sábado, febrero 23, 2008

Anarquismo islámico

Por Juanjo Sánchez Arreseigor (EL CORREO DIGITAL, 29/01/08):

La aparición de una célula de terroristas integristas en Barcelona es una mala noticia, pero no constituye ninguna sorpresa. Por suerte, la han desmantelado antes de que pudiera atentar. Desde la matanza de Atocha, la policía se mantiene alerta y a la vista están los buenos resultados de esa vigilancia. De todas formas, resulta preocupante que cada pocos meses descubramos a otro pelotón de fanáticos dispuestos a matar y destruir por… ¿Por qué?

Merece la pena reflexionar sobre las verdaderas motivaciones del terrorismo islámico contra nosotros. En los viejos tiempos, los grupos terroristas albergaban propósitos muy definidos: la independencia, la revolución, etcétera. Todo lo que hacían se justificaba por un objetivo último, claramente definido. Por su parte, el moderno terrorismo que brota del integrismo islamista también proclamaba abiertamente unos fines muy concretos: derribar a los gobiernos existentes en el mundo islámico, unificar todos esos países en un único imperio panislámico mundial, implantar la legislación religiosa llamada sharia en su versión más restrictiva y reaccionaria, y luego, probablemente, usar las riquezas del petróleo para extender el islam integrista por todo el mundo no musulmán.

Éstos son los sueños, o mejor dicho los delirios, del integrismo islámico. Obviamente podrían derribar a alguno de los gobiernos existentes, pero la mayoría han demostrado ser mucho más correosos y resistentes de lo que muchos se imaginaban. Algunos son dictaduras implacables, muy experimentadas en aplastar a sangre y fuego cualquier veleidad subversiva. Otros son más moderados y abiertos y pueden parecer más vulnerables. Pero poseen mayores apoyos entre la población que, por otra parte, teme mucho a los integristas. Éstos han intentado ‘vendernos la moto’ de que su islam es el islam a secas. Por lo tanto, esperan convencernos de que si la mayoría de la población no se muestra tan bestia como ellos es porque son gente tibia y de poco fuste, no porque el verdadero islam sea más moderado. En realidad sucede lo contrario: gran parte de la población contempla estupefacta el integrismo, que se parece muy poco a la práctica religiosa mayoritaria. Esas gentes coinciden con los integristas en la crítica feroz de los gobiernos existentes, pero a sus ojos los dogmas religiosos del integrismo rozan lo aberrante.

En última instancia el integrismo lo forman grupos pequeños, sin la consistencia ni la fuerza numérica para organizar una verdadera insurrección como la iraní de 1979. De ahí la omnipresencia del terrorismo, porque es la única táctica que está a su alcance. Sin embargo, la experiencia demuestra, sin lugar a dudas, que los métodos terroristas nunca son suficientes por sí solos para alcanzar el triunfo. Por lo tanto, el califato panislámico del que hablan los integristas está condenado a permanecer para siempre en el reino de la fantasía. Una civilización industrial y tecnológica requiere imperativamente una sociedad abierta y laica, que es lo contrario de la sharia. Durante los últimos dos siglos, innumerables déspotas de los cinco continentes han intentado hallar la cuadratura del círculo del desarrollismo reaccionario: una sociedad moderna en lo material y a la vez arcaizante e inmovilista en lo social. Todos han fracasado, igual que fracasarán la gerontocracia china, el patrioterismo granruso de Vladímir Putin y el integrismo islámico.

Todo lo anterior puede ser verdad, pero creer que eso va a detener a los integristas es un espejismo racionalista que nos lleva a confundir nuestros deseos con la realidad, como probablemente le ocurrió al presidente José Luis Rodríguez Zapatero con ETA. Por inverosímil que parezca su victoria final, los grupos terroristas no pueden detenerse en el camino sin perderlo todo. Si renuncian a las armas, no son más que una pequeña pandilla de fanáticos, condenados a desvanecerse en pocos años entre las masas que les negaron su apoyo. Por lo tanto, el mero hecho de sobrevivir es una victoria para el grupo terrorista: ‘Mato, luego existo’. Aunque jamás puedan ganar, pueden por lo menos impedir que ganen los otros.

Al llegar a este punto, comenzamos a entender por qué los integristas organizan atentados en nuestro país. En apariencia, poner una bomba en el metro de Barcelona es un acto carente de sentido, un despilfarro de recursos. En realidad, lo que estamos viendo es una resurrección de los métodos de los anarquistas europeos del Siglo XIX. Ellos nunca creyeron realmente que pudieran tomar el poder, de manera que se centraron en destruir la sociedad existente mediante atentados y magnicidios, hasta que todo se derrumbase y de entre las ruinas de la vieja sociedad pudiera surgir otra muy diferente. Los integristas usan los mismos métodos para el objetivo opuesto: pretenden impedir por la fuerza el surgimiento de una sociedad moderna. De esta forma, el único camino viable será el suyo, por eliminación.

Los anarquistas fracasaron. Los terroristas de izquierda fracasaron. Los integristas fracasarán también. Pero debido a la crisis general que golpea al mundo islámico, habrá de pasar por lo menos una generación antes de que desaparezcan. Es una conclusión pesimista, pero por desgracia la única realista. Nuestra policía deberá seguir alerta muchos años.

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