarse. Para calmar el pánico fue necesaria una declaración del Gobierno en la que se garantizaba el capital invertido en los bancos británicos. Para resolver una crisis causada por el abuso de la inversión de alto riesgo y del endeudamiento exagerado de los bancos se utilizó dinero público. Algunos recuerdan que Brown sancionó las normas que regulan estas prácticas bancarias cuando era canciller del Exchequer.
Pero una renovada crisis financiera a medio plazo no es la única razón que podría hundir a Brown. La falta de un claro compromiso con el nuevo laborismo le sitúa en una postura ambigua. Parece que el principal objetivo de Brown es distanciarse de Blair. Así, en lugar de definirse como alternativa a Cameron, una y otra vez el nuevo primer ministro desea vender una imagen opuesta a la de su predecesor. Pero la tarea de Brown no es vencer en una guerra interna dentro del Partido Laborista; sin visión y sin políticas originales, Brown no conseguirá la reelección.
Brown no niega el nuevo laborismo explícitamente, aunque se muestra crítico y dispuesto a desmantelar algunas de la políticas de Blair. Por ejemplo, se ha distanciado de Estados Unidos con respecto a la guerra de Iraq, definida como “error” por el nuevo ministro de Exteriores, David Miliband. Todavía no está claro si Brown comparte el fundamentalismo de mercado utilizado por su predecesor, y que supuso una amplia privatización de los servicios públicos.
Con respecto a la Unión Europea, el escepticismo de Brown (que cuando era ministro de Economía se opuso a la convocatoria de un referéndum sobre la posible entrada del Reino Unido en la zona euro), contrasta con el europeísmo de Blair. Ahora Brown ni siquiera está dispuesto a cumplir una de las promesas del manifiesto laborista, la de convocar un referéndum sobre el tratado reformado de la UE - que seguramente perdería-, argumentando que los cambios introducidos no son significativos. Y éste sí que es un tema delicado, que sin duda será explotado por los conservadores. Sin olvidar que algunos sectores dentro del mismo Partido Laborista desean un referéndum, no sólo sobre el nuevo tratado, sino respecto a si Gran Bretaña debe seguir en la Unión Europea o no.
En el reciente congreso laborista, Brown pronunció un discurso serio, personal, y vacío de estrategia política. Se definió como político de principios, citó la Biblia, defendió los valores tradicionales británicos, proclamó la necesidad de disciplina y responsabilidad - esperemos que ésta también se aplique a los negocios y consiga evitar futuras crisis económicas- y defendió a ultranza el deseo de reforzar Gran Bretaña. Empleó las expresiones “Gran Bretaña” y “británico” en 81 ocasiones. Las malas lenguas atribuyen el exagerado énfasis depositado en la identidad británica - britishness-a una estrategia destinada a distraernos - si esto es posible- de su condición de escocés.
Las convicciones de Brown deberían informar un proyecto ambicioso, bien diseñado y con visión de futuro. Hasta ahora Brown no ha conseguido trascender el día a día y ofrecer un conjunto de políticas coherentes e innovadoras capaces de atraer al electorado. De momento, los conservadores han alcanzado la cota más elevada de respaldo ciudadano en quince años.
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