Por Abdenur Prado, presidente de Junta Islàmica Catalana (EL PERIÓDICO, 09/10/07):
En relación con el caso de Shaima Saidani quisiéramos hacer varias precisiones. En primer lugar, la discusión sobre si la niña ha decidido ponerse el hiyab por sí misma o influida por sus padres es ociosa. Los padres tienen el derecho a vestir a sus hijos con vaqueros, con hiyab o como consideren oportuno hasta la edad en que ellos decidan por sí mismos. Todos actuamos influidos por múltiples motivos, y nadie en su sano juicio negaría el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones.
En segundo lugar, no se puede reducir el caso a la supremacía de la escolarización sobre la normativa de un determinado centro. Presentar desde esta óptica el problema es intentar ocultar su verdadera naturaleza. Lo que está en juego es mucho más importante: se trata del derecho a la diversidad cultural y a la libertad de conciencia.
Desde el punto de vista del Estado de derecho, la cuestión es clara: hablamos del derecho de los ciudadanos a su propia imagen, del derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones, del derecho a la diversidad cultural, del derecho de los individuos a vivir según sus valores religiosos. No se trata de aspectos secundarios, sino esenciales en la democracia, todos ellos puestos patas arribas por la normativa del colegio.
A PESAR DE la claridad del ordenamiento jurídico, asistimos a una corriente de opinión que pretende cuestionar estos derechos, llamando a la defensa de la identidad frente a lo que es presentado como un pluralismo amenazante. Los predicadores del odio prefieren situarse al margen de la ley y agitar el espantajo de la amenaza que se cierne sobre la sociedad occidental.
Cuando Josep Antoni Duran Lleida afirma que “la multiculturalidad deshace la cultura propia”, hay que leer literalmente sus palabras. Está afirmando que existe una cultura dominante que debe ser impuesta, que no cree en la libertad de las personas, que debemos vulnerar los derechos individuales para preservar una hipotética cultura colectiva. En la dialéctica entre lo local y lo global, su visión se corresponde con aquellos movimientos que defienden el cierre identitario. Una vez más, el sueño de las identidades puras, que creen protegerse mediante la represión de lo diverso.
Pero, ¿cuál es esta “cultura propia”? ¿Son la misma cultura la del joven rasta, el pescador ampurdanés, el musulmán catalán, el inmigrante japonés y la monja de clausura? ¿Todos los ciudadanos deben adaptarse a una supuesta “cultura dominante”?
POR MI PARTE, no me cabe duda de que cada vez somos más los catalanes que renegamos de la cultureta de Duran Lleida, de su clericalismo a la moda del siglo XIX. Los ciudadanos provenientes de Pakistán, de El Salvador, de Rumanía o de China tienen derecho a preservar su cultura, así como su religión. La legislación nacional e internacional sobre el derecho al uso público de símbolos religiosos es abrumadora. Estas son nuestras leyes, las mismas para todos.
Otros han aprovechado la ocasión para atacar al islam. La excusa es lo de menos, y el arsenal ideológico del orientalismo ofrece la imagen necesaria. Se repite el tópico del velo como símbolo de opresión de la mujer. Una vez más la misma falacia, el mismo etnocentrismo, el mismo estereotipo, el mismo desprecio hacia las opciones vitales de millones de personas. El intento de enmascarar la islamofobia en nombre de las pobrecitas musulmanas oprimidas no es sino una mala excusa, un tópico de la mentalidad colonialista.
En unas declaraciones especialmente violentas, Pilar Rahola ha llegado a calificar de “fundamentalista” a la pequeña Shaima y a sus padres por llevar hiyab, un insulto a miles de ciudadanas de este país. ¿Cómo es posible que TV-3 dé cobertura a semejante discurso? ¿No es uno de los cometidos de la tele pública, favorecer la convivencia?
La Junta Islámica Catalana ha criticado la imposición del hiyab allí donde se produzca. Ha defendido la libertad individual de las mujeres, sosteniendo que no se trata de un precepto estrictamente religioso, que no existe ningún versículo del Corán que convierta el hiyab en obligatorio.
NO SE TRATA, pues, de defender el uso de este velo. Lo que está en juego es mucho más importante. Lo que está en juego es el futuro de nuestras sociedades, la defensa de la diversidad frente a una concepción pequeñoburguesa de Occidente.
Se trata del respeto a la diversidad frente al fanatismo de aquellos que se permiten juzgar a los demás desde una posición de superioridad moral. Se trata de aplicar el artículo 18 de la Carta Universal de los Derechos del Hombre, el artículo 10 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, los artículos 13 y 14 de la Convención sobre los Derechos del Niño. Se trata de respetar el artículo cuarto de la Declaración universal de la Unesco sobre la diversidad cultural: “La defensa de la diversidad cultural es un imperativo ético, inseparable del respeto de la dignidad de la persona humana”. Aunque tal vez el artículo quinto sea el que zanja la cuestión: “Toda persona tiene derecho a una educación y una formación de calidad que respete plenamente su identidad cultural”.
