Por Margarita Pintos, teóloga y presidenta de la Asociación para el Diálogo Interreligioso (EL PAÍS, 04/10/07):
Casi siempre que aparece una noticia sobre mujeres musulmanas suele ir vinculada al uso del velo, e inmediatamente se le relaciona con la dependencia y la inferioridad de la mujer en el islam. Las mujeres musulmanas son para las sociedades occidentales un icono cultural vinculado al islam, pero casi nunca fuente de información sobre acontecimientos transformadores en la sociedad. ¡Y son muchas las mujeres de tradición islámica comprometidas en la lucha por otro mundo posible liberado de todas las opresiones, incluida la patriarcal!
El caso de Shaima revela que es el patriarcado social, a través de su abuela y de su madre, el que está imponiendo a la niña una manera de vestir. Quieren seguir practicando una manera de vestir que consideran fundamental para forjar la identidad de una buena musulmana desde pequeña. A nosotras, occidentales, nos cuesta comprender la adhesión deliberada de muchas mujeres a la identidad islámica sin que ello suponga sumisión y discriminación.
El velo tiene multitud de lecturas, no es su uso el que marca la diferencia entre las creyentes musulmanas de diferentes generaciones o de niveles culturales diversos. Con velo o sin él, las encontramos en la universidad, en la mezquita, ocupando puestos políticos… Como decía El Roto en un dibujo con dos mujeres con burka: “En Oriente llevamos burka para hacernos invisibles. En Occidente, lo llevamos para que se nos vea”.
El islam se ha ocupado de hacer una lectura patriarcal del Corán para tener a las mujeres sometidas, lo mismo que ha hecho durante siglos el cristianismo en Occidente o el budismo o el sintoísmo en Oriente. Las mujeres siempre hemos sido un problema para los intérpretes y mediadores masculinos de las religiones.
En una sociedad como la nuestra debemos respetar el principio de interculturalidad que se basa en el necesario conocimiento del otro tal y como es, no tal y como nos gustaría que fuese. Es una actitud que responde al principio de reciprocidad.
El derecho a la educación siempre es prioritario. Los niños y las niñas, en el día a día escolar, irán formando su identidad y capacidad de decidir cómo vestirse y, sobre todo, cómo convivir en libertad para socavar las distintas formas de patriarcado, en otras palabras, para luchar contra el pensamiento único.
El feminismo occidental está dividido en torno al uso del velo. Mientras que para algunas feministas, es signo inequívoco de sumisión y debe prohibirse para contribuir a la liberación de las mujeres musulmanas, para otras es una manifestación religiosa y cultural más, que no debe prohibirse por respeto a la diversidad religiosa y cultural. Prohibir el velo sería limitar el pluralismo. Encuentro muy acertada la propuesta de Sirim Ebadí: “A las mujeres hay que darles la misma libertad que a los hombres para ponerse la ropa que quieran. Tan negativo es exigirles que no usen el velo como que en algunos países islámicos les obliguen a ello. Llevar velo debería ser opcional”.
Casi siempre que aparece una noticia sobre mujeres musulmanas suele ir vinculada al uso del velo, e inmediatamente se le relaciona con la dependencia y la inferioridad de la mujer en el islam. Las mujeres musulmanas son para las sociedades occidentales un icono cultural vinculado al islam, pero casi nunca fuente de información sobre acontecimientos transformadores en la sociedad. ¡Y son muchas las mujeres de tradición islámica comprometidas en la lucha por otro mundo posible liberado de todas las opresiones, incluida la patriarcal!
El caso de Shaima revela que es el patriarcado social, a través de su abuela y de su madre, el que está imponiendo a la niña una manera de vestir. Quieren seguir practicando una manera de vestir que consideran fundamental para forjar la identidad de una buena musulmana desde pequeña. A nosotras, occidentales, nos cuesta comprender la adhesión deliberada de muchas mujeres a la identidad islámica sin que ello suponga sumisión y discriminación.
El velo tiene multitud de lecturas, no es su uso el que marca la diferencia entre las creyentes musulmanas de diferentes generaciones o de niveles culturales diversos. Con velo o sin él, las encontramos en la universidad, en la mezquita, ocupando puestos políticos… Como decía El Roto en un dibujo con dos mujeres con burka: “En Oriente llevamos burka para hacernos invisibles. En Occidente, lo llevamos para que se nos vea”.
El islam se ha ocupado de hacer una lectura patriarcal del Corán para tener a las mujeres sometidas, lo mismo que ha hecho durante siglos el cristianismo en Occidente o el budismo o el sintoísmo en Oriente. Las mujeres siempre hemos sido un problema para los intérpretes y mediadores masculinos de las religiones.
En una sociedad como la nuestra debemos respetar el principio de interculturalidad que se basa en el necesario conocimiento del otro tal y como es, no tal y como nos gustaría que fuese. Es una actitud que responde al principio de reciprocidad.
El derecho a la educación siempre es prioritario. Los niños y las niñas, en el día a día escolar, irán formando su identidad y capacidad de decidir cómo vestirse y, sobre todo, cómo convivir en libertad para socavar las distintas formas de patriarcado, en otras palabras, para luchar contra el pensamiento único.
El feminismo occidental está dividido en torno al uso del velo. Mientras que para algunas feministas, es signo inequívoco de sumisión y debe prohibirse para contribuir a la liberación de las mujeres musulmanas, para otras es una manifestación religiosa y cultural más, que no debe prohibirse por respeto a la diversidad religiosa y cultural. Prohibir el velo sería limitar el pluralismo. Encuentro muy acertada la propuesta de Sirim Ebadí: “A las mujeres hay que darles la misma libertad que a los hombres para ponerse la ropa que quieran. Tan negativo es exigirles que no usen el velo como que en algunos países islámicos les obliguen a ello. Llevar velo debería ser opcional”.
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