En relación con el caso de Shaima Saidani quisiéramos hacer varias precisiones. En primer lugar, la discusión sobre si la niña ha decidido ponerse el hiyab por sí misma o influida por sus padres es ociosa. Los padres tienen el derecho a vestir a sus hijos con vaqueros, con hiyab o como consideren oportuno hasta la edad en que ellos decidan por sí mismos. Todos actuamos influidos por múltiples motivos, y nadie en su sano juicio negaría el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones.
En segundo lugar, no se puede reducir el caso a la supremacía de la escolarización sobre la normativa de un determinado centro. Presentar desde esta óptica el problema es intentar ocultar su verdadera naturaleza. Lo que está en juego es mucho más importante: se trata del derecho a la diversidad cultural y a la libertad de conciencia.
Desde el punto de vista del Estado de derecho, la cuestión es clara: hablamos del derecho de los ciudadanos a su propia imagen, del derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones, del derecho a la diversidad cultural, del derecho de los individuos a vivir según sus valores religiosos. No se trata de aspectos secundarios, sino esenciales en la democracia, todos ellos puestos patas arribas por la normativa del colegio.
A PESAR DE la claridad del ordenamiento jurídico, asistimos a una corriente de opinión que pretende cuestionar estos derechos, llamando a la defensa de la identidad frente a lo que es presentado como un pluralismo amenazante. Los predicadores del odio prefieren situarse al margen de la ley y agitar el espantajo de la amenaza que se cierne sobre la sociedad occidental.
Cuando Josep Antoni Duran Lleida afirma que “la multiculturalidad deshace la cultura propia”, hay que leer literalmente sus palabras. Está afirmando que existe una cultura dominante que debe ser impuesta, que no cree en la libertad de las personas, que debemos vulnerar los derechos individuales para preservar una hipotética cultura colectiva. En la dialéctica entre lo local y lo global, su visión se corresponde con aquellos movimientos que defienden el cierre identitario. Una vez más, el sueño de las identidades puras, que creen protegerse mediante la represión de lo diverso.
Pero, ¿cuál es esta “cultura propia”? ¿Son la misma cultura la del joven rasta, el pescador ampurdanés, el musulmán catalán, el inmigrante japonés y la monja de clausura? ¿Todos los ciudadanos deben adaptarse a una supuesta “cultura dominante”?
POR MI PARTE, no me cabe duda de que cada vez somos más los catalanes que renegamos de la cultureta de Duran Lleida, de su clericalismo a la moda del siglo XIX. Los ciudadanos provenientes de Pakistán, de El Salvador, de Rumanía o de China tienen derecho a preservar su cultura, así como su religión. La legislación nacional e internacional sobre el derecho al uso público de símbolos religiosos es abrumadora. Estas son nuestras leyes, las mismas para todos.
Otros han aprovechado la ocasión para atacar al islam. La excusa es lo de menos, y el arsenal ideológico del orientalismo ofrece la imagen necesaria. Se repite el tópico del velo como símbolo de opresión de la mujer. Una vez más la misma falacia, el mismo etnocentrismo, el mismo estereotipo, el mismo desprecio hacia las opciones vitales de millones de personas. El intento de enmascarar la islamofobia en nombre de las pobrecitas musulmanas oprimidas no es sino una mala excusa, un tópico de la mentalidad colonialista.
En unas declaraciones especialmente violentas, Pilar Rahola ha llegado a calificar de “fundamentalista” a la pequeña Shaima y a sus padres por llevar hiyab, un insulto a miles de ciudadanas de este país. ¿Cómo es posible que TV-3 dé cobertura a semejante discurso? ¿No es uno de los cometidos de la tele pública, favorecer la convivencia?
La Junta Islámica Catalana ha criticado la imposición del hiyab allí donde se produzca. Ha defendido la libertad individual de las mujeres, sosteniendo que no se trata de un precepto estrictamente religioso, que no existe ningún versículo del Corán que convierta el hiyab en obligatorio.
NO SE TRATA, pues, de defender el uso de este velo. Lo que está en juego es mucho más importante. Lo que está en juego es el futuro de nuestras sociedades, la defensa de la diversidad frente a una concepción pequeñoburguesa de Occidente.
Se trata del respeto a la diversidad frente al fanatismo de aquellos que se permiten juzgar a los demás desde una posición de superioridad moral. Se trata de aplicar el artículo 18 de la Carta Universal de los Derechos del Hombre, el artículo 10 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, los artículos 13 y 14 de la Convención sobre los Derechos del Niño. Se trata de respetar el artículo cuarto de la Declaración universal de la Unesco sobre la diversidad cultural: “La defensa de la diversidad cultural es un imperativo ético, inseparable del respeto de la dignidad de la persona humana”. Aunque tal vez el artículo quinto sea el que zanja la cuestión: “Toda persona tiene derecho a una educación y una formación de calidad que respete plenamente su identidad cultural”.
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